Candidato primero, partido después
En abril de 2022 se celebrarán elecciones presidenciales y legislativas en Francia
Su inesperado “¡Yo me largo!” buscaba que la Asamblea recapacitara y que los demócrata-cristianos de MPR, con quienes tenía más afinidad, les llamaran. La llamada se produjo en 1958.
Puso sus condiciones: una reforma constitucional mucho más amplia que la de octubre de 1946 que incluyera también la elección del presidente de la República por sufragio universal directo. Sus condiciones aceptadas, se procedió entonces a la reforma constitucional que daría nacimiento a la Vª República y que, con ligeras modificaciones, aún está vigente.
La nueva carta magna permitía, entre otras grandes reformas, que el presidente surgido de las urnas pudiera disolver la Asamblea Nacional después de un tiempo fijado por la ley de leyes; también terminaba, como decía de Gaulle, con la dictadura de partidos que había minado la Francia republicana durante años. La constitución de 1958, hecha a la medida para de Gaulle, disponía que los candidatos a la presidencia no serían ya candidatos de tal o cual organización política. Ahora, siguiendo un procedimiento fijado por la Constitución, podía ser candidato el ciudadano francés que obtuviera la firma de 500 funcionarios de la República elegidos por sufragio universal como, por ejemplo, diputados, alcaldes y regidores, entre otros.
Charles de Gaulle fue el primer presidente de la República elegido por sufragio universal directo en 1965. Su principal adversario electoral fue François Mitterrand que se había opuesto encarecidamente a las condiciones del líder de Reunión del Pueblo Francés (RPF), Charles de Gaulle, e incluso había publicado un excelente análisis a propósito de su regreso a la arena política y a la presidencia de la República con el atractivo título: El golpe de Estado permanente (1964).
Casi veinte años después de la publicación de El golpe de Estado permanente, Mitterrand sería elegido a su vez presidente de la República. Durante sus 14 años de gobierno se acomodó muy bien el traje constitucional hecho a la medida de Charles de Gaulle. “¡cosas veredes!
La constitución francesa, 63 años después de su promulgación, ha pasado dos veces la prueba de la cohabitación (presidente y Asamblea Nacional de tendencias políticas diferentes, 1985 y 1997), también la elección de un presidente sin partido político (Emmanuel Macron), que su adversario político Jean-Luc Melanchon calificaría de “presidente de los ricos”.
Pasó la prueba porque luego de su victoria en 2017, tenía el problema de formar una organización para terciar en las legislativas que tendrían lugar dos meses después de la presidencial sino quería otra cohabitación como las tuvieron Mitterrand y Chirac en 1985 y 1997 respectivamente.
De Gaulle quiso que el presidente no obedeciera a un partido político y dejaba a los partidos de la variopinta Asamblea Nacional que puede existir en los países democráticos. El exitoso e inteligente Emmanuel Macron fundó entonces, para hacer frente a la situación, “En Marcha”, una organización política con las siglas de sus iniciales.
En abril de 2022 se celebrarán elecciones presidenciales y legislativas en Francia. Macron no ha decidido aún si será candidato a su propia sucesión. Nada augura lo contrario. Y de nuevo, como si 2017 se repitiera, un nuevo outsider, esta vez de extrema derecha, Eric Zemmour, aparece en el panorama electoral francés que, según los sondeos de opinión, tiene un 15 ó 16% de intención de votos. Este advenedizo ha desestabilizado no sólo a la ultraderechista Marine Le Pen que en 2017 fue derrotada por Macron en segunda vuelta sino también a la izquierda y a la derecha republicana que se dice gaullista.
Contrario a Macron, Zemmour, el mismo día que lanzó su candidatura anunció la creación de su partido, ¡Reconquista! La recuperación de Francia y sus valores perdidos por culpa de sus últimos gobernantes.
Como todo populista de derechas, propone la erradicación de la inmigración descontrolada y/o expulsar a los extranjeros ilegales; se opone al matrimonio igualitario y sostiene opiniones antifeministas; como manda el populismo nacionalista, es racista e intolerante, no distingue entre terroristas e islamitas; se ha abierto tantos frentes que se sospecha que, aunque obtenga las requeridas 500 firmas, renunciará a su candidatura. Poco importa lo que este candidato represente. De Gaulle no lo contempló, ¡dura lex sed lex!
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