Malecón Gastronómico

El Malecón de los 70 y 80: un punto de interés gastronómico en Santo Domingo

En noviembre del 2022 la Academia Dominicana de Gastronomía me convidó a sostener un intercambio acerca de antiguos puntos de interés gastronómico que operaban en el Santo Domingo de los 70 y 80 del siglo pasado. Encuentro aderezado con cena gourmet en Casa Mencía. Uno de los ejes referidos fue el Malecón, lastimosamente arrabalizado.

Al amigo Alex Rood le cupo el mérito de innovar en el Malecón de los 70, cuando ese paseo y respiradero marino emblemático de la capital, en lugar de afearse degradándose, exhibía atractivos establecimientos que enriquecieron la configuración heredada de la Era de Trujillo. Fue el caso del Cinema Centro fomentado por el empresario Victor Carrady en el inmenso solar que había servido de campo de fútbol al Club Iberia frente a Güibia. Junto al complejo de 6 salas de cine modernas y confortables dotadas de escalera eléctrica -una novedad tecnológica-, surgieron facilidades complementarias que hicieron de este recinto un destino obligado de los capitaleños.

El Viñedo -iniciativa de Alex junto a los Tony Ocaña y Flaquer- fue una exquisitez en todos los órdenes. Situado a la derecha de la entrada del Cinema, su oferta era como para hacerse habitué. Quesos camembert, brie, roquefort, patés, prosciutto, salami Genoa, casabe, dips de vegetales y buenos vinos. La decoración insuperable: lámparas Tiffany sobre cada mesa de pino americano barnizado, paneles de vidrios biselados pintados por Aurelio Grisanty. Música selecta, sin estridencias. Un plus, el juego Backgammon.

Como el ambiente lo hace la gente, allí estaban Jenny Polanco, las "Finas" Álvarez Gautier (Alejandra, Virginia, Teresa), Anita Messina, las Bonnarelli, Federico Fondeur, Cachi Ossaye, María Trinidad Sánchez (Dios la tenga en gloria junto a su hermano Enriquillo), Gina Franco, Luisa Auffant, María Filomena Barletta, Antonia María Freites, Mery Rosa Jiménez, Nassim Diná, Alberto de los Santos, Frank Jorge, Alejandra y Oscar Cury, Teresa Lebrón, Blanca Aurora Sardiñas.

Enriquillo Sánchez, Aurelio Grisanty, Jochy Russo, Micky Vila, Eduardo Selman, Tony Caro, Henry Gazón, Andresito Freites, Samuelito Conde, Ique Tavares, Otto y Fernando González Nicolás, David Paiewonsky, Peter Croes, Arturo Grullón, Jimmy Threan, Tavito Amiama, Ottico Ricart, Coqui Jorge, Félix Montes de Oca, las Perrota, Miriam Gotsch, Colombina Lovatón. Era antesala para bailar en Morocco, una discoteca fabulosa con atmósfera oriental, alfombras, sofás, otomanes, cojines, sederías, remedo de la Casablanca que Humphrey Bogart e Ingrid Bergman inmortalizaron.

Para golosos insatisfechos y toda la familia, la fuente de soda Howard Johnson abrió sus puertas en el ala izquierda de la segunda planta del Cinema. Helados, batidas, sándwiches, en múltiples y sabrosas combinaciones. Luego vendría una terraza y pizzería en la explanada. Al lado se instaló otra innovación en los servicios: el Liquor Store Omar Khayyam. Así los borrachos podían abastecerse con una amplia gama de bebidas, al amparo del célebre sibarita persa, matemático y astrónomo reformador del calendario musulmán, poeta autor de las famosas Rubaiyat celebrantes del vino y de la vida.

