Ay, pero si no

Nadie sabe si esas funciones de teatro son escenificaciones de tragedia, drama o comedia. Y tampoco importa. Todo parece indicar que el país se encuentra en un momento histórico decisivo.

En el escenario, se escucha la voz de la conciencia: “Las palabras pronunciadas en el discurso fueron huecas, fingidas. El rostro pétreo, la expresión disonante con el mensaje, así lo confirman”.

Se acrecienta la sospecha. Todo apunta a la materialización de un engaño. No hay indicios de que se tenga la intención ni tan siquiera de probar el elixir de la regeneración.

Es teatro, puro teatro. Juego de poder terrenal. A los delfines se les arrima y se les suelta al “ungido” en aguas previamente despejadas. Nada de altruismo. El vértigo lleva a agarrarse de artilugios para la sobrevivencia.

Se rompe el silencio. Se desvela la trama. El proyecto de reforma de la Constitución estaba elaborado, los votos de los diputados asegurados (comprados). El temor a lo que pudiera llegar del norte luego de la llamada de Pompeo, frenó la embestida.

Aquel discurso fue solo una elaboración forzada. Poco importa el afecto que pudiera plasmarse en la mirada del propio pueblo, en comparación con los intereses, el poder y ¿la gloria?

Carcome la duda. Qué haría un pueblo de baja estima, con la indecisión rondándole las cuerdas del alma. Los de abajo, con sus miserias a cuesta; los del medio, angustiosamente mermados; los de arriba, con su panza ahíta y la vergüenza honda de ser mostrados como figuras de porcelana para llenar espacio en el foco mediático. Por Dios, ¡qué haría ese pueblo!

La tensión corta el ambiente. Un estremecimiento recorre el cuerpo colectivo. Rabia. Impotencia. Furor. Jadeo, Indignación. Estallido. Y el clamor in crescendo, que lucha por elevarse al cielo y desatar los truenos de la ira.

Sube el telón.

Aparece una imagen potente dispuesta a lanzar una tromba incendiaria, devastadora, inmisericorde, sin rastro alguno de piedad, como si el cansancio por apurar el acíbar haya carcomido sus fibras más recias. Y pronuncia la sentencia:

“Yo, investido en función soberana, deploro que la esfinge haya pretendido transformarse, diluirse, escabullirse, manipular, con el propósito de permanecer en control de las riendas por el fin de los tiempos, pese a la última oportunidad que le ha sido ofrecida.”

“En consecuencia, en uso de los elevados poderes que me son propios, le acuso de incumplimiento del acuerdo social y de alta traición, por intentar, a través de todos los medios a su alcance, romper el orden constitucional establecido, trastocando realidad por ficción.”

“Por tanto, le condeno a la pena infamante de degradación cívica, por presunción de honor aun no lo tuviere, y ordeno que los ojos de los conciudadanos se desvíen de la mirada de quien la reclama en sus discursos solo para fingir nobleza. En lo adelante, esos ojos, todos a uno, lo habrán de increpar en las calles con resplandores de desprecio.”

“En tal virtud, dispongo que sean acumuladas todas las cuentas pendientes, atinentes o no a licitaciones públicas y a distribución de fondos hacia fines clientelares, para que sean cobradas con recargos y sirvan de escarmiento a las generaciones futuras.”

“Así lo mando, con objeto de que sirva de lección y sea herramienta eficaz para la consolidación de una democracia que funcione sin sobresaltos, con alternabilidad, imperio de la ley aplicada por igual a todos, rendición escrupulosa de cuentas, y se convierta en estímulo a la generación de riqueza y empleo productivo.”

“Se decretan tres días de alboradas populares para celebrar el fin de la transición democrática con impunidad que empezó con la decapitación del tirano en 1961 y el inicio del período de consolidación institucional con desarrollo económico.”

“He dicho. ¡Cúmplase!”

Baja el telón.

He ahí la opción, mostrada en dos actos de escenificación teatral.

Una simbolizada por el ¡Ay, si lo cumpliera!, marcada por la alegría de un pueblo por la rectificación deseada, que conlleva la versión de borrón y cuenta nueva del siglo 21.

La otra simbolizada por el ¡Ay, pero si no! Expresión de cansancio colectivo y de ajuste de cuentas.

Nadie sabe si esas funciones de teatro son escenificaciones de tragedia, drama o comedia. Y tampoco importa. Todo parece indicar que el país se encuentra en un momento histórico decisivo.

Las autoridades tienen la oportunidad de trazar un camino duradero de consolidación de las instituciones democráticas, a cambio de reconocimiento público, pero sus últimas actuaciones las alejan de ese camino.

O la de embarcarse en luchas grupales por el mantenimiento del poder, cuya consecuencia podría ser el repudio colectivo y la sanción demoledora.

Elegir bien la opción apropiada puede que sea suerte, pero también virtud. Ilumínalos, Señor.

Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.