Era Odebrecht...

De acuerdo con la encuestra Greenberg-Diario Libre, julio de 2017 es un fecha importante en la evolución de la percepción ciudadana sobre el PLD. El 16 de julio de ese año una masiva manifestación, bautizada como la Marcha Verde, gritaba contra la impunidad de la corrupción y se escandalizaba de los datos que se iban desvelando sobre el caso Odebrecht.

Odebrecht se ha convertido en el sinónimo de una manera de hacer negocios en la que gobiernos y corporaciones se arreglan mutuamente la vida y la cartera.

Cayeron presidentes, se dieron a la fuga otros, iban entrando a la cárcel políticos y empresarios de varios países de Latinoamérica. Hubo algún suicidio. Aquí la calle gritaba pero la Justicia templaba... Los informes llegaban incompletos o no se pedían, los plazos se alargaban. Había cifras concretas: 92 millones de dólares pagados en sobornos. Pero los sobornados... esa era otra historia.

Odebrecht importaba, aunque desde las alturas del poder y de la Justicia se jugara a diluirlo. Importaba tanto que ese mes, ese año, comenzó la caída abrupta y continua de la aceptación del partido morado.

Para los votantes la impunidad es intolerable, dicen ya las encuestas. Y es más inaceptable para los jóvenes. La corrupción no solo hace ricos a unos pocos sino que empobrece a todos los demás. Y los jóvenes lo entienden así pensando en las posibilidades de desarrollo de su vida personal. En su futuro. No por causalidad una abrumadora cantidad de ellos quiere dejar el país.

Odebrecht importaba aunque se jugaba al olvido, al tiempo. Importa tanto que la corrupción es un poderoso motor para la intención de voto en las encuestas. Creer que Odebrecht no era decisivo es un síntoma claro de los efectos del poder absoluto y su contacto con la realidad.