¿Ahora importa el que habla bonito?
¿En campaña todos los argumentos valen?...
La deficiencia es del candidato, pero la falla del estratega, del responsable del marketing. Apreciación válida para una marca de salsa, e igual para un político aspirante a cargo.
Cuando Gonzalo era ministro de Obras Públicas hablaba casi todos los días, reelección incluida, y nadie advirtió ni llamó la atención sobre sus dificultades oratorias. Entonces como que no importaba.
Cuando competía en las primarias tampoco, y su contrincante era un compañero de partido versado en el uso de la palabra. Las bases pudieron haber escogido a un pico de oro como Amarante, que se salió del tiesto antes de que creciera la mata, o Temo, que habla con tanta suficiencia técnica que hasta canta.
Pero ni a uno ni al otro, prefirieron al mudo, y aunque existen miles de sedas para vestirlo, mudo se queda. La gran diferencia, el mayor handicap.
No hay problema en poner a una cotorra a hablar, pero imposible hacer que un mudo supere en retórica a Churchill, o a Balaguer, Bosch, Peña Gómez y Fernández.
Culpa del médico, no del paciente.
Los chilenos tuvieron un candidato con buen apellido, pero escaso desempeño en la tribuna, y sin embargo, alcanzó la presidencia.
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