Moda que manda: la imagen habla antes que la voz
Moda con mensaje, el vestuario como arma política de la mujer
El nuevo libro de Michelle Obama, The Look, confirma algo que la cultura lleva tiempo insinuando: la moda no es un accesorio inocente, sino un lenguaje de poder. Al recorrer su archivo visual —vestidos icónicos, colores calculados, líneas que dialogan con el momento político— Obama reivindica el derecho de las mujeres a vestirse no para agradar, sino para significar. Y, sobre todo, a narrarse a sí mismas antes de que otros lo hagan por ellas.
En sus páginas desmantela la idea de que el “look” es frivolidad. Para una mujer en un cargo público, el atuendo funciona como primera declaración, un marco que antecede a las palabras y condiciona la interpretación de todo lo que venga después. Lo vivió en carne propia: un vestido sin mangas se convirtió en debate nacional; un color vibrante fue leído como desafío; un estampado inesperado, como un atrevimiento. El juicio sobre la ropa femenina suele revelar menos de la mujer y más del lente cultural que la observa.
Este fenómeno es universal. Jackie Kennedy convirtió la sobriedad en sofisticación política. Diana de Gales transformó la moda en un relato emocional y en un arma simbólica. Eva Perón entendió que verse era también existir políticamente. Y figuras contemporáneas como Beyoncé o Zendaya han hecho del vestuario una plataforma de identidad, poder y autonomía.
En República Dominicana ocurre lo mismo. A nadie deberá sorprender que la nueva embajadora norteamericana, Leah Campos, sea sometida a escrutinio cada vez que aparezca en público: el color elegido para un acto solemne, la caída de un escote, la intención de un accesorio. También lo es la vicepresidenta, Raquel Peña, siempre sobria y correcta, cuya imagen ya forma parte del discurso institucional. La Primera Dama, Raquel Arbaje, no ha escapado a ese ojo público que analiza no solo el gesto, sino la tela y la silueta. Desde hace cinco años habita un escrutinio tan persistente como implacable. Sus estilos, distintos y coherentes, ya son parte del relato institucional, quieran o no.
A ese mapa visual se suma otro signo distintivo: el despliegue constante de zapatillas deportivas de Carolina Mejía, un gesto que conjuga, en presente continuo, la espontaneidad como forma de liderazgo. Su estilo —cómodo, directo, sin rigidez— ha creado un código propio en un país donde la representación femenina suele estar encorsetada en expectativas tradicionales. Ella, a su manera, ha ampliado el repertorio.
Michelle Obama entiende esa presión y la transforma en reflexión. La ropa puede ser un espacio de negociación entre autenticidad y expectativa, entre autoridad y cercanía. Un traje puede blindar poder; un vestido puede humanizar; unas zapatillas pueden comunicar accesibilidad sin perder firmeza. La imagen no sustituye al mérito, pero lo acompaña y, en ocasiones, lo condiciona.
The Look invita a ver el armario como territorio simbólico. Cada prenda es una frase; cada combinación, un párrafo; cada aparición, un capítulo. Y para las mujeres que lideran, ese conjunto de capítulos puede reforzar o contradecir la historia que quieren contar. La moda, cuando se elige con intención, no es un acto de vanidad, sino de autoría.