El Congreso y la democracia del miedo

Todos juegan sin mostrar las cartas...

En otros países los votos se cuentan por anticipado y fuera del hemiciclo con una precisión de reloj suizo. Un proyecto arranca sabiendo de antemano cuál será su suerte. El conteo lo hace la bancada del Gobierno y por igual la de oposición, sin que haya diferencia. No se crean expectativas innecesarias ni sorpresas.

La honestidad y la sinceridad se asumen de manera pública. Aquí –lamentablemente– no es así. Todo interesado oculta su carta y se cuida de voltearla antes del tiempo previsto. El chantaje es fluido y llena su cometido.

La controvertida reforma constitucional, por ejemplo, que unos dan por fracasada y otros aseguran saldrá triunfante. Todo a ojo de buen cubero o según apuesta de postor.

Los implicados o fervorosos promueven su causa, pero se sabe que no son suficientes y que necesitan votos ajenos que diligencian. Como sería propio en cualquier congreso o parlamento del mundo.

Lo peor de todo es que los decisivos no dan la cara por temor a sus oponentes. ¿Cómo entonces colocarlos en la pizarra si nadie levanta la mano o pronuncia corroboro?

La democracia del miedo se impone y determina.

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