La Baronesa Publicista
La República Dominicana posee un elemento inapreciable para su prosperidad.
La baronesa de Wilson, la escritora española y publicista trotamundos Emilia Serrano (1834-1923), nos tuvo presente en su incesante itinerario americano dedicándonos páginas destinadas a resaltar los atractivos y valores multifacéticos del país y su gente. Como si hubiese sido contratada, a finales del siglo XIX, por una Alianza Público Privada (APP) para promover la marca país de la hoy famosa “República del Mundo”. Sin plagiar logo alguno en un engendro de vodka con tequila, la Serrano destacó el impulso capitalista modernizador que se experimentaba bajo la férula visionaria del Pacificador. Cuando las chimeneas del progreso vencían el canon pesimista de Pedro Henríquez Ureña.
“El adelanto moral y material de la que fue isla Española, hoy República Dominicana, es de esos que sorprenden y admiran por lo mismo que surge venciendo arraigados abusos, y el espíritu de revuelta que despóticamente se imponía.
Hoy cumple como buena la misión de las naciones libres que prosperan bajo el pabellón del orden y de la ley. Por ese camino se va muy lejos, mucho más cuando en todas las esferas se hace sentir la convulsión benéfica y progresista: en el desarrollo de la agricultura, en el mejoramiento de las vías, motor esencialísimo para el comercio, en las obras públicas que embellecen las poblaciones, dotándolas con edificios que revelen el amor a la estética, en el ramo de instrucción pública que yacía decaído y casi abandonado en las épocas revolucionarias de amarga memoria.
Es mayor el mérito de los gobernantes que llevan a cabo reformas de tanta monta, cuando los recursos escasean y el crédito del país está muerto. Necesaria ha sido fuerte suma de capacidad hacendista, para llenar esas lagunas de manantiales agotados, buscando nuevas y saludables corrientes en beneficio de la patria.
Todo esto requería también elevadas condiciones diplomáticas, que dieran nueva vida al extinguido prestigio exterior, comenzando por resolver cuestiones arduas, como la franco-dominicana, en la que amistosamente fue España mediadora. Francia y Santo Domingo reanudaron las relaciones diplomáticas y restablecieron la cordialidad que lleva consigo ventajosas transacciones comerciales, aliento de la industria y base de preponderancia social.
Hay en las provincias dominicanas no pocos recursos, los que manejados por una recta y juiciosa administración, serán real y sólida base de feliz porvenir, juzgando por el aumento que han conseguido las entradas en las cajas del Tesoro público, y por la distribución que de ellas se hace, honrosa para la República, pues que se atiende en primer término a la vigilancia de las extensas costas, con una escuadrilla creada de poco tiempo, pero con excelente organización y oficiales profesores pertenecientes a la armada de guerra española, porque teniendo en mucho la fraternal unión hispano-americana, cimentando el pensamiento político de aquélla, el gobierno dominicano quiso y solicitó para su fuerza naval instructores españoles.
No haremos caudal de olvido con determinados, importantísimos adelantos, como son la línea ferroviaria central, que ha unido la patriótica Santiago de los Caballeros con la comercial y laboriosa Puerto Plata, y que se prolongará hasta la capital, que se mira ufana en las tumultuosas corrientes del Ozama y se extiende cada día más por sus frondosas márgenes, empresa que grandes bienes promete para distritos ubérrimos, industriosos, agrícolas, y que ha crecido en población trabajadora y en desarrollo notable, debido en sus principios a la inmigración cubana que por los años de 1870 a 1871 llevó a las playas dominicanas sus capitales y su inteligente laboriosidad.
Consideremos lo salubre de aquellos campos, las abundancias fluviales, la lozanía asombrosa y las condiciones inmejorables, para que las cosechas tengan óptimos resultados. Las feraces campiñas cibaeñas, regadas por el caudaloso Yaque, han de ser a poco plazo centro de los más importantes rendimientos, sobre todo si afluye la inmigración, si brazos numerosos ensanchan los trabajos en agricultura, momentos ahora por demás propicios, pues que la locomotora y la canalización del Yaque dan poderosos medios para exportar el tabaco, el café, el cacao y el campeche.
Santiago y Puerto Plata tienen asegurado su alto puesto mercantil en el siglo XX, que ha de ser luminoso para el mundo colombino, si el florecimiento de hoy continúa marchando con la rapidez de este último tercio centurial.
Brinda la tierra dominicana maderas de valor inmenso, que explotadas en buenas condiciones han de asegurar pingües fortunas. A cada paso fíjase la mirada en el corpulento caobo con su hermoso ramaje que desde la ancha copa desciende hasta tocar el suelo; en el altísimo roble; en la ácana incorruptible; el recio guayacán; el rojo candelón; el capa amarillo, de sólida duración; la oliente cabima; la ceiba secular que al abrir el cáliz de sus mazorcas, regala suavísimo vellón, fino y mullido como la pluma; el espino pajizo que en vistosos muebles transforma la industria: el valioso cedro: el ébano preciado, el granadillo negro, el nazareno de moradas vetas y en tantas variadas palmas y diversos graneles árboles, que sería difuso enumerar.
