Una crisis sin ganadores

Lo más grave de esta crisis para el Partido de la Liberación Dominicana no es que se divida o no a consecuencia de los enfrentamientos, sino que al terminar la crisis quien resulte vencedor se convertirá en el dueño y amo del partido.

Es decir, morirá la democracia interna y habrá revivido la versión siglo XXI del Partido Dominicano de Trujillo, porque las cosas han llegado a tal extremo que no habrá lugar para el perdedor, a menos que se someta.

En ese caso, lo que le conviene al PLD como institución es que pierda las elecciones y pueda reorganizarse fuera del poder, es decir, fuera de las nóminas y de las contratas estatales.

Por supuesto, eso no es lo que conviene a los miembros del partido, pero a eso están llegando porque nadie se atreve a decirles ¡basta! a los dos gallos que se disputan la candidatura presidencial.

La pena es que la gran mayoría de los peledeístas no está de acuerdo con esta guerra porque el mensaje es que ya todos los puestos están ocupados por la facción que gane. No habrá cielo para los que no tomen partido.

Lo que se está viendo en el PLD no se parece en nada a lo que les enseñó Juan Bosch, ni a los métodos de trabajo, ni a la disciplina partidaria.

Pero si los peledeístas de hoy son tan torpes o cobardes que no son capaces de entenderse, ese es su problema y ellos pagarán el precio. Esa es la lección de la historia.

Lo imperdonable es que en su ambición, los aspirantes podrían crear una crisis que afectaría a la industria, al turismo y, de paso, la calidad de vida y la institucionalidad democrática del país. Y eso no tiene perdón de Dios.