Poesía y canción, el eco de lo que somos

No toda la poesía puede revelarse como canción

La poesía. (Fuente externa)

Joan Manuel Serrat abrió el camino de los nuevos tiempos de la canción con aquel célebre álbum con los poemas de Antonio Machado que invitaban a hacer camino al andar.  Alberto Cortez invocaba a Almafuerte, con sus versos desnudos y graves. Pedro Guerra escogió a Neruda. Neruda se dejó llevar, en giros y emblemas, en la poesía cantada de Juan Luis Guerra.

Pero, Serrat no solo convidó a Machado, sino que lo hizo también con Miguel Hernández y Mario Benedetti, y con José Agustín Goytisolo y otros tantos, permitiendo que entraran en esa onda rabiosamente dulce otros cantantes y grupos vocales que, entre los sesenta y setenta, llevaron al pentagrama los poemas de García Lorca, Luis de Góngora, Rafael Alberti, León Felipe, Ángel González, Lope de Vega, Gil de Biedma, Rosalía de Castro, Bécquer, Espronceda. Como también Alberto Cortez cantó los versos de Miguel Hernández, Borges, Neruda, Violeta Parra (poeta ella en su canción directa, granero de poesía viva).

Recordemos la voz de matices celestes de Lisette Álvarez cantando el Poema 20 de Pablo Neruda. ¿Acaso no llegó Neruda con ella antes de que abordáramos al Neruda solitario? O Pablo Milanés con los versos de Nicolás Guillén. Y aquella memorable, histórica sesión del buen cantar con el poema nacional a cuestas de Sonia Silvestre cantando a los poetas de la Patria. Entonces, fueron Mir, Aída, Deligne, Norberto James, René del Risco, Ramón Francisco, Manuel del Cabral. Y antes, y después, los grupos de la Nueva Canción, Luis Días, Víctor Víctor. Otros más. El poema pasaba a otra estación, volvía a ser interpretado por juglares que validaban la musicalidad de los versos de la mejor poesía. Como Atahualpa Yupanqui que escribió sus poemas para hacerlos canciones, sin ayuda de nadie.

Era la época de los singer-songwriters. El cantautor apelaba a los poetas consabidos, pero al mismo tiempo se descubría poeta propio de sus canciones. Serrat interpretaría sus propios poemas, como Luis Eduardo Aute, como Silvio, como Cortez, como Facundo Cabral. Como Bob Dylan, que ha sido el más grande poeta de la canción y el dueño de la más grande canción de la poesía.

A más de Sonia, en la selección de Juan José Ayuso y Yaqui Núñez del Risco  para aquellos poetas de la Patria, los poemas de otros poetas dominicanos y de geografías cercanas y distantes fueron convertidos en canción que cantaron juglares que se subieron sobre sus versos para que la gente las tarareara, las hiciera suyas, comprendiera su valor y su eficacia. En mi pueblo nativo, Luis Ovalles, tal vez el único músico de provincia que se atrevió a hacerlo, grabó un elepé con su orquesta que hizo historia con los poemas de los vates clásicos del terruño, en selección de Adriano Miguel Tejada.

Pienso de nuevo en Luis Eduardo Aute, poeta en sí mismo, cuyos poemas-canciones se levantaron en versiones de Mari Trini, Serrat, Massiel, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés. El suyo es un caso aparte. Fue poeta que puso música a sus propios versos. Le bastaba irlos sacando del cajón donde los guardaba, y hacer con ellos las canciones que lo encumbraron al sitial maestro que aún ocupa. Dice Maurilio de Miguel que Aute es “un poeta culto a vueltas con la frescura de la canción popular”. “Con la ‘estética de la suavidad’, como fórmula de choque para anunciar tormentas del alma de Leonard Cohen, “la lucidez” de Bob Dylan y  el “desgarro” de Jacques Brel. Aute es “un poeta sin medias tintas, de revelado rotundo a la hora de fotografiar los pliegues y repliegues de la condición humana”. Es un caso aparte, dije.

