Ser juez
Ser juez es una de las tareas más difíciles y de mayor responsabilidad de un ser humano. Es difícil, porque un juez tiene en sus manos el destino de una persona y de ahí proviene también la pesada responsabilidad.
El juez, al fallar, tiene que conciliar su sentido de humanidad hacia el imputado y su sentido del deber hacia la sociedad que representa. No todo puede ser humanidad en favor del acusado si es culpable o si las evidencias muestran que debe ir a prisión para preservar la integridad del caso y que la sociedad sea resarcida.
Ante un caso grave, acoger un tecnicismo legal que va a perjudicar de manera desproporcionada a la sociedad, no es ser verdaderamente juez, del mismo modo que si por cobardía o presión mantuviera en prisión a alguien que debiera estar libre.
El juez tiene que ser imparcial, pero la imparcialidad se sostiene también en el equilibrio de los valores envueltos. Un valor, la libertad del imputado y otro valor de igual o mayor peso, la preservación de la sociedad. El juez que no pese bien esos valores no es verdaderamente juez.
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