Unas encuestas que no marean...

Pero los parciales se las gozan como ciertas

De tanto ir al río el cántaro aprendió a no romperse, pues el problema no era de arcilla ni de oficio, sino de aguatero poco cuidadoso con la pieza. Lo mismo podría ocurrir con las encuestas. Como el político no viene, ellas van, y el fenómeno turba a lo Alá, pero no marea.

Abundantes como nunca antes y frecuentes como si se tratara del clima en un país donde el día menos pensado llueve, ya no necesitan acreditarse. Los favorecidos se ocupan de hacerles espacio, y tan amplios que no choquen ni se observen o atiendan sus contradicciones.

A golpe de etiquetas (que hashtag tiene problema con el español) andan para arriba y para abajo y a nadie ofenden, ni alarman, ni asustan.

De lo más qué se yo, diría una vecina, que en otra época se hubiera matado con otra discutiendo, atacando o defendiendo números que al final nunca eran. Ni ciencia, ni secreto ni misterio. La cuestión se develó sola. El problema no es de las encuestas, sino de los encuestados, y mientras complazcan el fervor de los fanáticos, territorio libre y ya no zona apache. Las redes se dieron gusto el pasado martes, y entre leonelistas gozo infinito.