El último aldabonazo de Montaner

Carlos Alberto Montaner es un habanero de linaje catalán y aragonés

Carlos Alberto Montaner (Archivo)

Ha tocado la puerta con la aldaba grande y fuerte de su voz y de su escritura, siempre alerta, siempre resuelto. Es la misma llamada de atención que, en la ruta de la libertad y de la defensa de los derechos humanos, surcó los avatares de su vida desde muy joven, y que proclamó en sus columnas periodísticas difundidas alrededor del mundo, en conferencias, círculos intelectuales y auditorios variados.

No pocos, tal vez, por prejuicios o mandatos ideológicos, fomentaron contra él prejuicios con etiquetas. Muchos, estoy seguro, no solo leímos sus columnas sino también sus libros, como ensayista, como novelista, como combatiente por la libertad del mundo y del mundo suyo que dejó atrás. Su gran virtud fue la persistencia, su invariable esquema de reprobación de lo que consideró contrario a la razón y al discurrir histórico de las ideas y los hechos. En más de sesenta años, frente a argumentos en contra, se mantuvo al lado de lo que creyó como su verdad, la que defendió con la valentía del cañonero que dispara su proyectil hacia su blanco, sin lamentos y sin pausas, y aunque no logre su objetivo sigue cumpliendo su tarea, una y otra vez, contra toda esperanza.

Carlos Alberto Montaner es un habanero de linaje catalán y aragonés. Empero, un día descubrió que su componente familiar más relevante provenía de República Dominicana. Le sucedió a su hermano Roberto, que para la ocasión estudiaba medicina en nuestro país. En un ascensor encontró al que, de pronto, le parecía ser él mismo, su Otro. Hubo de quedar tan sorprendido que preguntó a ese Otro que era él, que quien era. Fue un suceso en que ambos se dieron cuenta rápidamente que  físicamente eran iguales. Uno era un Montaner habanero y otro un Landestoy banilejo. Entonces, Roberto, el hermano de Carlos Alberto, recordó al instante que su abuela materna, María Altagracia Lavastida, llevaba el Landestoy entre sus apellidos, y que esa abuela y su hermana habían nacido en República Dominicana, y en esos dos apellidos estaba el secreto genético del parecido entre los dos jóvenes que subían por un ascensor en Santo Domingo. Al linaje Montaner pues, se les agregaban, por la rama materna, sangre y apellidos dominicanos: el Landestoy y el Lavastida que remonta a  la casta de Rodrigo de Bastida -o de la Bastida-, el conquistador español cuya casa se conserva en la calle Las Damas de la Ciudad Colonial, quien muriera en Cuba mientras iba en ruta por nueva vez hacia Santo Domingo.

Hombre con una muy activa visión de los valores de la cultura, Carlos Alberto dedicó su vida a la escritura periodística, en columnas de amplia lectoría en los múltiples diarios y revistas donde asentó su firma, al tiempo que la literatura le hizo guiños que él aprovechó para instalarse en la narrativa con éxito, mientras estudiaba y asimilaba los estudios históricos, fundamentalmente los relacionados con su patria de origen. Fue español y estadounidense por adopción, pero ante todo fue cubano, por procedencia y vocación.

Por Montaner supe que el poeta admirado Pablo Neruda, el de la Oda a Stalin, a quien el escritor y periodista cubano consideraba “un ciudadano envilecido por el sectarismo ideológico”, fue quien recibió en Santiago de Chile a Fulgencio Batista, en gira entonces por América Latina después de su primer gobierno democrático en 1944, y al darle la bienvenida en la Universidad de Chile pronunció un discurso donde dijo: “Ante Fulgencio Batista, capitán de su pueblo, estamos en presencia de Cuba: nadie como él la representa tan poderosamente en este instante, y antaño unos pocos, a quienes él continúa, dejaron dispersos los huesos en cárceles de piedra para que Cuba viviera”. 