En la esquina J.M.Heredia, Le Café de los hermanos William y Manuel Read, con acogedora arquitectura de moldeo marino del arquitecto Micky Vila y sus apetitosas crepes, imperaba con música al gusto Gañanístico (del fraterno genial Francisco). Chico Buarque en Eu te amo, Elis Regina Aguas de Marzo de Jobim, Joao Gilberto y Tom en Chega de Saudade, Pierre Barouh y Nicole Croisille (los temas de Francis Lai, Baden Powell y Vinicius de Moraes del filme Un hombre y una mujer de Claude Lelouch). Gato Barbieri soplando El Último Tango en París, Sergio Mendes & Brasil 66 con su País Tropical.

Cierre por Atilio Stampone en Jaque Mate y mi preferida Mar y Luna de Buarque, de una plasticidad simpar: "Amaron el amor prohibido/ hoy eso es sabido/ Todo el mundo cuenta/ que una andaba lenta/ que una iba preñada/ y otra iba desnuda/ ávida de mar". Río abajo fluyendo hacia el mar: "Se fueron volviendo peces/ Volviendo conchas/ Volviendo espuma/ Volviendo arena/ Plateada arena/ Con luna llena/ A orillas del mar".

A pocos pasos en la misma cuadra en dirección oeste se ubicaba otro complejo que hizo historia. Un origen modesto en medio del conflicto bélico y la intervención militar de 1965, ya en plena negociación entre el gobierno de Caamaño y la comisión de la OEA encabezada por el embajador Bunker. Un ciudadano español, don Pedro Zavala Garay, montó un puesto dominical de churros bajo los amables almendros de Güibia. Las familias que aventuraron pasear por ese tramo del Malecón tuvieron esta opción los domingos en las tardes, mientras la ciudad permanecía dividida por las tropas de la FIP.

El emprendedor don Pedro agregó pinchos morunos y hamburguesas. Mudado luego a un solar de enfrente, surgió El Caserío, con placentera terraza debajo de frondoso almendro. Exquisitos emparedados como El Caserío hecho en pan especial cilíndrico, chocolate caliente, jugos naturales. Y luego todo un restaurante de mariscos y pescados, excelentes carnes, gastronomía española generosa y de calidad.

Una ampliación que le dio un giro extraordinario a El Caserío a finales de 1977 fue La Taberna de María Castaña, que alcanzó vuelos especiales en tiempos de Antonio Guzmán. Con las atenciones de Manolo Tojo, Eugenio Fernández y el inigualable bartender Pío, surgió un espacio todo jolgorio, sevillanas, cante jondo, palmadas, españolerías lanzadas al viento. Un mesón feliz que disfruté como enano en circo, cubierto su tope de tapas suculentas: gredas enormes repletas de langostinos relucientes; otras cargadas de salpicón de mariscos; más allá jugoso pulpo a la vinagreta; boquerones crocantes, sardinillas asadas al aceite o avinagradas, pimentones, champiñones al ajillo, cebollas carnosas.

Piezas de jamón serrano lasqueadas finamente, chorizos al vino, papas picantes a la brava. Tortillas con chorizo, queso manchego. Pan fresco de calidad para ayudar a engullir tanto manjar. Y por supuesto, vino abundante y celebrante. Cerveza, ron, whisky. Jarras de sangría refrescante que las mujeres preferían. Tanto se popularizó María Castaña que a veces "no cabía un alma". Un amplio parqueo trasero acogía al habitué. De allí emergió en cierto modo el gobierno de Salvador Jorge Blanco, al convertirlo sus seguidores y cuadros dirigentes en punto de encuentro. Como también se fraguaron noviazgos y matrimonios. A mediados de los 80 un Bingo se agregó al fondo del solar.

