La canasta
No está claro si 300 millones en canastas navideñas son mucho o poco dinero. En cualquier caso es demasiado si el monto sale de nuestros impuestos y las canastas las reparten los políticos a título personal entre sus seguidores, posibles votantes o compromisos variados.
Si el regalo saliera de su íntima preocupación por los pobres y el dinero saliera de su sueldo sería una labor admirable. Pero no es el caso. Lejos está el tiempo en que se decía aquello de que tu mano derecha no sepa lo q ue hace la izquierda. La discreción en la riqueza y el respeto por la pobreza no son atributos que la clase política pueda mostrar.
Estos repartos navideños son la expresión más rotunda de la naturaleza del populismo. Disfrazado de buenismo, el populismo se conecta sentimentalmente con el desafortunado al que se debería haber brindado otro tipo de soluciones. Pero estos repartos de los políticos no trascienden la limosna que ellos tanto critican cuando el que la da es un empresario.
Cada año se anuncia como algo positivo que los beneficiados de ayudas sociales siguen aumentando. La gran noticia sería que cada vez menos personas los necesitaran. Pero esa es la trampa en la que caemos año tras año. Las reformas estructurales quedan, por complicadas, para otro momento. Las fáciles están probadas. El voto se compra con un empleo al que no hay que presentarse, una canasta que cae bien el 23 de diciembre o una promesa que se cumplirá... o no.
Presentados como una labor noble y generosa, un acto de solidaridad con el desafortunado, esos repartos de canastas son una bofetada a la sociedad.
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