No toda la poesía puede revelarse como canción. Pero, las que sí pueden asumirse para esa nueva entrada a la casa del poema, deberían correr suertes, aunque corren en verdad, por nuestros días, otras corrientes de espanto y declive cerebral que tal vez impidan el regocijo. Pero, sí. Debe siempre intentarse esa canción salida de un poema verdadero, de una “lírica” de alientos y  virtudes, que construya la fronda de un nuevo crepitar y de una nueva osadía guerrera sobre el streaming o sobre el spotify que la multimedia nos regala. Hay que atreverse.

Felucho Jiménez, político que gusta de la poesía y de la música (no se le ha de regatear la formidable discografía que ha empujado durante años de la música dominicana y de sus más exquisitos autores, sin parangón con otros esfuerzos encaminados en nuestro país), Felucho, repito, escribe versos de anhelos y desvelos, de amor surcado en la pradera de los ensueños y los requiebros, pero también en los caminos de la lealtad filial y de los vientos del amor que deja escarcha en los sentimientos. Alguna vez ha distribuido cidís de la mejor composición dominicana. Otras veces, con poemas de otros autores que él decidió leerlos en alta voz y dejar la constancia en un disco compacto. Ahora, ha llevado a canción algunos de sus versos. Y el resultado es loable, singular. No ocurre esto con frecuencia y menos en un político.

El cidí que distribuye con sus poemas musicalizados, y que anuncia es solo el volumen primero, contiene trece canciones, con vigorosos arreglos y excelente orquestación, interpretados por Rando Camasta, Félix D’Oleo, Angelito Vallenilla, Raúl Ross, Adalgisa Pantaleón, Herody Ureña, Raldy Vásquez, Eddy Rafael, Cristian Alexis, Reynold Sosa, Sergio Hernández y Sammy Junior, a quien apodan El salserito. Los musicalizadores son de alto nivel: Manuel Sánchez Acosta, Mario Díaz, Manuel Tejada, Alex Mansilla, y entre los arreglistas Jochy Sánchez y Dionis Fernández, entre otros. Gente conocida, muy conocida o desconocida, pero todos contribuyendo con este disco de “música tropical”, como lo advierte el autor.

Ha escrito Antonio Muñoz Molina que “las canciones abren anchas avenidas de tiempo, perspectivas de lejanía hacia el ayer y el mañana, despiertan en nosotros el eco de lo que sabemos que somos y también el de lo que podríamos ser o haber sido”.  Cuando la canción es poema antes que canto, lectura antes que escucha, decir poético antes que voz, verso antes que melodía, se establece un diálogo nuevo con el oidor o el lector, una nueva comunicación donde el poema se brinda en tonos diferentes. El poema se convierte en lectura musical y al arbitrio de su tempo quedan los versos listos para ser consumidos desde un nuevo resplandor, desde una nueva condición. El quehacer no solo resulta válido, sino de sublime deleite.

Siempre pensaré en la poesía de Machado o recitaré las Nanas de la Cebolla de Miguel Hernández, desde la canción que al poema ofertara Serrat. El trozo de La tierra escrita de Aída Cartagena, que cantara Sonia, no me permite olvidar la interpretación junto al poema. “Sin proponérmelo, en la banda sonora de mis libros, como en la de mi vida, se escuchan canciones de Serrat”, asegura Muñoz Molina. Ha de ocurrir en la vida de todos. El poema tiene las siete vidas de un gato (¿fue Neruda quien lo dijo?). Felucho, marca de político, de poeta y de cantor, lo atestigua.

LIBROS
  • Músicos, compositores y canciones dominicanas en los siglos XIX y XX

    Félix -Felucho- Jiménez, Alfa y Omega, 2021, 462 págs. El más completo libro de su tipo, continuador de la obra clásica de Jesús Torres Tejeda. Gran cantidad de entradas y detalles biográficos, a más de profusas ilustraciones.

  • Almacén de almas

    Alberto Cortez, Emecé Editores, 1993, 240 págs. “Alma mía, como pesan en sus alas las ausencias/ cada día van sumando soledades indefensas/ lejanías, avaricias, ansiedades y desvelos/ y una umbría sensación de irrealidad y desconsuelo”.

  • La tierra escrita

    Elegías, Aída Cartagena Portalatín, Ediciones Brigadas Dominicanas, 1967, 95 págs. “Este es un libro testimonio y yo no puedo mentir”. El más autobiográfico de los libros de Aída, revelando situaciones, vidas y decires de su ciudad natal. Un escándalo en su época.

José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.