Crisis haitiana: ¿jugando a la política?

Mientras la inmigración haitiana se asuma como una competencia histriónica entre el liderazgo político, que la cree ganar quien habla más duro, seguiremos gastando recursos para contenerla inútilmente

El discurso del pasado 27 de febrero fue un juego retórico. Antes que rendir cuentas, la intención del Gobierno fue replicarle a la oposición.  Ese designio lo insinuó el propio Abinader cuando días antes la invitó a escuchar su alocución.

La pieza, densa y pesada, tenía más de apología que de cuentas. Tan manifiesto era ese propósito que en algunos instantes se obviaron las apariencias, asumiendo el presidente una franca posición defensiva. En ese esfuerzo, uno de los argumentos más decepcionantes fue el del “index pollo”, mención extravagante que, además de sustraerle rigor y naturalidad al discurso, develó su interés político.

El presidente Abinader pretendió así desarmar la crítica opositora y de paso fortificar la marca de un Gobierno que entra en el ciclo del desgaste natural, aunque con un horizonte despejado para repetir.

No analizo un discurso ya vencido por el tiempo (a casi dos semanas de su pronunciamiento). Me detengo, sin embargo, en una de las agendas derivadas de su contenido: la cumbre para convenir un pacto de nación frente a la crisis haitiana.

Sucede que el tema de Haití ya posee rango electoral. Su interés popular no tiene estadística porque las grandes firmas encuestadoras no lo ha sondeado; sin embargo, es obvio que después de la agudización de la crisis de ese país es un asunto de primera atención de este lado de la frontera.

Pasadas las primeras dos horas del discurso, era notorio que el presidente corría con cierto desgano la lectura del teleprónter. En ocasiones su voz, ya fatigosa, se enredaba en el texto. Fue así hasta llegar al tema haitiano, cuando el rostro se le iluminó y su expresión tocó el más alto techo emotivo. De súbito, un orador transfigurado emergió de la nada y en segundos el delirio se aposentó en la sala de la Asamblea Nacional. Ninguna ovación fue tan eufórica. Todos se pusieron de pie como movidos por un mismo resorte.

El presidente, luego de afirmar que “… nunca antes ningún gobierno había hecho tanto por proteger la integridad de la República Dominicana a lo largo de su frontera”, lanzó un llamado “a un gran pacto de pación, para una política de Estado firme, estratégica y uniforme”.  Ese fue el remate para una oposición apocada. Y es que no conforme con robarle el balón, el presidente Abinader lo mantuvo en su dominio y, con el llamado al pacto, llevó a sus adversarios políticos a su terreno.

Aunque no fuera la intención (cosa que dudo), se percibió como una trampa política del Gobierno ostentar con las cifras de los haitianos repatriados y contextualizar la crisis haitiana con adquisiciones de tanques, vehículos blindados, aviones de patrullaje, helicópteros y municiones para el Ministerio de Defensa, compras calificadas por el propio presidente como “el mayor equipamiento militar adquirido por la República Dominicana desde la recuperación de la democracia en 1961”. 

En un instante me sentí como un imaginario espectador del discurso del estado de la Unión del presidente de los Estados Unidos en pleno ambiente de guerra. No pocas personas a las que consulté se sintieron arrebatadas por parecida sensación. Una estrategia retórica estrambótica.

Después de lanzar el reto del pacto de nación, el presidente empezó a presumir con los aludidos equipos militares. A menos que se entienda la intención política del discurso, pienso que no era necesario cruzar esos límites. Me parece que ese exceso legitimó en parte la excusa de la oposición mayoritaria (PLD y FP) para no participar en la cumbre, como se demostró en su primera convocatoria. “Si como Gobierno has hecho tanto por la seguridad fronteriza, ¿para qué nos necesitas?”, le diría una oposición suspicaz a un presidente desafiante.

La convocatoria a una cumbre por el pacto de nación colocó a los ausentes en una incómoda disyuntiva: si participaban, validaban una iniciativa del Gobierno que pudiera acreditarlo electoralmente; en caso contrario, mostrarían su falta de interés en un asunto de irrefutable atención nacional. La opción que quedaba era desmeritar el llamado por su fuerte tufillo político, y así lo hicieron. El discurso del presidente ayudó, sin proponérselo, a afirmar esa percepción.  

Creo que el deseo de cercar a la oposición llevó a los estrategas del presidente a dejarla sin otra opción. Si se hubiese armonizado en equilibrada relación los adelantos del Gobierno con los posibles aportes de los convocados a la cumbre, el Gobierno habría conseguido las dos cosas: exhibir sin alardes sus avances en seguridad fronteriza y tener a toda la oposición en el foro, pero la emotividad que sobró en el discurso le faltó en humildad política.

Algunos dirán que el PLD y la FP como quiera no hubieran asistido. No comparto esa inferencia. Cuando la convocatoria la hace el Gobierno, la tradición sugiere que la oposición asiste, por un asunto de legitimación, y luego se retira alegando cualquier pretexto. Esta vez ni siquiera hubo el amago.

La lección para todo el liderazgo (Gobierno y oposición) es no jugar a la política con temas tan sensitivos. No es digno ni justo para nadie, menos para la nación.

Pienso que antes de hablar de cumbres políticas (sin descartarlas) existen focos de cuidado que demandan acciones de Estado, y el principal es el tráfico ilegal de personas y mercancías por la frontera. Los que se deportan, regresan. Un círculo vicioso que no se detiene a pesar de los números de las repatriaciones.

Nuestros problemas migratorios más que normativos son fundamentalmente operativos y su solución está en la esfera de las acciones de los gobiernos. La permeabilidad de la frontera es el primero y no está resuelto.

Mientras la inmigración haitiana se asuma como una competencia histriónica entre el liderazgo político, que la cree ganar quien habla más duro, seguiremos gastando recursos para contenerla inútilmente, en tanto muchos dominicanos y haitianos amasan impunemente riquezas con esos tratos.  Una seria y consistente ocupación del Gobierno en desarticular esas estructuras es premisa básica para una cumbre. 

Esta experiencia sirvió al menos de lección para descifrar lo que viene cuando se acerque el calendario electoral: mucho teatro demagógico con el tema haitiano. Ojalá lo entiendan: lo de Haití no está para ensayos, mucho menos para juegos políticos. Más que discursillos enardecidos y aireados con un patriotismo de microondas, la nación quiere ver propuestas y resultados.  Dejemos el juego.

Abogado, académico, ensayista, novelista y editor.