Dios mío, Dios mío...

El análisis del comportamiento electoral de los políticos dominicanos tiene una conclusión lógica: lo que vemos en las elecciones es la consecuencia de que nuestros torneos comiciales no son de naturaleza política sino de naturaleza esencialmente económica.

La victoria o la derrota electoral no es la victoria o derrota de las convicciones ideológicas de un grupo de personas, sino el logro de la plenitud económica y la impunidad, en el caso de la victoria, o de la miseria y del agravio, en el caso de la derrota.

Por eso, nuestros políticos no tienen empacho en llevarse por delante la ley, los principios, las instituciones y todo aquello que se considera honorable o sagrado. Para nuestros políticos no valen para nada las reputaciones, la honradez, o una vida dedicada al servicio.

Lo único que vale es la victoria, sin importar los medios, porque al fin y al cabo, la victoria entrega todo lo necesario para una vida llena de satisfacciones: fortuna personal, placeres mundanos, genuflexiones e impunidad.

En una sociedad en que la riqueza material se confunde con la felicidad, no es de extrañar que perseguir la riqueza por cualquier medio sea un fin en sí mismo.

Y así, de ahora en adelante, habrá un país político, con sus propios medios para resolver sus problemas, y un país explotado y pisoteado, que sobrevive en las aceras viendo pasar el desfile de los potentados que lanzan migajas a la plebe.

Sólo nos resta decir: Dios mío, por qué nos has abandonado...

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