El primer día

Con la publicación de su cuarta magistral obra ´El primer día´, el ya extinto reconocido y laureado escritor Luis Spota culmina su subyugante saga conocida como “La Tetralogía del Poder”, antecedida con “Retrato hablado”, ´Palabras mayores” y “Sobre la marcha” la fascinante narración de fenomenología política de un país latinoamericano cuyo nombre no menciona, pero a decir de él, “todo el mundo sabe cuál es”. Las cuatro obras son un excepcional tratado sobre los complejos intríngulis y enjundiosos engranajes con los que se construye el quehacer político de manera pragmática, cruda, con realismo insospechado, sin abandonar los símbolos y apariencias y las construidas bonhomías necesarias para alcanzar el poder.

No recorreremos los interesantes pasos y alucinantes tramos que llevaron al Doctor en Ciencias Económicas Víctor Ávila Puig a la presidencia de la nación que sin ningún titubeo recomendamos a todo interesado en la ciencia de ´lo posible y conveniente´ la politología, leer con agradable apetito en los tres primeros tomos de Spota. Nos centraremos en el primer día -al igual que tan finamente describe la obra- no aquel en el que asume la presidencia, el flamante Dr. Ávila Puig, sino en ese mismo primer día en que Don Aurelio Gómez Anda, tras cinco años de poder constitucional cuasi absoluto en un régimen presidencialista, despierta con las primeras nociones tomando cuerpo y consciencia de que ya no está investido del primer cargo al frente de su país; de que el poder se ha mudado en cuerpo y mente a otro depositario.

A pesar del paulatino descenso de visitas y demandas, solicitudes de entrevistas, y asedio de periodistas, peticionarios y público de a pie, que en el período de transición de mando ya empezaba a sentir, o mejor, a resentir, excepto por la intrusión de interesados para que les concediera una última canonjía, favor, pago pendiente o mandato ejecutivo, del que ya no quedaba mucho espacio ni autoridad para complacer, Don Aurelio despertó ese primer día no viendo ya, como antes, la soledad del poder venir, sino que al abrir los ojos la vio sentada al pie de su cama mirándolo, sin apartar la vista.

Recorrió en su primer abrir de ojos, mientras el horizonte en su ventana mostraba los primeros claroscuros, sus ejecutorias positivas, obras de bien y servicios en todo un lustro a su país, mas, sus poros lograron colar un leve fino sudor en frente y manos al no poder recordar los innumerables documentos, decretos, cartas, y aprobaciones e instrucciones firmadas y que de seguro, algunas podrían ser usadas por los adláteres y servidores del nuevo incumbente para involucrarlo judicialmente. –Si procede, como yo en mis comienzos lo hice, dijo para sí,-primero cercarán a mis cercanos colaboradores y seres de estima, luego estrecharán el lazo...

Se levantó y dispuso en la más absoluta soledad, a poner otros pensamientos en orden. En las últimas semanas despachaba con ligereza y prisa a visitantes y funcionarios de otras oficinas fuera de Palacio, fingiendo que debía terminar la entrevista o visita, pues muchos otros aguardaban verle; una manera de ocultar o disimular ante los cada vez menos, su declinante actividad, su relativo poco quehacer presidencial, en que muchos de sus diligentes servidores e incondicionales se dirigían a nuevos domicilios.

Pasó revista al recuerdo de las acostumbradas sesiones privadas en que los servicios de seguridad e inteligencia en las primeras horas de la mañana le hacían oír conversaciones telefónicas intervenidas o recogidas a distancia, y en las que con ojos cerrados, en una pequeña habitación contigua al despacho, escuchaba en sillón reclinado todo lo relevante hablado por funcionarios, empresarios, políticos y personas de interés. No en pocas ocasiones le cruzó la sospecha de que algunos de estos registros grabados eran editados para comprometer o favorecer a algunos de los espiados. Un temblor agitó ligeramente el bigote del viejo ex presidente al temor de que también en lo adelante, sus conversaciones grabadas pudieran ser editadas a su desfavor.

Su señora oficial, aunque durmiendo en habitaciones separadas había quedado ya como la señera y única, tras devaneos de años con otras “candidatas” y aunque los servicios de inteligencia le habían dado informes de la amante de quien hoy asumía la presidencia, ceremonia a la que por protocolo no le correspondía asistir, el sagaz presidente recomendó al entonces candidato sacarla del país con el hijo que tuviera con ella, para evitar escándalos, y tras ponderarlo, había ya determinado, era quien mejor le sustituiría en el entonces único oficial partido que unificó a todas los demás facciones y movimientos del país.. Sí. Había una cierta deuda de gratitud que no siempre es garantía. Pero una forma de resquemor permanecía: que tal vez no podría terminar sus últimos años en paz, ante la aprensión de la ya anunciada designación en importantes cargos gubernamentales de desafectos que tenían alguna cuenta pendiente con él.

Y en estas elucubraciones discurría Gómez Anda, al final de su carrera de primer mandatario, viendo en soledad el poder escurrido, cavilaciones que no deben quedar muy distantes de quienes en ese entonces como hoy, bajan del solio presidencial entre logros, vítores, sombras, sospechas, rechazos y riesgos judiciales, al olvidar, por la efluente potestad del poder, que solo se trata de una privilegiada distinción temporal que los ciudadanos en regímenes democráticos confieren a las personas que entienden pueden, como primer y más apto empleado público, prestar el mejor servicio al país, a la nación.