José Turull, a su memoria
El pasado 23 de enero, el pequeño grupo de tertulia que se denomina Los Parlanchines, rindió un reconocimiento a cinco de sus integrantes que hace un tiempo iniciaron el camino eterno: Julio Brea Franco, Eduardo Latorre, José Turull, Frank Castillo, y Hamlet Hermann.
Como se trata de personalidades que fueron ejemplo para el país en sus distintas vertientes, a continuación expongo la semblanza que me correspondió presentar en ese acto, la de José Turull Dubreil.
Lo conocí en Madrid, España, allá por el año 1964. Él realizaba estudios en la Universidad Complutense. Yo estaba recién llegado. Lo vi fugazmente, pero su imagen de joven inquieto quedó grabada en mi consciencia.
A mi regreso de Madrid luego de haber hecho la carrera de economía, ya José estaba en camino de formar su primera empresa, Envases Plásticos, creada en 1972, a la cual seguiría Chinola Dominicana, en 1980, Agroindustria del Valle, en 1982, y otras.
Cuando volví a verlo, ya estaba en el tránsito de consolidar un liderazgo empresarial y nacional.
En ese trajinar encontró apoyo en el grupo de aguerridos jóvenes empresarios que se agruparon en la Zona Industrial de Herrera, que demandaban políticas económicas más claras y estimulantes, y reclamaban ocupar un lugar de preeminencia en el acontecer nacional, porque estaban convencidos de que podían hacer un aporte en beneficio de su patria.
Fue así como entre 1975 y 1977 dirigió por primera vez a la Asociación de Empresas Industriales de Herrera. Y lo hizo una segunda vez entre 1985 y 1987, convirtiéndose así en un emblema de ese grupo.
En el intermedio impulsó la creación del Instituto de Formación Técnica Profesional (INFOTEP), y fue representante empresarial en su Junta Directiva. También fue fundador de la Junta Agroempresarial Dominicana (JAD) y miembro de su Consejo de directores.
José Turull se dio cuenta de que las carencias del país se debían en buena parte a la debilidad e inexistencia de instituciones. Y actuó deliberadamente para crearlas y reforzarlas. Esa fue una contribución notable.
Entre 1982 y 1984 presidió la Asociación Dominicana de Exportadores (Adoexpo).
Es cierto que ostentaba el liderazgo de una asociación de industrias orientada hacia el mercado local, como la de Herrera, pero también lo es que alimentaba el convencimiento de que había que ampliar las fronteras económicas por medio del fomento a las exportaciones.
Lo vio con claridad meridiana. No había ni hay futuro sin el desarrollo de las exportaciones.
Por eso se embarcó en un proyecto que le daría inmensas satisfacciones y grandes dolores de cabeza, la siembra de flores para la exportación en las montañas de Jarabacoa.
Y por eso luchó como miembro titular de la Junta Monetaria entre 1982 y 1985, para hacer prevalecer una visión de política monetaria que fuera compatible con sus creencias.
José formó parte de un grupo de jóvenes empresarios que creían que podían ayudar a modernizar al Estado y a sus empresas públicas, que eran muchas, con el requisito de que se integraran a sus consejos de administración para sanearlas y convertirlas en empresas sanas, alejadas del botín político.
Esa es la razón de que entre 1979 y 1982 aceptara ser miembro del Consejo de Administración de la CDE y de los consejos de administración de Molinos Dominicanos y de la Fábrica Nacional del Vidrio.
Un poco más adelante, por los años de 1990-92, fue presidente del Club de Ejecutivos y convirtió en memorables las tertulias que se realizaban en ese centro empresarial. Allí se trataban a profundidad los temas más espinosos y controversiales del acontecer nacional, incluyendo los políticos, que a su vez nutrían las páginas de los medios de comunicación.
No recuerdo en qué año, pero eso si muy atrás en el tiempo, tal vez en la década del 80, recibí una llamada de Eduardo Latorre, o tal vez de Frank Castillo, o quizás de Rafael Toribio, o de los tres, para pedirme que me integrara a un grupo que tenía una tertulia mensual y que se conocía con el nombre de Los Parlanchines.
Estaba conformado por personalidades de valía intelectual, empresarial y humana. Me sentí muy honrado y agradecido de que hubieran pensado en mi para completar el grupo.
Fue así como empecé a tratar más de cerca a José Turull, miembro de Los Parlanchines, a calibrar sus inquietudes, aquilatar sus profundas fibras humanas, sopesar su nobleza, bondad y capacidad de sacrificio.
Un día del mes de marzo del 2004 se nos fue, como ya se han ido cuatro más de ese pequeño núcleo, a emprender una nueva exploración en ese viaje hacia la eternidad tan lleno de misterios.
Al partir dejó una estela de realizaciones que lo convierten en ciudadano ejemplar y meritorio, y una gran familia, que es el tesoro más preciado que legó, sus hijas María Alejandra, Elsa Julia, y Rosa América. Sus nietos. Y su compañera de sinsabores y de triunfos, Doña Elsa. Sus padres fueron José Turull Ricart y Virginia Amelia Dubreil.
En nombre del grupo que tanto quiso y frecuentó, Los Parlanchines, queremos que su familia reciba este humilde pero sentido reconocimiento a la labor tesonera de un gran hombre, del cual guardamos con alto timbre de orgullo el privilegio de haber sido sus compañeros de tertulia, ilusiones, utopías, de sueños.
Y el recuerdo de haber tejido, en las conversaciones que manteníamos, soluciones de tertulia para este país desventurado, pero desmentidas por la realidad aleccionadora de que los grandes sueños, o por lo menos los desinteresados, no encontrarán cabida mientras que los rapaces de siempre sigan saliéndose con la suya.
Esa semilla, a pesar de todo, algún día germinará. Loor a José Turull, un dominicano de estirpe.