A más la sabrosa caña de azúcar, que al decir de estudiosos escritores debe su origen a las islas Canarias, y la fauna y flora privilegiada y propia de las comarcas americanas.
Allá en los breñales empinados y en la rocallosa serranía se encierran los poderes soberanos absolutos en el universo: el oro abundantísimo, la plata y el cobre; esmáltanse los ríos y los arroyos con arenas de oro, y como en el Ecuador, ruedan en las montañas gruesas pepitas, que arrastran las aguas del Yaque y se pierden tal vez en las hondas inmensidades del Océano.
No escasean los panoramas seductores en los hermosos llanos que las elevadas e imponentes cumbres en la cordillera central encierran en caprichoso marco, los conucos del indio y las modernas agrícolas construcciones.
En la famosa Vega Real hay prados hermosísimos; allí está el Santo Cerro, custodio del histórico símbolo redentor, la cruz santa, que en las ramas de un níspero mandó hacer Colón. El árbol sagrado existió hasta fines del siglo anterior en el patio del convento de la Merced que se levanta en el Santo Cerro, en el propio sitio donde el Almirante ganó la célebre batalla llamada de la Vega Real.
¡Que elocuentes han de ser para el viajero pensador las ruinas de la primera universidad de América, que en gran espacio se extienden y son objeto de excursión interesante para el forastero!; las suntuosas de San Francisco conservan en pie alguna capilla y las del palacio que hizo fabricar Diego Colón en una altura escarpada, mírame en las aguas del caudaloso río Ozama, glorioso por sus recuerdos históricos. ¡Cuántas veces sus ondas juguetonas habrán reflejado la pensadora figura de Colón, ya radiante con la alegría del triunfo al pisar por vez primera aquellas riberas lozanas, ya más tarde agobiado por la ingratitud y el infortunio!
Santo Domingo es un universo de memorias, es un libro abierto lleno de leyendas, de impresiones, de glorias imperecederas, ya se refieran a la época del coloniaje o bien a las que pertenecen a su historia nacional y a sus luchas con los haitianos, verdaderos combates de independencia, en los cuales resaltó siempre el valor indómito que ha distinguido a los dominicanos.
La región cibaeña tiene en la mano todos los elementos de riqueza territorial, y precisamente las líneas telefónicas y el influjo de las ferrocarrileras han dado la pujanza poderosa que necesitaba. Por otra parte, la navegación por el Yaque abre horizontes inmensos, descubre sendas fáciles y de magna trascendencia.
La República Dominicana posee un elemento inapreciable para su prosperidad. Crúzanla en todas direcciones anchos y hermosos ríos, riachuelos y arroyos, que hacen más fecunda aquella tierra fertilísima. Por las siempre verdes llanuras del Cibao serpentean las cristalinas y serenas corrientes, nervios que dan vida al tabaco, al café y al cacao. Los frutos son exquisitos, y las flores abundan y embelesan por la variedad y fragancia.
Los bosques rebosan en maderas de alto precio que activamente se utilizan y exportan, porque el pueblo cibaeño es esencialmente trabajador; más aún, civilizado, hospitalario y franco.
En aquel hermoso rincón de América, encuéntrase, como en Costa Rica, muy dividida la propiedad, y en su mayor parte cada campesino es propietario. Tal condición constituye un ser inteligente, iniciador y dispuesto a proteger cuanto redunde en favor del progreso nacional y de sus propios intereses.
El general Ulises Heureaux y sus ministros han sido los motores de gran poder para el desarrollo de todas las ventajas que en el Cibao descuellan y que son cimiento hermoso de un porvenir sin par.
No en menor escala se fomentan los dones de la feliz naturaleza en los campos de Azua, aprovechando todos los factores que el progreso pone al alcance de la industria, del comercio y del más importante ramo, que es la agricultura, y afirmaremos que ahora y por primera vez Santo Domingo adquiere verdadero poderío.
Mas que reconstituir ha sido inventar, construir en totalidad, dar nueva y completa forma a lo que sólo era un boceto, en cuanto se considere que para el vasto ensanche no se contaba sino con los recursos propios y con la virilidad del pensamiento.
En la grandiosa bahía de Samaná, en los puertos escalonados, en la dilatada costa, repercute la acción organizadora, y el movimiento importador y exportador acusa el despertar de un pueblo a la vida de la civilización.
Multiplícanse las vías de vapor; los hilos del telégrafo transmiten la idea: cuarteles, parques de guerra, hospitales, oficinas fiscales, acueductos, se edifican por todas partes dando el pan del trabajo a las clases obreras: la instrucción popular se fomenta y se instala bajo idóneas condiciones, y en todas las esferas surge el interés por el estudio, paralizado por los choques revolucionarios.”
Casi una cuña de Dicom.
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