Cuando escucho la palabra cultura, saco mi pistola

Hay quienes sostienen que la historia no se repite, pero tartamudea

Apenas dos meses después de haber asumido Hitler el cargo de Canciller, el 10 de marzo de ese nefasto 1933 no sólo para Alemania sino también para Europa y el mundo, se quemaron libros de autores de la llamada “cultura degenerada”, como consideraban los nazis las obras de judíos, comunistas e intelectuales que no comulgaban con las absurdas ideas racistas que proclamaban a los cuatro vientos los ideólogos del nacionalsocialismo.

Ebrio de poder se le atribuye unas veces a Goebbels otras a Göering la expresión: “¡Cuando escucho la palabra cultura, saco mi pistola!”. No es extraño que alguien con la cultura literaria de Goebbels se expresara así de la cultura, era autor de una tesis doctoral sobre el dramaturgo romántico Wilhelm von Schütz; la expresión se le atribuye igualmente a Baldur von Schirach, jefe de las Juventudes Hitlerianas. El abuelo del reconocido penalista y escritor Ferdinand von Schirach cuyas novelas constituyen un verdadero monumento contra el racismo y la supuesta superioridad étnica que le costó a su ascendente los 20 años de cárcel que le impuso el tribunal de Núremberg en 1946.

Parecería absurdo que personas tan cultas como Goebbels y comparsa fueran capaces de pensar algo semejante a propósito de la cultura, pero más absurdo es pensar que los soldados que conducían miles de judíos a las cámaras de gas escuchaban cada noche a Wagner y al día siguiente acudían a los campos de concentración a cumplir con “su deber”.

Tres años más tarde, el 12 de octubre de 1936, mientras se conmemoraba en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, el día de “La Raza” (hoy encuentro de culturas) el rector de la centenaria casa de estudios Miguel de Unamuno fue interrumpido, mientras se dirigía a los asistentes, por el general José Millán Astray, fundador de la legión, gritando: “¡Mueran los intelectuales! ¡Viva la muerte!”.

La reacción de Unamuno no se hizo esperar y sus palabras tienen hoy día la actualidad de aquel 12 de octubre de 1936 en presencia de la esposa del general Franco, Carmen Polo, que se dio cuenta del peligro que corría el prestigioso rector de la Universidad de Salamanca y, del brazo, le acompañó a la salida del paraninfo evitándole el linchamiento de parte de los fanatizados seguidores del general Millán Astray. La repuesta a “¡Mueran los intelectuales! ¡Viva la muerte!” entonces fue un instante del valor intelectual de Miguel de Unamuno que no le costó la vida mas sí el cargo de rector y, dos meses más tarde, falleció mientras leía en su residencia en Salamanca.

Hay quienes sostienen que la historia no se repite, pero tartamudea. Lo que ha sucedido en Nicaragua hace unos días con la decisión de Daniel Ortega de cerrar la Academia nicaragüense de la lengua es propio de la hybris como llamaban los griegos al orgullo desmesurado que caracteriza a los regímenes totalitarios que, borrachos de poder, pierden la perspectiva. Si la lengua es la patria Daniel Ortega y comparsa tienen tal vez el proyecto de destruir a Nicaragua, la patria de Rubén Darío, el innovador poeta de la literatura de lengua española moderna nacido en Matagalpa en 1867.

Creo oportuno reproducir aquí la respuesta de Unamuno a Millán Astray que también puede ser la protesta de los intelectuales nicaragüenses al totalitarismo que se ha apoderado de la patria del gran Rubén Darío:

 “Acabo de oír el grito de ¡viva la muerte!”, comenzó diciendo Unamuno, “esto suena lo mismo que ¡muera la vida! Y yo, que me he pasado toda mi vida creando paradojas que enojaban a los que no las comprendían, he de deciros como autoridad en la materia que esa paradoja me parece ridícula y repelente. De forma excesiva y tortuosa ha sido proclamada en homenaje al último orador, como testimonio de que él mismo es un símbolo de la muerte. El general Millán Astray es un inválido de guerra. No es preciso decirlo en un tono más bajo. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no se tocan ni nos sirven de norma. Por desgracia hoy tenemos demasiados inválidos en España y pronto habrá más si Dios no nos ayuda. Me duele pensar que el general Millán Astray pueda dictar las normas de psicología a las masas. Un inválido que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes se sentirá aliviado al ver cómo aumentan los mutilados a su alrededor. El general Millán Astray no es un espíritu selecto: quiere crear una España nueva, a su propia imagen. Por ello lo que desea es ver una España mutilada, como ha dado a entender”. Y como si no fuera suficiente, remató con estas palabras: “Este es el templo del intelecto y yo soy su supremo sacerdote. Vosotros estáis profanando su recinto sagrado. Diga lo que diga el proverbio, yo siempre he sido profeta en mi propio país. Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha, razón y derecho. Me parece inútil pediros que penséis en España”. 

Diplomático. Escritor; ensayista. Academia Dominicana de la Lengua, de número. Premio Feria del Libro 2019.