Educación cívica

Una de las grandes quejas sobre la educación dominicana es la falta de educación cívica, es decir, un tipo de enseñanza que busca fortalecer la convivencia entre los miembros de una comunidad.

La ventaja de la educación cívica es que no solo beneficia al individuo en una comunidad determinada, sino que éste la lleva donde quiera que va.

No es que los dominicanos no sepan distinguir entre el bien y el mal. Muchos de los que se portan mal aquí son modelos de conducta cuando viajan a otros países donde se respeta la ley. O sea, que el problema local no es falta de conocimiento, sino en parte producto de la confianza que ofrece la impunidad ante la ley.

La educación cívica es materia de una escuela que apenas puede enseñar los rudimentos de los derechos y deberes del ciudadano y algunos ejemplos importantes. Pero la mayor responsabilidad no está en los contenidos, sino en el ejemplo que ofrecen los maestros que deben preguntarse si están siendo un modelo de educación cívica para sus alumnos o un mal ejemplo para los mismos. El maestro tiene que vivir lo que predica en el aula y a ojos vista eso no se está cumpliendo.

Pero la enseñanza en la familia es el principal alimento para la educación cívica. De la familia es que surge el ciudadano en su integralidad. Sin embargo, aparte de los problemas que plantean las familias disfuncionales, existen muchas interrogantes sobre lo que estamos traspasando a nuestros hijos. ¿Los estamos enseñando a creer o a dudar de todo? ¿Los estamos enseñando a tener fe, a ser honrados, respetuosos, tolerantes, decentes, generosos y pacientes?

Esa educación es más importante para la vida que todo lo que enseña la escuela.

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