¿Esperar que vengan por las cabezas?
En el PLD se imponen renuncias ineludibles
Lo primero que tienen que hacer los peledeístas es aguantarse la boca. No la de comer, sino la de hablar. Si vieron que el nublado era cerrado, no pueden ahora darse por sorprendidos. Los efectos de la tormenta eran previsibles y hubo tiempo para guarecerse en refugios seguros o aprovisionarse adecuadamente.
La expresión es vieja, pero Kennedy la patentizó cuando el fracaso de Bahía de Cochinos: la derrota es huérfana. No puede atribuirse condición putativa a uno o a dos, sino al conjunto. Claro, la dirección.
La advertencia conviene, pues los peledeístas de ahora son muy salidos del tiesto y por cualquier caballada provocan una tormenta en una taza de café.
Empiezan pidiendo renuncias o posposición de eventos programados, como el Congreso, y más tarde aparecerán los mesías y los consiguientes grupos.
Esto es, dividir lo dividido.
Los eméritos debieran quitarse del medio sin que nadie los empuje, pues ya no pueden ni con el bastón, y como el de España no debieran desafiar la suerte ni rebajar su majestad.
Como los generales de Balaguer cuando llegó la democracia del PRD, merecen chacabana y bandeja, incluso integrar un Consejo de Ancianos.
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