Antes que esto aconteciera, a mi regreso de Chile en 1971, encontré en moda La Posada, sito a seguidas de la residencia ocupada por doña Amelia Cabral Vda. Vicini y su hijo Felipe. En esta terraza impulsada por el popular hermano lasallista Arturo se formó un ambiente sano, de juventud de clase media que tenía su clímax los domingos en las tardes. Luis Rodrigo, Ramoncito Auffant, Ramoncito Prieto, Arsenio Dante Rodríguez, Poncio Enrique Pou, Leo Camarena, eran contertulios frecuentes. Un incidente en que se vio involucrado el coronel piloto Guarién Cabrera costó la vida a dos personas. Pese a ello, La Posada mantuvo su ritmo. Otros adquirientes de los derechos de operación se sucedieron.

Uno de los más conspicuos fue Luis "El Gallo" Acosta Moreta, quien desarrolló el Blues Bar, un lugar de ensueño animado por el saxofonista Tavito Vásquez, el trompetista Héctor "Cabeza" de León y el tecladista Ñaño Guzmán. Regia remodelación y decoración, complementada por platillos generosos de quesos franceses, patés, fiambres y galletas inglesas. Su anfitrión, todo un caballero, se desvivía en atenciones. De las noches memorables del Blues Bar salió un LP de excelente factura con temas como Europa, Skokian, Summertime, Niebla del Riachuelo.

Otro espacio abierto a la avenida era el Carimar, del Chino Pichardo, siempre concurrido con sus mesas desplegadas en la terraza de cara al mar, tal como lo indicaba su nombre. Con un público más adulto que el de La Posada, este local contaba con una parte trasera bajo techo provista de un piano bar con la actuación en los teclados del maestro vegano Enriquillo Sánchez. Su sola existencia era un imán poderoso que atraía a figuras de la farándula como el humorista y productor de televisión Freddy Beras Goico, Babín Echavarría, la gran Casandra Damirón, don Salvador Sturla, Manuel Sánchez Acosta cuando visitaba el país. La gastronomía del Carimar era de acento criollo, con fuerza en pescados como el carite en escabeche, camarones guisados, filete encebollado, chuletas a la plancha, longanizas fritas, tostones y otras exquisiteces.

Alternando presencia en esa amplia franja de nuestro bulevar marino encontrábamos la oferta oriental en El Mandarín. Un verdadero palacio de la riquísima gastronomía china con sus múltiples arroces y tallarines al wok, vegetales salteados, sopas revitalizantes, platos de cortes de cerdo, pollo, res, pescados al vapor, patos y costillitas, domplines rellenos de camarones o cerdo, egg rolls de entrada, salsas de soya, ostras, agridulce. Próximo, con asistencia más discreta, la culinaria japonesa ahora popularizada presentaba su oferta en Samurai, que trasladaría local a la Lincoln y más tarde a Seminario.

 

Hacia el oeste pasando el Vesuvio -que es plato fabuloso aparte desde 1954-, se ubicaba otra valiosa atracción que sobrevive: La Parrilla del queridísimo Joaquín Basanta (poeta nerudiano, comunicador eficaz, revolucionario exquisito, compañero de Milagros y padre de Juan), compartiendo esmeradas atenciones con Hugo Toyos. Churrascos, filetes, bifes de chorizo, chuletas y lomos de cerdo, parrillada mixta con vísceras, morcilla, salsas picantes, pechugas al carbón, yuca mocana con mojo, ensalada de aguacate. Vinos frescos, mejores quesos franceses y patés.

Acercándonos a la bocacalle Socorro Sánchez apareció KFC en su primera incursión en el país que tuvo recidiva en los 90. Operó el punto cervecero La Ceniza. Igual La Canasta del Sheraton con sus caldos salvadores, la pizzería Il Capo, la terraza piano bar Napolitano que derivó en hotel. En el Paseo Presidente Billini el elegante Epi Club de Ilander Selig, La Llave del Mar del capitán Marte y La Bahía con su sopa palúdica revive muertos.

¡Cuánto comer caballero! En ese Malecón de los “sueños rotos”.

José del Castillo Pichardo, ensayista e historiador. Escribe sobre historia económica y cultural, elecciones, política y migraciones. Académico y consultor. Un contertulio que conversa con el tiempo.