Mi experiencia con el 9-1-1

Creo que la puesta en funcionamiento del sistema de emergencias 9-1-1 es un extraordinario logro para el país, lo cual el Gobierno no se cansa de recordárnoslo. Sin embargo, mi experiencia con el sistema no ha sido buena y ayer pude comprobar que era algo más común de lo que creía.

Hay un problema serio con el protocolo de atención, pues, en los casos en que he tenido que llamar, los operadores ponen más énfasis en detalles importantes pero no esenciales, lo cual demora el servicio y pone en peligro a los pacientes. Voy a citar solo dos llamadas, la última de las cuales ocurrió ayer en plena misa.

En la primera, ocurrida en un evento en un museo de la ciudad colonial, una joven perdió el conocimiento. Cuando vi que el caso no era menor, llamé al 9-1-1, me identifiqué, di la dirección exacta del lugar del hecho, pero al igual que ayer, la operadora insistía en que le dijera a qué sector pertenecía el lugar. Yo no lo sabía, ni era un dato relevante porque le había ofrecido el nombre de la calle, el número de la casa y le dije que era en la Zona Colonial.

Por suerte había un médico entre los asistentes que pudo prestar los primeros auxilios, pero la joven no despertó hasta la llegada de la ambulancia del 9-1-1.

Ayer, en la parroquia Santísima Trinidad pasó algo similar. Mientras el señor estaba desmayado, la operadora insistía en que dijera el nombre del sector en que está ubicada la parroquia y me reclamaba que no estaba cooperando, a pesar de darle la dirección correcta y formas de llegar. Finalmente, unos médicos asistentes a la misa atendieron al señor que fue llevado en un auto privado a una clínica local. Ya el señor se había ido cuando llamó el 9-1-1 para informar que el equipo venía en camino...