El jeroglífico
El transporte en República Dominicana es un jeroglífico de siglas e instituciones. Y entender cómo funciona (o cómo no funciona) es tan difícil como resolver el acertijo. Se articula en torno a tropecientas instituciones y otros tantos gremios con un poder de manipulación que no descarta el bate, la pistola o la agresión física cuerpo a cuerpo cuando es necesario.
En el Este, polo turístico por excelencia del país que lo tiene todo, los transportistas han sido por años un dolor de cabeza para los hoteleros, a los que no les “permitían” tener vehículos para llevar a sus huéspedes al aeropuerto, por poner un ejemplo. La leyenda urbana dice que el modelo de negocio respondía a un exministro del sector que tenía esa “entrada” y ese control. Nada demostrable, nadie sabe nada, por supuesto.
Si los mal llamados sindicatos no dejaban entrar en “su” zona a otras líneas de transporte ... ¿cómo iban a dejar trabajar a plataformas como Uber? Imposible, ¡allá mandan ellos! El asunto (agresiones a vehículos con turistas y viajeros locales incluidos) se debió resolver en la reciente visita del presidente Abinader.
Como pipa de la paz... un préstamo blando de Banreservas por 700 millones de pesos, para sobreponerse a las pérdidas de la pandemia. Tampoco sirvió; se produjo otra agresión a un chofer de Uber prácticamente al día siguiente. Y el acuerdo, dice ahora el alcalde de Higüey, es nulo por cuanto incumplió unas cuantas disposiciones legales vigentes. Ante este nuevo reclamo, la pregunta (tonta) es de rigor: ¿Y si el gobierno simplemente decidiera que los transportistas (todos) cumplieran las leyes que cumplimos los demás?
(¿Y si nos defendieran de ellos en vez de protegerlos a ellos?)
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