Un raro privilegio
Oigo relatos de experiencias personales terribles en la edad escolar y pienso en los efectos que debe tener mal pasar en esos años.
Ahora que empieza el curso, recuerdo miles de momentos felices. Amigas de muchos años a las que conocí con uniforme y dos trenzas. Buenas notas, malas notas. Reprimendas, felicitaciones. Escaparse algunas tardes cuando llegaba el buen tiempo. Risas, muchas risas.
El esfuerzo, la puntualidad, la exigencia personal, la constancia se aprenden en esos años. Profesores fantásticos y no tanto, monjas simpáticas. Monjas especialmente antipáticas. Sacerdotes que ya no llevaban sotana y que pedían el tuteo.
El odio a las matemáticas, el disfrute de las lecciones de lengua y literatura. La incapacidad absoluta de entender la física (todavía hoy creo que se la inventan). El alivio al oír el timbre del recreo cuando tocaba el turno de salir a la pizarra.
La libertad de volver a casa caminando. Tiempo de esconderse, perderse o encontrarse. Tiempo en el que nadie te ubicaba con un celular y que ahora llevan los muchachos como una tobillera de seguimiento policial.
Ser feliz en el colegio marca la vida porque son diez, doce años de formación del carácter. En la confianza o no. En la alegría o no.
Empieza un curso y siempre es una página en blanco. En todos los países se habla del deterioro de la calidad de la educación. Son tantos los factores que intervienen que haber tenido la suerte de ser feliz en un buen colegio es ya un raro privilegio.
IAizpun@diariolibre.com