Sin pasión no hay juego emocionante
El decisivo fue un final de película...
Se critica la pasión del juego, pero el juego no sería emocionante si no fuera por la pasión. La pasión de ser aguilucho y la pasión de ser liceísta.
La mucha pasión no alteró el juego, sino que llevó gente al estadio y las gradas gozaron y sufrieron viendo a los peloteros dejar el forro en dura competencia. Incluso la naturaleza es parte del juego y hace de las suyas. Intervino el viernes, pero no el sábado, y las cábalas asumieron con rigor.
El partido se suspendió en el inning 13, cuando el Licey iba a batear, y si al viernes se le suma el 13, el resto tiene que ser fatídico. Y así fue.
La fiebre del sábado por la noche dio lugar a que un tiro errado, en una jugada rutinaria, decidiera el choque entre dos equipos que no debió terminar nunca, pues más que fastidio provocó sensaciones nunca vividas.
La pasión no perjudicó el juego ni lo hizo peor, y la culpa tampoco fue de los árbitros, cuyas decisiones aumentaron la pasión, pues lo pasado, pisado, y con un solo inning era suficiente y bastó.
Se impuso la naturaleza del juego y para que conste en la historia se ganó con una carrera sucia.
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