Ir a Móstoles

Cumplí la promesa, así como el rito de darle valor a lo sencillo, estimular a gente humilde que, en base a su propio esfuerzo, traza su propio camino y lo corona con éxito.

Al leer la novela Los Errantes, de Olga Tokarczuk, me di cuenta de que compartía la visión general de su autora. Sobre todo cuando, en uno de los párrafos del libro, ella dice: “Descubrí que
–pese a todos los peligros– siempre sería mejor lo que se movía que lo estático, que sería más noble el cambio que la quietud, que lo estático estaba condenado a desmoronarse, degenerar y acabar reducido a la nada; lo móvil, en cambio, duraría incluso toda la eternidad.”

Sentí que ese párrafo interpretaba la razón de mi propia inquietud; entendí que el afán que me mueve de estar siempre caminando hacia nada concreto, observando el transcurrir de la vida cotidiana de todos, tomando nota mental, que no escrita, de lo que me llama la atención, contiene la misma motivación que acompaña a la autora de esa ficción; por otra parte, tan real.

Eso es lo que podría explicar la decisión que tomé, hace apenas un mes, de ir de visita a Móstoles. A ¿hacer qué? Pues nada, solo ir a Móstoles, ciudad de algo más de 200,000 habitantes de la Comunidad de Madrid, a ver lo que es. Eso sí, también tenía la motivación de cumplir un rito.

Al indagar, alguien me dijo, en tono despectivo, que Móstoles es la ciudad dormitorio más grande que rodea a Madrid. Entonces, pensé que había un motivo adicional para conocerla.

Pregunté qué autobús me podría llevar. Me dijeron que el número 545, con salida desde Príncipe Pío, en Madrid.

Al llegar a Príncipe Pío, descubrí que era la antigua Estación del Norte, donde antes llegaban muchos de los trenes de larga distancia que arribaban a la ciudad, ahora convertida en una moderna terminal de autobuses suburbanos que se dirigen hacia los pueblos situados hacia el sur de esa comunidad.

Existe también El Intercambiador de Moncloa, de donde salen buses suburbanos hacia los pueblos del norte de Madrid.

Conocer esto me ha permitido tener una idea de cómo deberían ser esas estaciones en nuestra ciudad de Santo Domingo; desde luego, muy distintas a lo que son.

Supe de inmediato que la diferencia entre esas terminales y las nuestras tiene que ver con el orden, espacio, eficiencia, limpieza, puntualidad, cobertura, frecuencias, calidad de los vehículos y del personal, confort. O sea, armonía y organización frente a disonancia y desorden.

El trayecto de Madrid a Móstoles es de 23 kilómetros y cuesta dos euros y algo, con una frecuencia de viajes muy alta.

Me instalé en mi asiento, junto a mi esposa, como si hubiera sido un residente en esos lugares, y fui mirando los aledaños, Alcorcón, el aeropuerto militar de Cuatro Vientos, el hospital universitario, la universidad, centros comerciales, pabellones industriales, residencias, apartamentos. Y poca gente en las calles.

Advertí en ese breve transcurrir que Móstoles es una ciudad pequeña, con vida propia.

Bajé en una parada situada a cuatro cuadras de mi destino. Caminé buscando el portal número 68. Lo encontré. Miré hacia adentro, traspasando con la vista los amplios cristales que delimitaban el espacio del negocio. Y allí lo vi.

Había hecho la promesa a mi barbero de muchos años, Agripino Núñez, director por más de 30 años de la Escuela Nacional de Peluqueros, de que si iba a Madrid visitaría a uno de sus alumnos y compañero de barbería, a René, mi barbero ocasional, emigrado en busca de mejores horizontes, que acababa de montar su propio negocio en Móstoles.

Cumplí la promesa, así como el rito de darle valor a lo sencillo, estimular a gente humilde que, en base a su propio esfuerzo, traza su propio camino y lo corona con éxito. El propósito de manifestar respeto y admiración a un trabajador dominicano que se gana la vida en el exterior, poniendo en alto el nombre de su tierra.

René agradeció con calidez y entusiasmo mi visita. Y yo sentí inmensa satisfacción por darle esa alegría. Le pedí que me recortara el pelo, lo cual hizo con singular maestría.

Al regreso sentí orgullo por su talento, perseverancia, dedicación y decisión de triunfar en base al trajinar cotidiano, sin manchas.

En este comienzo del 2020, invito a todos los dominicanos a emular el ejemplo de gente laboriosa y honesta como Agripino Núñez, con 91 años cumplidos, quien todavía recorta el pelo a sus clientes tradicionales, como yo; y a que tomemos como referente a René, en camino de convertirse en un pequeño empresario en la rama de su oficio.

Feliz y venturoso año 2020.

Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.