¿Aplausos? No
Los senadores han decidido “suspender” el infame “barrilito” mientras dure la campaña, y algunos están esperando que los aplaudan por ello. No se va a poder. El “barrilito” debe desaparecer para siempre de la política.
Muchas razones de orden ético y moral, así como de pura equidad, obligarían a que ese privilegio enojoso no forme parte e las “conquistas” de nuestros legisladores, pero la más importante de todas tiene que ver con su eficacia.
El llamado “barrilito”, cuando se usa bien, lo cual no es siempre el caso, sólo sirve para suplantar funciones que deben hacer instituciones del Gobierno central o de los municipios y está harto probado que esas acciones individuales son sumamente ineficientes y dispendiosas, amén de que se prestan a algunas de las peores formas de corrupción y paternalismo político.
En una palabra, el “barrilito” enquista en curules a personas que de otra manera no saldrían electo, y promueve el mantenimiento de condiciones paupérrimas de existencia. Es una perversidad que no tiene razón de ser.
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