Teoría de la venganza

Alguien ha escrito que “la política, más que arte o ciencia es, sobre todo, pasión. Pasión por las ideas, pasión por el poder. Las pasiones – las buenas, las malas...- arrastran a los protagonistas de la cofradía política. La acción política es Shakespeare en estado puro, con sus pasiones al desnudo, descarnadas, intensas. El poder, la solidaridad, los celos, la generosidad, la ambición, el idealismo, la envidia, la amistad, el odio, el compañerismo y, cómo no, también la venganza, la cruel y estúpida venganza”.

Pero “la venganza es una pasión vil y contraproducente, tan enajenadora que enloquece. El vengativo no cesará hasta inferir grave daño a la persona odiada, aun a sabiendas de que pudiera, también, finalizar escaldado. Mal consejero el rencor, que nos impulsa a la venganza y que nos engaña al hacernos creer que el castigo al otro aliviará el pesar propio, sin reparar el propio daño que nos causamos.” Como le dijo un político español a otro, “si buscas venganza cava dos tumbas.”

Esto lo sabían todos los tratadistas de las ciencias políticas e ilustrados filósofos y estudiosos de los fenómenos sociales y por eso, se hizo hincapié en la creación de sistemas independientes de justicia que juzgaran los hechos considerados dañinos.

Pero hay hechos que superan a la justicia y esos hechos, si provienen de poderes superiores, en sociedades de baja institucionalidad, solo pueden resolverse cuando se sacia la sed de venganza, cuánto mejor si viene servida en “plato frío”. El problema es que la venganza no contribuye al orden político y es caldo de cultivo del conflicto prolongado.