La vuelta a la escuela

En el mundo han surgido serias dudas sobre la viabilidad de las clases virtuales, en especial para los segmentos más vulnerables, así como acerca de su efectividad en el aprendizaje integral de los alumnos.

Las autoridades educativas, presionadas por la prolongación de la pandemia, decidieron posponer el inicio del año escolar para el próximo 2 de noviembre y llevarlo a cabo mediante clases virtuales, en vez de presenciales.

Las clases virtuales agregan el valor político de ser símbolo del cambio, al estar asociadas a la imagen de innovación y progreso. Innovar es una virtud, pero hacerlo sin dominio de los factores envueltos podría convertirse en bumerán.

En el mundo han surgido serias dudas sobre la viabilidad de las clases virtuales, en especial para los segmentos más vulnerables, así como acerca de su efectividad en el aprendizaje integral de los alumnos.

A pesar de contar con todas las ventajas tecnológicas y de que la pandemia allí es más virulenta y letal, los países europeos decidieron impartir el curso escolar con clases presenciales, en reconocimiento de que no están en condiciones de asegurar que las clases virtuales llenan los requisitos para la formación y aprendizaje de los alumnos.

Eso los obliga a aplicar en las escuelas estrictos protocolos sanitarios y preventivos, así como adecuar los espacios y la dotación profesoral.

La ministra de educación de España, Isabel Celá, dice: “Hoy se afirma desde el ámbito científico que el cierre de los centros escolares no proporciona ningún beneficio en la evolución de la pandemia en término de reducción de contagios. Y los beneficios de la escuela son muy superiores a los riesgos que puedan encontrarse en el camino”. Y agrega: “Si algo ha demostrado la pandemia es que la escuela es insustituible y la presencialidad también”.

En nuestro país, con indicadores relativamente benignos y riesgo menor, se ha optado por llevar a cabo el año escolar en forma virtual, en la creencia de que pueden sustituirse las clases presenciales y de que cerrando las escuelas se evita el contagio. Hoy, estando cerradas, los contagios continúan.

La realidad es tozuda. Es imposible cambiar de la noche a la mañana las condiciones de vida en que se desenvuelve la población.

En el caso nuestro existen deficiencias en el suministro de energía eléctrica, en la conectividad y continuidad del internet, carencia de equipos informáticos, padres y alumnos poco familiarizados con el uso de computadoras, profesores sin dominio de las herramientas tecnológicas, condiciones socio económicas que impiden a los padres permanecer en casa para monitorear a los hijos.

Los alumnos necesitan interacción, contacto físico con el entorno académico, manosear los materiales, realizar actividades recreativas, deportivas, arte, laboratorio, participar de la merienda y del almuerzo, alivio fundamental para muchas familias. Los padres requieren disponer de un lugar seguro donde dejar a los hijos para que logren el aprendizaje, mientras se ganan el pan para mantenerlos.

Si lo que se persigue es fomentar el conocimiento, el aprendizaje, elevar la calidad de la educación en todos los segmentos sociales, sin discriminaciones ni exclusiones, las clases virtuales no son el modo de lograrlo.

El año escolar tiene el propósito de que los alumnos adquieran conocimientos, aprendan, desarrollen la capacidad de pensar; no el de cumplir con una ceremonia social fatua. El curso pudiera perderse, aunque se llevara a cabo, si su ejercicio no lleva a que los alumnos aprendan lo que deberían aprender, con la debida calidad.

Utilizar los vastos recursos del presupuesto público para que los alumnos no aprendan lo necesario, ni cultiven su intelecto, es un lujo que no podemos darnos. Y mucho menos en las circunstancias dramáticas en que la pandemia ha colocado a la economía.

Castrar el año escolar es de una radicalidad parecida a cerrar la economía para controlar la pandemia (la humanidad salvada del contagio muere de inanición). Es desproporcionado hacerlo cuando el horizonte de la disponibilidad de las vacunas y de los medicamentos se ha acortado.

Las circunstancias requieren mantener la normalidad. E imponer medidas drásticas preventivas y profilácticas dentro y fuera de las aulas, en lo que llegan soluciones permanentes.

Saber reaccionar es parte del cambio: prueba de madurez, responsabilidad, flexibilidad y coraje.

Por fortuna, la posposición del inicio del curso da tiempo a revisar, reconsiderar, reflexionar. Mientras, urge multiplicar las pruebas PCR para frenar el contagio, reforzar las medidas de contención, adecuar planteles, espacios, dotación profesoral.

Las autoridades harían bien en anunciar el inicio de las clases presenciales para el próximo 2 de noviembre o para después. Y en extender el año escolar. Las clases virtuales podrían impartirse a modo de prueba. Y avanzar en la configuración de un sistema mixto, presencial y virtual, cuya conformación llevaría tiempo.

Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.