Cuando se confina a los sanos
Extraña pandemia, en la que se confina al sano tanto como al enfermo. Y antes. ¿Cuánto más puede durar en todo el mundo esta situación tan anómala y coercitiva? ¿Tan castradora de libertades, de posibilidades, de empleo, educación, ocio, cultura, vida en sociedad?
¿Qué diferencia hay entre encerrar a la gente en su casa a las 5.00 o a las 7.00 pm? ¿Qué efecto tiene en la virulencia del contagio? ¿Alguien todavía apuesta a que una vez exista una vacuna “todo” se reinicie?
Los grandes damnificados... los desempleados, las empresas, los ancianos y los educandos. Perder en gran parte dos cursos de educación presencial será un desafío: ¿podrán recuperar ese tiempo perdido? ¿Cómo se verá afectada su capacidad de socializar? ¿Cuántas horas de pantalla tendrán los estudiantes de primaria, tan niños? ¿Cómo les afectará?
La vida profesional y académica vía zoom es más plana, aburrida y aséptica que la vida real. Las reuniones y las clases se parecen y confunden. Se pierde espontaneidad, contraste y creatividad. La vida desde una pantalla no es mejor.
Volverán los turistas, a los que necesitamos desesperadamente para volver a generar empleo, divisas, crecimiento. Tristes, los aeropuertos con apenas vuelos en las pantallas nos recuerdan que vivimos globalmente una situación excepcional tan insólita que cabe preguntarse si no es todo una exageración. La vida está llena de riesgos además del coronavirus. Seis, siete meses después, pesa en el ánimo la situación.
Hacen falta dosis extraordinarias de serenidad, valor, de humor y de confianza. Si no se tienen... se inventan.
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