Los extremos se tocan: el victimismo como fenómeno político

¿Ha aprendido la izquierda norteamericana que sus excesos auspiciaron un derechismo delirante?

¿Ha comprendido la misma derecha que se autodestruyen los principios y valores del auténtico conservadurismo?

En sus inicios el objetivo de los movimientos pro derechos humanos, liberación femenina, lucha contra regímenes opresores y a favor de inclusión de minorías había sido erradicar los prejuicios, vernos todos iguales ante la ley, con los mismos derechos y deberes. Ahora lo importante es victimizarse, existir como víctima para censurarnos los unos a los otros.

El extremo a que estamos llegando por la supuesta “corrección política” es insostenible. Si mi identidad cultural se ve ofendida, viene la censura disfrazada de legitimidad. Increíblemente, aquel verano de 1968 en Paris con su “prohibido prohibir” y aquella juventud del Festival de Woodstock son hoy más revolucionarias y universales que la actual generación ofendida.

En las universidades norteamericanas basta pronunciar la palabra “ofender” para acallar la conversación. Lo “políticamente correcto” está matando las libertades y la reflexión abierta. Antes, la censura venia de una derecha conservadora, moralista, excluyente. Hoy emerge de una izquierda moralista, identitaria y aún más excluyente. Y como los extremos se tocan, fortalecen una nueva derecha más vulgar, más abusadora, más excluyente y menos democrática. 

Caroline Fourest lo explica en su obra Generación Ofendida, “dos visiones que chocan entre sí y se combaten. Por un lado, el antirracismo que reclama igualdad de trato en nombre de lo universal. Por el otro, el antirracismo que exige un trato particular en nombre de la identidad. El primero es universalista. El segundo es identitario.”

“El universalista desea luchar contra los prejuicios… para permitir que cada uno se desarrolle de un modo individual, se auto determine, sin que sea discriminado…el objetivo es el fin de las discriminaciones a lo Martin Luther King, destinado a ser compartido por la mayor cantidad de personas posible.”

Y continúa explicando el inconveniente que se plantea cuando aplicamos una visión separatista de la identidad de los otros y a la cultura. Promoviendo la auto segregación. De esta forma, en lugar de borrar estereotipos, los consolida y termina provocando una competencia entre las identidades. Tales excesos de lo políticamente correcto auspiciaron que Donald Trump representara el hastío y la revancha con un lenguaje desbocado, abusivo y unas acciones peligrosamente antidemocráticas.

Y nos preguntamos ¿Ha aprendido la izquierda norteamericana que sus excesos auspiciaron y promovieron un derechismo delirante? ¿Ha comprendido la misma derecha que se autodestruyen los principios y valores del auténtico conservadurismo? Algunos ya reconocen la urgencia de una izquierda más republicana, universalista e igualitaria. Y de una derecha similar donde la libertad vuelva a ser su norte y sus valores conservadores los reunifique. Pero un lado y otro del espectro político lucen anquilosados. Una izquierda que prefiere la violencia radical de Malcolm X y no la sabiduría y amplitud de miras de Martin Luther King. Y una derecha, que es fanática de Donald Trump, pero jura amor eterno a quien es su antítesis, Ronald Reagan.

Hoy tenemos unos grupos de izquierda que se movilizan por el “micro machismo”, las “micro ofensas”, dejando aún más ofendidos a sus antepasados que lucharon contra la segregación, el apartheid o el nazismo. Antes los militantes de izquierda buscaban la redención de la clase obrera y de los oprimidos de la tierra. Hoy “militan para no comer comida asiática en el comedor universitario y contra la clase de yoga – por considerarla apropiación cultural –. Su delicada epidermis se tensa ante la menor contrariedad.”

Mientras tanto, la libertad de hablar cesa cada vez que un grupo o una persona se ofende. De esta forma el debate, la simple conversación, la propia democracia no pueden sino sofocarse. La democracia jamás puede sustentarse en aprender a callarse, sino en aprender a escucharse y hablar mejor. No es solo lo que decimos lo que nos hace demócratas, sino como escuchamos y valoramos lo que nos dicen.

Dijimos hablar mejor, pues la incitación al odio, a la violencia, merecen ser sancionadas, tanto en las redes como en los medios tradicionales. No así el humor, la creación ni el sarcasmo. Como afirma Caroline Fourest “elegir el camino de la identidad jamás conduce a la igualdad, sino la revancha.”

Estamos sacralizando las víctimas y el victimismo para que estas se rebelen en victimarias, en vez de confrontar las causas que provocaron su situación. Estamos elevando a un pedestal la sociedad de la culpa y el miedo.

Nelson Espinal Báez Associate MIT - Harvard Public Disputes Program at Harvard Law School. Presidente Cambridge International Consulting.