¡Ay, si lo cumpliera!

Hay que agradecérselo, aunque se sepa que lo hizo solo después de haber intentado por todos los medios modificar de nuevo la augusta carta para permanecer en el poder.

Sube el telón y se inicia el acto. “Yo, investido en función de pueblo, proclamo que la fuerza del Estado acaba de ser vencida por la voluntad de todos, expresada en forma rotunda y sin fisuras en contra de la intención de reiterar la anomalía fraudulenta de modificar la Constitución para beneficio de un grupo, en busca golosa e incesante de la permanencia en el poder.”

“Por tanto, dispongo que, en lo que dure este siglo XXI, no se le cambiará a la Constitución ni siquiera una coma en lo relativo a la elección y reelección del presidente de la república.”

“Ordeno, que los pretextos que surgieran para modificarla sean desestimados y sus propiciadores sometidos a escarnio público, con penas infamantes, por daño flagrante a la tranquilidad social y trabas al desarrollo institucional de la nación.”

“Y mando toque de arrebato para dar inicio al período más glorioso de la nación, al comenzar a superarse la larga transición hacia la democracia, lastrada por la impunidad, y dar paso al predominio de las instituciones sobre el personalismo.”

Lo narrado pudiera ser la consecuencia de una pantomima, escenificada a escala nacional.

El destino quiso que se acumularan circunstancias desfavorables y se frustrara el plan de acomodar la Carta Magna para permitir otra reelección del presidente de la República o habilitarlo para 2024.

Entre otras, llegaron informaciones que involucran al proyecto de Punta Catalina en la red de sobornos de Odebrecht; se intensificó la división interna en el partido de gobierno; no se contaba con los votos congresuales, salvo compra evidente de voluntades; el rechazo de los grupos organizados y de la población se hizo cada vez más fuerte; el poder del norte advirtió, mediante llamada telefónica y nota escrita, acerca del necesario respeto al orden constitucional.

Demasiados víveres para tan magra paila. El Estado perdió el pulso.

Constreñido por la situación, el presidente anunció, con faz tensa y dura, que no intentaría reformar la constitución para lograr un nuevo período de gobierno, porque “hay normas y principios que trascienden la labor de un hombre o de un gobierno, y es nuestra responsabilidad preservarlos.”

Esas palabras fueron como un bálsamo colocado en la epidermis de una sociedad atormentada y tuvieron la virtud de atenuar la incertidumbre que amenazaba descarrilar el tranvía de la patria y hacer estallar la paz social.

Hay que agradecérselo, aunque se sepa que lo hizo solo después de haber intentado por todos los medios modificar de nuevo la augusta carta para permanecer en el poder.

En la alocución que pronunciara, es resaltable que el presidente expresara la aspiración de lograr que “cuando llegue al término de mi segundo mandato y deje la Presidencia de la República, quiero poder salir a la calle a caminar como un ciudadano más y mirar a las personas a los ojos con la tranquilidad que dan el deber cumplido, la honestidad y la humildad”.

Premonición: Cuando llegue ese momento, sus ojos solo podrán sostener la mirada de sus conciudadanos, si atinara a realizar ahora, mientras dure en el ejercicio del poder, algunas acciones que le confieran una dimensión distinta.

Y esa dimensión no la adquirirá ni con más préstamos, visitas sorpresas, ni manipulación mediática. En cambio, podría lograrlo, y ojalá lo alcanzara, si se trazara un plan para ejecutar acciones no virtuales, tales como:

Desenredarse de las patas de los caballos del odio y celo partidario y dejar de escuchar los cantos que le susurran el 2024 como viaje del retorno.

Renegar de la creencia de que la justicia constituye un refugio para premiar lealtades personales y deslealtades cívicas.

Dar inicio a reformas que abran paso a la política grande, visionaria. Por ejemplo:

Ejecutar un proyecto de reducción acelerada de las pérdidas y subsidios del sector eléctrico para darle sostenibilidad y estabilidad financiera.

Resolver el costo y embotellamiento del transporte público, frenado por el miedo al costo político.

Elevar la calidad de los servicios de salud y utilizar recursos que van al abismo de los subsidios, para igualar el per capita del afiliado no contributivo al del contributivo.

Extender y mejorar el 911.

Reorientar la educación pública hacia el aprendizaje, en vez de privilegiar infraestructuras e insumos.

Cortar el cordón umbilical de la deuda cuasi fiscal y resolver las distorsiones que afectan al sistema financiero.

Desinflar el vientre hinchado de la nómina pública parasitaria.

Baja el telón y termina el acto.

¡Ay, si lo cumpliera! La obra de ficción palidecería y los ojos de su pueblo irradiarían destellos centelleantes de afecto y reconocimiento.

Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.