La bitácora del maestro: Crónicas constitucionales desde el aula pública (Clase 12)

Organizarnos también es un derecho

La organización juvenil como motor de ciudadanía en las aulas dominicanas. (Fuente externa)

Hay días en los que el aula se convierte en un espejo de futuro. No por lo que uno explica, sino por lo que los estudiantes revelan con una naturalidad que a veces los adultos hemos olvidado: la capacidad de organizarse para transformar la realidad, incluso aquella que parece indomable. En la Clase 12 —impartida esta semana en el Liceo Gregorio Luperón— trabajamos un tema esencial para la vida democrática: el derecho a organizarse y participar en causas comunes. Y lo hicimos desde la vivencia, desde la palabra compartida, desde la escucha que dignifica.

Proyecté el video “Organízate sin permiso”, y el silencio que siguió fue un silencio denso, reflexivo, como el que antecede a las decisiones que marcan. Luego vinieron las preguntas detonantes: ¿para qué se organizarían ustedes? ¿Con quiénes? ¿Qué cambiarían si tuvieran la posibilidad de actuar juntos? Y allí ocurrió lo que esta bitácora intenta, semana tras semana, dejar registrado: la Constitución comienza a respirar cuando la juventud se reconoce como sujeto político, no como espectador.

La Constitución Dominicana es más clara que muchos discursos públicos. Su artículo 47 consagra que toda persona tiene derecho a reunirse y a asociarse pacíficamente para fines lícitos, sin más condiciones que el respeto al orden constitucional. Es un artículo breve, pero decisivo: desmonta la idea de que la participación juvenil debe “pedir permiso”, y plantea, en cambio, que la organización social es un acto natural de ciudadanía. Ese artículo —cuando se lleva al aula— deja de ser teoría y se convierte en promesa: la promesa de una República donde las voces jóvenes no sean un adorno democrático, sino una fuerza de cambio.

La dinámica central fue sencilla, pero poderosa. Dividimos el curso en grupos y les pedimos que escribieran en una cartulina la frase: “Yo me organizaría con otros jóvenes para…”. Al inicio hubo timidez; después surgió lo que siempre emerge cuando se confía en la inteligencia colectiva: ideas auténticas, directas, urgentes. Las leí una a una. “Para proteger el medio ambiente”. “Para defender a quienes no pueden defenderse”. “Para mejorar nuestra comunidad”. “Para hacer campañas sobre los derechos de los estudiantes”.

Cada respuesta era un recordatorio de algo que el país necesita escuchar más: la juventud dominicana no está despolitizada; lo que está desatendida. Cuando se les brinda un espacio seguro, una metodología clara y un adulto que escucha sin imponer, los jóvenes hablan con precisión ética. Construyen futuro con una madurez que sorprende. Se levantan, opinan, debaten, se contradicen, se corrigen. Se organizan.

Mientras caminaba entre los grupos, escuchando sus discusiones, pensé en una verdad que he confirmado en esta ruta de 40 semanas: el Estado funciona mejor cuando escucha a quienes están comenzando la vida, no a quienes ya la administran. Y pensé también que la escuela —esta escuela pública dominicana que tanto criticamos— es uno de los pocos lugares donde aún se puede aprender a convivir, a disentir, a pensar en colectivo.

El derecho a organizarse inspira a una nueva generación de ciudadanos Por (Fuente externa)
El derecho a organizarse inspira a una nueva generación de ciudadanos Por (Fuente externa)
El derecho a organizarse inspira a una nueva generación de ciudadanos Por (Fuente externa)

Al final de la clase, les pregunté qué habían descubierto. Una estudiante respondió con una frase que vale más que cualquier editorial:

Profe, yo pensé que organizarse era para los grandes… pero ahora sé que es para nosotros también

Esa conciencia, recién nacida, es un acto de ciudadanía. Es también una forma de dignidad.

Las aulas que estamos recorriendo —una cada semana, hasta completar las 40— se parecen mucho entre sí: mesas sencillas, mochilas apretadas, ventiladores ruidosos, paredes donde conviven carteles de Biología y afiches gastados. Pero en todas ocurre lo mismo: la Constitución se convierte en una herramienta de poder cívico, no en un documento distante. Porque este proyecto no busca memorizar artículos; busca formar ciudadanos que comprendan que la participación es un derecho, no un favor. Que organizarse es un acto de protección social. Que agruparse para una causa es, quizá, el inicio de la democracia que todos soñamos.

La Clase 12 terminó como comienzan las transformaciones: con preguntas, no con respuestas. Con el murmullo de jóvenes que descubren que sí pueden, que sí valen, que sí cuentan. Y con la certeza de que, si logramos que esta generación se organice de forma consciente, ética y constitucional, el país dará un salto que la política tradicional no ha logrado dar.

Un país donde los jóvenes se organizan es un país que comienza a corregir su historia. Un país donde los jóvenes participan es un país que se prepara para un futuro más justo. Y un país donde los jóvenes comprenden el artículo 47 no teme a la democracia: la abraza.

Porque participar no es un riesgo. Participar es un derecho. Participar es un acto de esperanza.

Defensor del Pueblo de la República Dominicana.