Era de Grandes Orquestas

Desde 1930 el merengue típico (acordeón, güira y tambora) fue utilizado por Trujillo como medio de propaganda.

Merengue(1938) (Pintura por Jaime Colson)

La Era de Trujillo coincidió con la de las grandes orquestas –Miller, Goodman, Ellington, Basie, Dorsey-, las grabaciones fono­gráficas, la radiodifusión y el arribo de la TV con su magia. Representó la entrada con garbo del merengue al salón, la legitimación social plena de este género y su virtual oficialización como baile nacional.

En una verdadera apoteosis del meren­gue, poetas, ensayistas, historiadores, artistas plásticos (Colson, Yoryi, Senior, Vela Zanetti), y músicos cultos, lo tomarían como materia prima de sus obras. Tal es el caso señero del maestro Luis Rivera y su Rapsodia Dominicana No.1, inspirada en el Compadre Pedro Juan orquestado por Alberti.

Desde 1930 el merengue típico (acordeón, güira y tambora) fue utilizado por Trujillo como medio de propaganda, haciéndose acompañar de los acordeonistas Ñico Lora y Toño Abreu, quienes tocaban temas a favor de su candidatura presidencial.

El cambio político que se operó en el país se podría resumir simbólicamente en dos merengues. Se acabó la bulla (1930), del acordeonista Isidoro Flores, cuya lírica anunciaba premonitoriamente: “se acabán los guapos”, “eso de partidos, se acabó”. Y Dedé, apología de Julio Alberto Hernández al legendario general liniero Desiderio Arias, cuya cabeza de “guapo” le fuera llevada a Trujillo como trofeo por el oficial Ludovino Fernández.

Con la decapitación de la dictadura de 31 años, Dedé volvió a sonar libremente junto al coyunturalmente popularísimo Mataron al Chivo, una adaptación de El Chivo, un tema del compositor venezolano Balbino García, realizada con sentido mercadológico por el maestro Antonio Morel. Como si dijéramos: un chivo musical venezolano sazonado a la criolla por los conjurados heroicos del 30 de Mayo.

La manipulación trujillista de la música po­pular consta en la Antología Musical de la Era de Trujillo 1930-1960 -compilación en 5 volúmenes de unas 500 piezas laudatorias de diverso género, de las cuales 300 merengues alusivos a su persona y a su régimen. Fue parte de una maquinaria ideológica monocorde, basada en el culto exacerbado al “ilustre Jefe” y a los valores de autoridad vertical, nacionalismo y modernización que preconizaba su Partido Dominicano, facilitada la tarea por los nuevos medios de comunicación de masas y la movilización cívica de las lealtades.

En este fenómeno músico sociológico Luis Felipe Alberti Mieses (1906-76) jugó un rol singular en la modernización del merengue. Compositor, arreglista y director, dio al merengue su fisonomía moderna al frente de las orquestas Lira del Yaque y Generalísimo Trujillo. Junto a su multifacético talento, gozó de la especial preferencia del dictador y de un contrato por diez años (1944-54) para amenizar las noches bailables en el Patio Español del Jaragua, principal hotel del país, promovido entonces por la Pan American World Airways.

Alberti urbanizó el merengue con la orquestación del género, relegando a un segundo plano el acordeón –sustituido por el piano acordeón como soporte rítmico y relleno armónico-, dando paso a los saxofones, clarinetes y trompetas, con el ritmo pautado por la tambora y la güira. Incluyó el cantante de voz en registro normal en lugar del “atiplado cantador de merengue campesino” acostumbrado. Con Compadre Pedro Juan proyectó el merengue internacionalmente, siendo autor de Sancocho Prieto, Leña, Fiesta, Mis amores (Loreta), Caliente, entre otros, y de la escritura y arreglo musical del folklórico Dolorita.

La historia de Alberti ilustra la evolución moderna del merengue, su organización musical urbana y la relación con el desarrollo de los medios de comunicación. Entre 1920-28 tocaba el violín en las orquestas de los teatros Ideal y Colón que amenizaban el cine mudo en Santiago, al igual que lo hacía Julio Alberto Hernández. Al llegar el sonido al cine, como sucediera con tantos músicos, quedó cesante. Creó entonces la Jazz Band Alberti para tocar música norteamericana bailable en moda como el Charleston y el foxtrot.

En 1932 fusionó esta banda con los restos de la orquesta Lira del Yaque, reformulada ahora con 2 clarinetes y saxofones, 2 trompetas, trombón, bombardino, bajo de pistón, batería y ritmo, más 2 cantantes y güira, en una organización dirigida por Alberti, quien tocaba el banjo. Ese año, dice Alberti en una de sus obras, introdujo por vez primera el acordeón y la tambora en un merengue instrumental ejecutado en el Club Santiago.

En 1936 Luis Alberti dirigió la radiodifusora HI9B del Hotel Mercedes, función que realizaría luego en San Cristóbal desde HIIR La Voz de Fundación. Antes, en 1932, sería fundador de la Orquesta Sinfónica, primer violín de la orquesta de la Tabacalera, organista en la catedral de Santiago y maestro de canto coral. Desde 1940 -cuando grabó una veintena de piezas para Columbia Broadcasting System en el estudio del buque Argentina que nos visitara como parte de la gira hemisférica de la Orquesta de la Juventud Americana dirigida por Leopold Stokowski- se conectó con la floreciente industria del disco en la que competían CBS y RCA Víctor. Tuvo los sellos propios Alberti y L.A.

