Los colmillos del lobo

Se ha banalizado el mal, como calificó Hannah Arendt la conducta de Eichmann al enviar miles de judíos a la cámara de gas durante la Guerra mundial

Cuando François Mitterrand fue elegido presidente en mayo de 1981, Jean-Marie Le Pen, líder del neofascista Frente Nacional (FN), no fue capaz de reunir las 500 firmas necesarias para ser candidato en las presidenciales de ese año. Analistas, la prensa y partidos políticos pensaban, basados en sondeos de opinión, que Le Pen no obtendría siquiera un 1% de los sufragios, mucho menos que, con un discurso carente de consistencia y desprovisto de sentido, la extrema derecha fuera una amenaza para la democracia francesa.

Casi cuarenta años después, Marine Le Pen, hija y sucesora del fundador del extremista Frente Nacional (FN), fue la contrincante de Emmanuel Macron en la segunda vuelta de las presidenciales de 2017, como lo fue su padre en 2002 frente a Jacques Chirac. Con la diferencia esencial de que ella había atenuado la imagen satánica con que su padre marcó al entonces Frente Nacional hoy Reunión Nacional (RN), y sitúa, para las presidenciales del 21 abril, si se toman en serio los sondeos de enero, como la que habría que derrotar en la segunda vuelta. Siempre y cuando mantenga la ecuanimidad y no se deje seducir por el discurso demagógico de la extrema derecha o que Eric Zemmour, un extremista tan radical como el Jean-Marie Le Pen de finales del siglo pasado, no le arrebate electores que la consideran asaz conciliadora y moderada.

Amparado por sus orígenes judíos, Eric Zemmour, en cambio, toma la antorcha del anti-islamismo y el exitoso discurso contra la inmigración. Zemmour, a pesar de no tener aún las 500 firmas requeridas para optar por la presidencia, los sondeos lo colocan en cuarta posición con un 14% de intención de votos.

Ana Hidalgo, candidata del otrora poderoso Partido Socialista (PS), no alcanza el 4% en las encuestas; el Partido Comunista (PC) no figura en los sondeos ni tiene grupo parlamentario y administra muy pocas ciudades de más de 30 mil habitantes; el PS, tiene 28 diputados y conserva la administración de París, Marsella, Lille, entre otras importantes capitales regionales. La extrema derecha ha desplazado al PC y la izquierda socialdemócrata del paisaje político francés.

Cuando Jean-Marie Le Pen decía en voz alta lo que muchos de sus compatriotas susurraban o expresaban en secreto, por la vía del voto. Hoy, los tópicos xenofóbicos y racistas de la extrema derecha, por ejemplo, no ruborizan ni evocan lo que sucedió en Alemania entre 1933 y 1945. Se ha banalizado el mal, como calificó Hannah Arendt la conducta de Eichmann al enviar miles de judíos a la cámara de gas durante la II Guerra mundial.

Desde las elecciones de 2002, se viene calificando el auge de la extrema derecha como una manera de protestar contra los partidos tradicionales. Nunca se recuerda que Hitler fue llamado por el presidente Hindenburg al bundestag [parlamento alemán] el 31 de enero de 1933 para reírse de su fracaso. En marzo, unos días más tarde, Hitler tomó el control de Alemania e impuso la intolerancia, la supremacía de la mítica raza aria, la exterminación de los judíos y la ampliación del espacio vital de Alemania. Una serie de principios absurdos que se tradujeron en más de 50 millones muertos. Sin insistir en un momento tan nefasto de la historia reciente de la humanidad, no podemos olvidar que la extrema derecha, como todo totalitarismo, es intolerante.

Hoy no se trata, suponen ciertos analistas, de la expresión de un descontento nacional. En Francia, la extrema derecha es activa y racional, desde los albores del siglo XIX, rechaza el espíritu de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789.

En los albores del siglo pasado ante la injusticia que desencadenó el affaire Dreyfuss, logró dividir a los franceses, se opuso encarecidamente al Frente Popular, primer y único gobierno de izquierda de la 3ª República; durante la ocupación alemana en Francia se integró al gobierno colaboracionista de Vichy.

Partidarios de la Argelia francesa, atentaron contra la vida del general de Gaulle. Hoy día son los paladines de la expulsión de los inmigrantes del Magreb (argelinos, marroquíes y tunecinos) y les resulta difícil disimular el antisemitismo que les hizo pensar que el capitán Dreyfuss había traicionado a Francia, cuando el verdadero traidor era su principal acusador. Eric Zemmour recupera el discurso xenófobo, intolerante, racista y desprovisto de sentido de Jean-Marie Le Pen y conquista un sector importante del electorado francés que olvidó los años oscuros del colaboracionismo.

Marine Le Pen, en cambio, se empecina en cambiar la imagen diabólica con que el fundador del FN estigmatizó su partido y, contrariamente al 82% que volcó al electorado francés contra su padre en 2002, obtuvo 46% de los sufragios en las elecciones de 2017 y una importante representación en el parlamento francés y europeo, así como importantes municipalidades.

La demagogia, como la mentira, tiene las piernas cortas. A pesar de que el Frente Nacional haya reencarnado en Reunión Nacional; que haya moderado su discurso, que no amenace con salir de la Unión Europea ni del euro, que se preste al juego de la tolerancia, de la democracia, esa careta disimula los colmillos del lobo.

Diplomático. Escritor; ensayista. Academia Dominicana de la Lengua, de número. Premio Feria del Libro 2019.