En el espejo de Stephora

Morir de a poco, el acoso, el odio y la verdad que el espejo de Stephora nos obliga a ver

En el DRAE, «especular» tiene dos campos de acepciones. El primero nos habla de su función adjetiva; el segundo, de la verbal. Feliz polisemia que nos permite desanclar el juicio, construir, incluso, significados divergentes a partir de un mismo significante. Rehuir la tentación de ignorar el contexto, de no tomar en cuenta sus caudales. 

Como adjetivo, «especular» expresa la semejanza con el espejo. Ese que refleja nuestra imagen y que, en el lenguaje, sirve también como metáfora del autoconocimiento, de la mirada honesta, sin ardides, sobre nosotros mismos. De la introspección que amenaza con implosionar la resistencia de nuestro defensivo inconsciente. 

Utilizada como verbo y con intención admonitoria por la ministra Faride Raful, «(no) especular» es una invitación al silencio, a mirar para otro lado, a esperar bovinamente que las «autoridades» decidan ofrecer su versión sobre el trágico destino de Stephora Anne-Mircie Joseph.

Evitemos el extremo de negar la desmesura de algunas mediáticas versiones, pero, al mismo tiempo, detengámonos en su caldo de cultivo: el hermetismo de las investigaciones sobre la muerte de una niña haitiana, víctima de acoso escolar, que destacaba por la brillantez de su inteligencia.

En este caso, la «especulación» no es gratuita ni morbosa. Responde a la necesidad de la opinión pública de encontrar explicación a un hecho, particularmente doloroso por la inocencia e indefensión de la víctima, sobre el que los responsables de su investigación y esclarecimiento han mostrado una irritante pasividad.

¿Cómo pedir que no se construya una narrativa propia cuando solo quince días después de lo ocurrido la procuradora Yeni Berenice Reynoso instruye a Wilson Camacho y a Olga Diná Llaverías, de la Dinnaf, a «adoptar las acciones inmediatas necesarias para esclarecer las circunstancias en que se produjo el hecho», según publicó Diario Libre

Por lo demás, no fue esta decisión iniciativa de Reynoso, sino el resultado inevitable del espanto público y de la visita a la PGR de la madre de la niña, urgida de certezas que la ayuden a sobrellevar el peso de la pérdida. Interpretar esta dilación como desidia, preguntarse sobre sus porqués, no es andar descaminado.

En estas circunstancias, la exhortación de la ministra Raful a esperar los resultados oficiales tiene un regusto amargo. Su argumento de evitar mayor angustia a los deudos es falsario. La invitación subyacente es suspender cualquier atisbo de crítica a unas autoridades que no han sabido, o no han querido, dar la talla en sus responsabilidades.

Decíamos al principio que la palabra «especular» es igualmente adjetiva. Cualquiera que sea el resultado de la dilatada investigación sobre la muerte de Stephora Anne-Mircie Joseph, lo ocurrido en torno a ella desde el 14 de noviembre es el espejo en el que la sociedad dominicana debería mirarse para descubrir las iniquidades que afean el rostro de su humanidad. 

Porque Stephora Anne-Mircie Joseph no murió el día de su accidental o intencional ahogamiento. Moría un poco todos los días asaeteada por el odio a su color y origen de sus compañeros de aula. Por la crueldad de la burla y el desprecio. Por ese monstruo interior que nos empeñamos en solapar porque mirarlo de frente nos resultaría insoportable.

Aspirante a opinadora, con más miedo que vergüenza.