El latido económico
El latido de la economía mundial se ha debilitado
El latido de la economía mundial se ha debilitado. El dato más preocupante es que el producto se contrajo en el segundo trimestre del año. Y que la inflación sigue proyectándose a niveles cercanos a dos dígitos.
Los problemas se han acumulado. Primero fue la pandemia. Después la guerra Rusia-Ucrania-occidente, con la cadena recíproca de restricciones que han perturbado el flujo de mercancías, causado impacto en los mercados de valores y de productos, espoleado la inflación. Europa se prepara para vivir un invierno sin el suministro de gas de Rusia, necesario para la calefacción.
A lo anterior se agregan los efectos del calentamiento global en algunas regiones donde las temperaturas han superado con holgura los 40 grados centígrados y las llamas han consumido centenares de miles de hectáreas de bosques.
Es como si la hecatombe insistiera en mostrar sus colmillos amenazantes sin que la humanidad se inmutara.
Esta crisis surge en medio de una gran resaca colectiva, la del endeudamiento público frenético y la subsecuente oleada de subsidios que rayan en el populismo, en detrimento de la inversión y del gasto corriente productivo. Las sanas prácticas de manejo fiscal equilibrado y de prudencia monetaria fueron puestas en receso por conveniencias de partidos y grupos de poder, mientras se acumulaban condiciones para la desestabilización del armazón económico mundial.
La prescripción fondomonetarista de que todos los países acudieran al endeudamiento sistemático para impulsar la demanda y ayudar a salir de la recesión provocada por la crisis inmobiliaria y financiera de 2008, aunque trajo alivio en aquellas circunstancias, provocó una adicción casi incurable. La deuda pública, al igual que los estímulos monetarios, se dispararon en franco desafío a los principios que trajeron estabilidad y crecimiento con posterioridad a la segunda guerra mundial.
Ese proceso de desestabilización tiene que ser revertido, al igual que el de confrontación. Si no se produjera un cambio de actitud, todo apunta a que el homo sapiens se encamina hacia su propia destrucción.
El problema estriba en que es peligroso hacerlo en medio de turbulencias geopolíticas, económicas y medioambientales. Hay que actuar con prudencia para evitar estallidos sociales que terminen en un callejón sin salida.
Lo que debió de hacerse en forma ordenada hace tiempo, cuando la situación macroeconómica era óptima, no se hizo. El sacrificio que imponía no resultaba gratificante para el grueso de la dirigencia política. Los gobiernos continuaron extasiados por el cannabis del endeudamiento para emplearlo en gasto de alta tasa de retorno político, en vez de cortar los déficit, moderar el endeudamiento, ampliar la base productiva, mejorar la calidad de la infraestructura y reforzar la protección social.
La hora de la contención ha sonado. No queda otra salida que el ajuste forzoso. El alza de las tasas de interés marca el camino. Las velas fiscales y monetarias han de ser recogidas. Ese el escenario que hará posible frenar la inflación y volver al crecimiento con estabilidad, siempre que el espíritu bélico que impera en el mundo no termine de causar una desgracia aún mayor.
En medio de tantas precariedades va a resultar muy duro, en términos locales, dedicar el 23% de los ingresos tributarios a pagar los intereses de la deuda del Gobierno central; es decir, por cada 4.3 pesos que ingresan por recaudación tributaria habrá que destinar, aun sea a regañadientes, un peso para cubrir ese compromiso. Es, como dice el refrán, “trabajar para estar cansados”.
Lo que más indigna es que este país ha vivido muchos años de crecimiento económico frenético, situado casi en la punta de los indicadores para la región, pero en vez de disminuir, la relación intereses/pib ha ido en ascenso desde cifras de un dígito bajo, a comienzos del siglo XXI, a los dos dígitos de la actualidad, a lo cual hay que agregar los guarismos de la deuda cuasi fiscal.
No es consuelo alguno exclamar “¡faltaron estadistas, sobraron populistas!” No lo es, pero proclamarlo alivia el desencanto. Por eso, no es descabellado ni locura alguna que un pueblo agobiado por tantos entuertos pida a los Reyes Magos, desde agosto, que el cambio termine de llegar a los aspectos estructurales, con la apropiada cautela.
Cambios estructurales que forman parte de una agenda antigua muy amplia. Entre otros, que sofoquen el crecimiento de la deuda fiscal y cuasifiscal, conviertan en autosuficiente al sector eléctrico, reformen el mercado de trabajo para aliviar el pasivo laboral, estimulen la integración de los trabajadores al mercado formal, frenen la inmigración de haitianos irregulares, y aumenten la protección social de los dominicanos.
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