Supe también del racismo existente en América Latina en los años cincuenta, y, probablemente, antes y después. Como a Trujillo en el Club Unión, a Batista no lo aceptaron en el famoso Yacht Club de La Habana, por ser mulato. Al famosísimo cantante Nat King Cole le dio mucho trabajo conseguir un buen hotel que lo hospedase cuando visitó Caracas. Los negros costarricenses de la costa atlántica tenían que pedir permiso para trasladarse a San José. En Cuba, tiendas y bancos raramente contrataban a un empleado negro, y existían hasta sindicatos blancos. Un haitiano, en Cuba, difícilmente era atendido y cuenta Montaner que al embajador de Haití no le quisieron servir en la cafetería del hotel Comodoro y tuvo que marcharse del lugar. Agregamos nosotros que hay países latinoamericanos donde esa práctica continúa, en algunos de los cuales los negros no ocupan posiciones políticas de importancia y tampoco logran que se reseñen sus actividades en diarios y revistas. República Dominicana puede tener gente racista, como en cualquier otro país del mundo. Pero, hoy, que algunos aún le endilgan el mote a toda la comunidad nacional, los vecinos haitianos entran y salen de los mejores restaurantes, de los mejores hoteles, de los mejores resort, poseen empresas en Santo Domingo y Santiago, ambulan libremente por calles y avenidas -incluyo, a los mendigos-, se agolpan en los mall,  y los jóvenes estudian en escuelas públicas, los más pobres, y en los colegios más exclusivos, los pudientes, sin olvidar las innumerables parturientas que pueblan nuestros hospitales y el presupuesto de salud.

Montaner, que llegó a ser figura central en canales de televisión de Estados Unidos, probablemente inició su carrera en este campo cuando conducía el programa Planeta Tres, que se originaba en Santo Domingo junto a Álvaro Vargas Llosa y Jaime Bayly, y se difundía en varios países. Creo que el productor era el cubano Eduardo Palmer, que aquí realizó una fecunda labor como generador de noticiarios televisivos. Pero, además, quien inició aquí a este notable escritor en el periodismo radiofónico fue Antonio Espaillat, propietario de RCC, la potente cadena radial dominicana.  Lo que podemos ver, pues, es que Montaner ha mantenido vínculos familiares, fraternales y profesionales con nuestro país, aspecto que debemos resaltar y valorar en este momento en que él ha iniciado formalmente su retiro del ámbito público.

Lo conocí personalmente en un homenaje que se le rindió en un hotel de la ciudad al siempre recordado amigo don Mario Rivadulla, donde fuimos ambos los oradores de ese festejo. Aunque conversamos mucho aquella alegre y fraternal noche, me hubiese gustado haber tenido otras oportunidades para dialogar con él, hombre de saberes y experiencias, de victorias y reveses, de actos de vida casi insólitos, que solo sus agallas consiguieron superar.

Como Eduardo Chibás que dio aquel célebre aldabonazo para retirarse, de mala forma, y por haber fallado en sus cálculos y en sus alegres denuncias, suicidándose frente a la radioaudiencia que le escuchaba cada día en La Habana, Carlos Alberto Montaner, ha escrito su última columna. Su aldabonazo final. Hace varios años sufrió dos accidentes cardíacos y luego se le diagnosticaría el mal de Parkinson. Al despedirse ha comunicado que sufre de Parálisis Supranuclear Progresiva, ligada al Parkinson, pero sin temblores. Solo tres personas de cada cien mil la padecen. No tiene cura. Pronto no podrá leer, ni escribir ni conversar. Es una despedida triste.  A sus ochenta años hace mutis después de una larga batalla por la democracia y la libertad en América Latina. Nadie debería regatearle el haber sido un gran difusor, uno de los más arriesgados y clarividentes, de la idea de la libertad, crítico de dictaduras, pero también de episodios negativos de la democracia norteamericana. Hizo todo lo que pudo. Y lo hizo bien.

LIBROS
  • La libertad y sus enemigos

    Carlos Alberto Montaner, Editorial Sudamericana, 2005, 313 págs. Una evaluación del pensamiento liberal, las causas del subdesarrollo latinoamericano y de la arraigada tendencia populista en nuestra cultura política. Reflexión inteligente y razonada.

  • La mujer del coronel

    Carlos Alberto Montaner, Alfaguara, 2011, 213 págs. más apéndice. La más conocida novela de este escritor cubano, de quien Plinio Apuleyo Mendoza dijera que era un “relato apasionado, travieso e inesperado” y el escritor argentino Marcos Aguinis calificara de “lenguaje perfecto”.

  • Sin ir más lejos

    Carlos Alberto Montaner, Debate, 2019, 408 págs. Las memorias anticipadas de este gran ensayista y novelista, cuando llegó la hora de recapitular y de ir haciendo las maletas. Íntimo, ameno, revelador. Su vida familiar y la historia de Cuba y de la diáspora cubana.

José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.