En 1959, al abandonar el maestro Alberti la dirección orquestal, la Generalísimo (rebautizada Santa Cecilia tras el ajusticiamiento de Trujillo bajo la conducción de Goyo Rivas) tenía 5 clarinetistas y saxofonistas, 3 trompetas, trombón, contrabajo, batería y tambora, güira, 3 cantantes (Rafael Colón, Marcelino Plácido y Arcadio “Pipí” Franco) y 4 arreglistas. Ya su huella sonora era leyenda. Con ese hombre bueno, músico de raza que quise, compartí sentado en la banqueta de piano en La Pipa de la Feria. Dios lo tenga en gloria.

Durante la Era de Trujillo el ejemplo más representativo de desarrollo de una big band y su nexo con los nuevos medios de comunicación fue el de la Super Orquesta San José. Ligada a La Voz del Yuna, propiedad de José Arismendi Trujillo, Petán, que desde 1943 difundía audiciones musicales en vivo, primero en Bonao y luego a partir de 1946 en Ciudad Trujillo. Ya trasladada la emisora a la capital y operando como La Voz Dominicana, la empresa inauguró la televisión en el país en 1952. En su desenvolvimiento, LVD reclutó a nivel internacional músicos, cantantes y técnicos, incluyendo la RAI.

En la dirección de la San José -principal de varias orquestas y conjuntos- desfilaron Rey Fernández, Enriquillo Sánchez, Simó Damirón, Luis Rivera, los cubanos Julio Gutiérrez y Pepín Ferrer, el mexicano Antonio Escobar y el panameño Avelino Muñoz. Como verdadera big band dirigida por Papa Molina, expresó el estilo del swing en formidables meren­gues instrumentales arreglos de Reyes Alfau, ejecutados en forma más suelta, agregándose la tumbadora en la percusión y el tumbao en el piano. Arreglos de Por ahí María se va y Papá Bocó resuenan triunfantes.

La Super actuaba en la programación de la TV, el Night Club y el Teatro al Aire Libre con cantantes tan emblemáticos como Colás, Casandra, Grecia, Joseíto, Vinicio. Y estelares como Lope, Recio, Francis, Curiel, Elenita y Fellita.

Así como Alberti fue sinónimo de Jaragua y la San José de Voz Dominicana, la orquesta Antillas del caris­mático Antonio Morel lo fue de bailes en clubes sociales. Exitosas grabaciones como Límpiate el bozo, Siña Juanica, Cara sucia, Masá, Skokian (hit de Armstrong y la orquesta de Ralph Marterie de los 50 adaptado a merengue), el estilo picante y más acelerado del innovador Morel –también músico sinfónico-, junto a su movilidad, le ganaron merecida resonancia. Francis Santana, Lucía Félix, Deschamps, Macabí, Defilló, Cáffaro, algunas de sus voces.

RAHINTEL en 1959 inició una TV informal y juvenil en torno a Rafael Solano y La Hora del Moro con nueva camada de artistas. Más orientados hacia el bolero, el bossa nova y la balada rock (Casado, Cáffaro, Incháustegui, Pe­reyra, Luchi, Defilló, Los Solmeños), el merengue y el bolemengue bailaron en ese memorable espacio.

Más importante en la historia del merengue fue la proyección que dio RAHINTEL al talento musical y la lírica de un extraordinario compositor, cuya orquesta ha representado tras la muerte de Trujillo una saludable línea de conti­nuidad del merengue desarrollado por Alberti –“merengue campesi­no con orquestación urbana” nos dijo Solano-, justo cuando el género entró en ciclo de muta­ciones que casi lo extingue.

Cultor y autor de pambiches (Dominicanita y Co­mo Juan), su orquesta ha mantenido una sola línea de sobria calidad con mangulinas (Guayacanal) y sarambos (Amor profundo) que alternan con merengues clásicos (La batuta, Desiderio Arias de JA Hernández y Siña Juanica de Félix López) cantados por Rico López, Francis Santana y Vinicio Franco.

En el exterior desde 1937 resalta la presencia en Venezuela de Billo Frómeta con la orques­ta bailable más popular y la de Porfi Jiménez en la década del 50. Tras Trujillo, los mosaicos de Billo ganaron los pies de la juventud que bailaba al son del fervor antitrujillista.

En la divulgación del merengue en NYC, Viloria y Valladares desde el conjunto típico y los discos de Ansonia. Luis Kalaff y Tavito Peguero, el dúo Damirón y Chapuseaux en chispeantes shows. Napoleón Zayas y orquesta, Let's do the Merengue. Alberto Beltrán –un auténtico trotamundos-, quien grabara boleros con la Sonora Matancera y el famosísimo Negrito del Batey de Medardo Guzmán y Héctor J. Díaz, un exitazo que se le pegó a su nombre.

Xavier Cugat y la Feria de la Paz. Con la Feria de la Paz en 1955 el régimen de Trujillo buscó proyectar inter­nacionalmente el país, encargándose a Xavier Cugat y su big band un álbum de estilizados merengues con temas alusivos al evento, con ediciones en EEUU e Inglaterra. El LP Merengue By Cugat trae piezas ins­trumentales en las que resaltan piano, marimba e instrumen­tos de viento, incluso el empleo de trompeta con sordina. Asimismo, temas vocalizados por el boricua Vitín Avilés, como los pegajosos Ay, que merengue y A bailar merengue que mantuvieron gran audición hasta los 60’s en países como Puerto Rico.

Otras orquestas meritorias acoplaron sus aportes en esos años de dictadura, emblematizada en la pieza de Pedro N. Pérez Era Gloriosa.

José del Castillo Pichardo, ensayista e historiador. Escribe sobre historia económica y cultural, elecciones, política y migraciones. Académico y consultor. Un contertulio que conversa con el tiempo.