El ocaso del humanismo (2 de 3)

Puestos a la poco descansada tarea de examinar desde la perspectiva de los convulsos años que nos ha tocado vivir, qué relevancia pueda tener el humanismo para los hodiernos hombres y mujeres que, faltos de guía espiritual y moral orientación, anhelan imprimir sentido a su existencia en medio de la confusión que ha traído consigo -envenenado obsequio- este alborear del tercer milenio por cuyas fragosidades en desconcierto y desazón nuestro estupor deambula; advertidos de que entre las cuestiones de bulto que el referido humanismo pone sobre el tapete, la de establecer si hay algo así como una intrínseca superioridad humana a la que dicha corriente de pensamiento remite y de la que extrae su razón de ser es asunto que reviste en mi acaso espuria opinión indudable relieve; y last but not least, percatados, como no podíamos dejar de estarlo, de que los vocablos "humanismo", "humanista y "humano" están íntimamente relacionados por su historia, significado y etimología con la voz "humanidad", me hago cargo de que lejos de perpetrar agravio contra la discreción, nada luce más oportuno en el presente trance que ocurrir a los sanos y siempre disponibles dictámenes del diccionario.

Dicho y hecho. Abro el obeso volumen en la página que nos interesa y doy en sus columnas de letra menuda y apretada con la entrada "Humanidad". Allí, entre varias acepciones del término de las que, por no concernir directamente a nuestro tema, haré gracia al lector, figuran estas dos de las que sería imperdonable descuido prescindir; transcribo: "Humanidad, 1, "Género humano"; 2. "Benignidad, mansedumbre, afabilidad."…

Curiosa bifurcación semántica. La primera definición, de aséptica índole descriptiva, nos impone de que la palabra humanidad nombra la especie biológica humana o, para ser más precisos, al conjunto de los miembros que la componen; en tanto que la segunda, normativa y de carácter histórico cultural, designa una virtud. Entre una y otra se produce -a ojo grueso lo podemos comprobar- un deslizamiento semasiológico llamativo en extremo de la objetiva realidad fáctica hacia la esfera subjetiva de los valores. Y es poco cuanto cuidado pongamos en la aludida convergencia de ambas acepciones en un mismo término, por lo demás harto encontradizo, pues hasta donde la medianía de mi ingenio me permite conjeturar, de la ambigüedad en la que nos sumerge en el caso de la voz "Humanidad" un uso lingüístico desentendido de rigor, proceden los extravíos a la hora de establecer si es o no es imprescindible creer en la esencial bondad de la naturaleza humana para cultivar el sentimiento de amor y admiración al hombre a que la propuesta humanista, desde que eclosionara, nos invita.

A tenor de lo hasta ahora argumentado, asumo que no caminará lejos de la verdad quien, partiendo del primer significado del vocablo "Humanidad", concluya que no tiene sentido alguno declarar que se cree en ella, habida cuenta de que la existencia de la especie humana es factualmente irrecusable y, por consiguiente, toda presunción o artículo de fe respecto a su realidad está de más; y tampoco dejará de estar al cabo de lo que pasa el opinante que, acudiendo a la segunda acepción del vocablo que nos ocupa, la que dictamina que "Humanidad" significa "Benignidad, mansedumbre, afabilidad", observa que es incurrir en arbitraria generalización presumir que semejantes cualidades, harto apetecibles, son atributo del linaje humano a causa de vaya usted a saber qué providencial capricho de la fortuna; que si un dogma no merece los honores de la refutación es ése que, poniendo en entredicho las incontrovertibles enseñanzas de la historia, da en proclamar a título de certeza incuestionable, la substancial excelencia de lo humano. Basta traer a la memoria las monstruosidades asociadas a las figuras siniestras de Hitler, Stalin y Pol-Pot en tiempos recientes, o en data más remota el feroz sadismo de los inquisidores o de tantos jerarcas brutales de la Roma imperial, para que no alberguemos la menor duda en torno al hecho de que si bien cabe dar hoy como ayer testimonio de la existencia de hombres y mujeres cuyas obras honran a nuestra estirpe, la maldad y el horror han estado siempre presentes rubricando con inocente sangre e inmisericordes tormentos lo que fuimos otrora, lo que somos aún.

Y si tal es el caso y comprobamos que nos asiste la razón al descreer de una innata preeminencia humana en la que se fundamentaría el valor del género al que pertenecemos, entonces viene a punto preguntar -el momento no podría ser más propicio- si las levantadas aspiraciones del humanismo exigen de quien con ellas se identifique la conformidad con el postulado de la ínsita naturaleza virtuosa de lo humano que acabamos de confutar o, por el contrario, cabe la posibilidad de combatir en las filas de cuantos sostienen esa empinada visión del mundo sin vernos forzados a consentir en creencia tan escasamente sostenible. Por descontado, mi respuesta va en apoyo de esta última eventualidad. No veo por qué el estar en autos de que la conducta de los hombres no da pábulo a que abriguemos ilusiones en torno a su nobleza, como la más distraída revisión de sus acciones pone de resalto, no veo por qué, repito, dicha circunstancia impediría a nadie desear el bien a nuestros semejantes y el progreso a la sociedad; porque en resumidas cuentas, si algo tiene trazas de ser verdadero es que ese deseo basta para dar razón y justificación del programa humanista. Cierto lúcido pensador contemporáneo afirmó -y pareja afirmación merece mi adhesión irrestricta- que "No es el valor de los hombres lo que funda el respeto que les debemos; es el respeto el que les concede su valor."

Párrafos atrás definí al humanista como aquel que postula la dignidad del hombre en virtud de su condición humana y el enaltecimiento inherente a semejante dignidad. Y no juzgo fuera de lugar matizar ahora, atendiendo a los razonamientos precedentes, la definición que he vuelto a traer a la palestra de la cuartilla: la dignidad a la que me he referido (conquista de breve minoría de individuos sobresalientes, genuinos héroes en los más variados aspectos de la creatividad y el obrar humanos) es la que debemos no a una esencia humana supuestamente óptima, sino a los más sublimes logros en los dominios de la acción civilizadora y superación de la barbarie llevados a cabo por esos escogidos gerifaltes de la luz, hazaña portentosa de lo mejor que algunos hombres y mujeres en ciertos decisivos momentos del discurrir histórico nos han brindado, y que el humanista, maravillado, propone de modelo para el engrandecimiento y glorificación de la existencia.

dmaybar@yahoo.com

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