Las pequeñas cosas

Parte relevante del ser dominicano se encuentra sumergido en una levedad que atormenta. Cualquier brisa puede empujarlo a derroteros sublimes o hacia abismos insondables.

Cuando en la niñez y adolescencia vivía en Moca me daba cuenta de que allí había muchos personajes que se distinguían por su buen hacer en sus respectivos oficios. Ciudadanos que rendían tributo al trabajo honrado. Algo similar ocurría en el resto del país.

La práctica de hacer bien las pequeñas cosas para luego acometer con éxito las de envergadura, se ha ido perdiendo con el transcurrir del tiempo. Una reforma de altísima prioridad que debería llevarse a cabo con urgencia es la de recuperar la ética de trabajo y fortalecer la capacidad de gestión. Si se acometiera, la transformación de la sociedad aceleraría su devenir sano y constructivo.

En efecto, en esta época apegarse a la realización de una labor realizada a cabalidad es visto con desidia. ¿Para qué esforzarse cuando es más productivo esquilmar al prójimo? Algunos trabajos se hacen para cobrar un ingreso sin merecerlo, mientras otros se efectúan para obtener una compensación ilícita. La tentación de lo mal hecho trata de imponerse.

Bajo esa influencia, los profesores no dominan lo que están comprometidos a enseñar, pero cobran sueldos de maestros; a la escuela se va a obtener un diploma, no a aprender. Muchos profesionales son analfabetos funcionales, discurren, más no encadenan pensamientos lógicos.

Parte relevante del ser dominicano se encuentra sumergido en una levedad que atormenta. Cualquier brisa puede empujarlo a derroteros sublimes o hacia abismos insondables. Lo que abate el alma es la percepción de que un segmento de la sociedad dominicana atraviesa por un proceso de regresión, al tiempo de que otro se esfuerza por alcanzar cotas de excelencia.

Hay quienes desdeñan que cada cual haga bien el trabajo que le corresponde y que el servicio prestado a los ciudadanos sea óptimo. En esa tesitura, la mediocridad pugna por imponerse. La consigna de muchos es enriquecerse aun fuere haciendo lo impropio. Es el camino de la disolución, no de la consolidación del proyecto de nación.

Somos un país de alto crecimiento económico y de bajo desarrollo, ávido por alcanzar metas superiores, con escasa protección social, salvo la concedida por razones políticas patrimoniales. Es crítico evitar que el segmento en regresión arrastre al otro y tratar de que el avanzado marque el ejemplo y sea imitado por los demás. Para eso hay que combatir las tendencias perversas que lucen con arraigo.

Veamos algunos ejemplos.

En la esfera privada, con sus excepciones valiosas, el albañil no alinea con precisión el nivel del piso; el plomero manipula la llave de agua dañada, pero al rato vuelve a gotear; el jardinero deja viva la yerba mala; el sastre remacha mal la costura; el carnicero engaña en el peso; el mecánico cambia piezas buenas por usadas; el economista complace, el médico vegeta, el abogado se la busca.

En la esfera pública los empleos otorgados como premio político la carcomen. Abundan los errores en los actos emitidos por organismos oficiales. Las decisiones de cambio de sentido en algunas calles, no se cumplen. El tránsito en carretera es un caos. Las innovaciones administrativas suelen empeorar lo sustituido. Los funcionarios se escudan en la figura del presidente de la República, se apocan, aparcan a un lado sus iniciativas para no errar, y dejan de funcionar.

Ante tantas inconsistencias, por más recursos que se gasten, verbigracia en el remozamiento de la ciudad colonial, el avance será frustratorio.

Por no hacer lo que es obvio e indispensable las obras arquitectónicas veneradas y únicas de la ciudad colonial rezuman humedad y corren riesgo de desplome; sus calles acumulan basura en tramos de poca circulación; segmentos del recinto amurallado se encuentran a oscuras. Las obras de remozamiento se toman tiempo de aburrimiento y cansancio. Lo que se hace con ilusión se desbarata por falta de iniciativa propia para hacer el trabajo bien hecho.

Ni el Estado ni la empresa privada pueden seguir siendo fuente de empleo parasitario ni de servicios de baja utilidad. Hay que inocular la ética de trabajo y mejorar la capacidad de gestión.

Es necesario aprender a hacer bien las pequeñas cosas para poder acometer lo complejo. Son esos detalles, grandes en sus repercusiones, los que deberían ir conformando un proyecto de nación maduro, sólido, inextinguible, el dominicano. Lo contrario sería asistir impasibles a su desplome.

Ante ese panorama existe una población ávida de alcanzar metas superiores, dispuesta a formar parte de la odisea de concretar el proyecto de nación que han soñado. Ese es el material valioso con que cuenta la nación para iluminar el futuro.

Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.