Las estrategias electorales y el voto automatizado

«Tanto en el país como en el mundo sobran los precedentes de acuerdos políticos entre sectores antagónicos, de diversidad ideológica, y hasta confrontaciones. Sólo hay que verlos ahora mismo en España, y antes los de Nelson Mandela en Sudáfrica, o en la concertación chilena para dejar atrás la dictadura de Pinochet, cuando los herederos de Salvador Allende pactaron con demócratas cristianos y otros responsables de la caída del gobierno socialista. En el país, Juan Bosch buscó el voto de los trujillistas para ganar las elecciones de 1962, y su PRD concertó con los balagueristas para la insurrección constitucionalista de 1965». Juan Bolívar Díaz, La inequidad electoral justifica el acuerdo de candidaturas al Senado, Hoy, noviembre 16, 2019

En teoría de juegos se define una estrategia dominante como aquella elección óptima que hace un jugador independientemente de la jugada que pudiera hacer el otro jugador. En la práctica, es difícil encontrar situaciones o juegos con este tipo de estrategias; pero en política frecuentemente se producen coyunturas que hacen inevitable o dominante una estrategia de alianzas. Los ejemplos abundan; el más reciente es el acuerdo que han suscrito un gran grupo de partidos de la oposición para llevar candidaturas senatoriales comunes en 24 provincias.

Como ocurre con todo acuerdo político de gran alcance, la reacción no se ha hecho esperar. Lógicamente, unos a favor, otros en contra. Para el buen amigo Nelson Espinal, articulista de este diario y experto en negociaciones y resolución de conflictos, la alianza «luce un acto prematuro de ingenuidad política para el primero [PRM] que pudiera tener consecuencias contraproducentes». Entiende que el nuevo partido que ha surgido de la división del PLD no tendría más opción que apoyar al PRM para lograr el propósito de desplazar al PLD del gobierno.

Una vez desaparecidas o minimizadas las diferencias ideológicas por el fin de la guerra fría, la misma teoría de juegos podría ayudarnos a entender –al menos, parcialmente– porqué los partidos políticos se fueron ubicando alrededor del centro del espectro político, lo que ha facilitado los procesos de negociación entre ellos. El frente patriótico que llevó al PLD al poder es un ejemplo muy elocuente. En ese entonces, las diferencias políticas entre el Partido Reformista y el PLD no podían ser más grandes. La estrategia dominante del Dr. Balaguer era apoyar al candidato del PLD, y la de éste recibir el apoyo.

En otros casos, la no alianza significó la imposibilidad de alcanzar el poder político, como se puede comprobar en experiencias aleccionadoras desde la caída de Trujillo. En 1962, las estrategias electorales de Viriato Fiallo y del profesor Bosh fueron diametralmente opuestas con relación al trujillismo, y el primero perdió las elecciones. En 1986, la incapacidad del Lic. Majluta para negociar una alianza con el General Wessin hizo posible el retorno del Dr. Balaguer; en 1990 la negativa del profesor Bosch de recibir el apoyo del Dr. Peña Gómez facilitó la permanencia en el poder del Dr. Balaguer.

Es claro que toda alianza implica una negociación entre entidades partidarias que tienen puntos de vista diferentes o conflictivos sobre temas de interés nacional; pero una alianza limitada al Senado de la República –como la suscrita por la mayoría de los partidos de oposición– tiene un objetivo fundamental, que es lograr que la Cámara Alta sirva realmente de mecanismo de contrapeso en un esquema de gobierno dominado por el presidencialismo; aunque, en el fondo, pudiera servir de antesala a un potencial acuerdo de segunda vuelta. No se debe olvidar que las elecciones dominicanas se realizan bajo una enorme asimetría entre los recursos disponibles para los candidatos oficialistas y los de la oposición. Dentro de estas circunstancias el acuerdo de los principales partidos de la oposición luce correcto.

Paralelamente, se ha estado debatiendo la pertinencia o no de utilizar el voto automatizado para celebrar las elecciones municipales, congresuales y presidenciales del año entrante. Si bien las primarias de octubre pasado dejaron abiertas serias interrogantes acerca de la integridad del proceso, no es menos cierto que, en general, la ciudadanía quedó bastante complacida con el voto automatizado. La fluidez de los resultados resultó tranquilizadora para la ciudadanía, aunque fueron considerados fraudulentos por la precandidatura desfavorecida del PLD y que, a la postre, terminaron con la división del partido gobernante.

Pero volver a la boleta física no resuelve el problema. Los fraudes mejor documentados se cometieron con la boleta física, tal como ocurrió con el fraude de 1990 que impidió el triunfo del profesor Bosch, generando una crisis política que estuvo a punto de provocar la renuncia del Dr. Balaguer. O, el fraude de 1994 que impidió el triunfo del Dr. Peña Gómez y, de paso, generó otra crisis política que se resolvió con un pacto y una reforma constitucional. Esos fraudes fueron cometidos con la boleta física.

De manera que la boleta física no garantiza la integridad del voto; por el contrario, facilita su vulnerabilidad. El tema es buscar los mecanismos y el protocolo que aseguren que el voto automatizado no sea burlado en detrimento de la voluntad popular. Como lo ha propuesto Adriano Miguel Tejada, director de este diario, «Dada la naturaleza del programa, éste puede ser “desconstruido” por técnicos escogidos por los partidos para “reestructurar el código fuente”, con una llave para cada partido como mecanismo de control y así usar un sistema que traería tranquilidad a la población por la rapidez de los resultados, su eficacia y la limitada posibilidad de fraude, porque el gran fraude ocurre fuera de los recintos electorales y eso lo saben todos los partidos».

Salvar el voto automatizado, sin embargo, no depende exclusivamente de los controles informáticos necesarios para preservar su integridad; también es necesario que la JCE sea percibida como un organismo independiente del poder político y en capacidad de tomar con responsabilidad las difíciles decisiones que las circunstancias pudieran requerir. Sin dudas, un gran reto.