Las riquezas de Venezuela y el modelo económico depredador

«Pero la energía es lo que hace que América Latina sea hoy mayormente importante para Rusia. El aumento sostenido de la producción en U.S. y Canadá ha socavado el poder sobre los precios que alguna vez Rusia y la Organización de Países Exportadores de Petróleo tomaron por seguro. Las vastas reservas de esquisto de Argentina están comenzando a ponerse en producción. México, un importador neto de gas natural, pudiera convertirse en un exportador importante. Brasil, que ya sobrepasó en 2016 a Venezuela como el mayor productor de petróleo en América del Sur, está solamente comenzando a explotar sus depósitos de ultramar. Añada a ese menú una revitalizada industria petrolera venezolana, y el futuro para Rusia y la OPEC luce sombrío». Walter Russell Mead, The Wall Street Journal, enero 28, 2019

La crisis de Venezuela ha entrado en una etapa de maduración que probablemente ponga fin a la dictadura de Maduro y al fallido experimento del socialismo del siglo XXI. Todas las opciones que el incompetente dictador tiene conducen – excepto la de salir huyendo hacia Cuba – a un callejón sin salida. Hasta ahora ha podido sobrevivir gracias al robo compartido de los fondos públicos, lo que le ha permitido comprar lealtades en los estamentos militares y en los funcionarios públicos, pero a expensas de grandes sacrificios para el pueblo venezolano. Sin embargo, las sanciones que han sido impuestas a su gobierno de facto comenzarán a menguar el poco oxigeno que le queda hasta que su régimen muera de asfixia por estrangulación.

La crisis política ha sido exacerbada por el desastre económico, que más bien es una tragedia económica y social. Se estima que la deuda pública de Venezuela está en la cercanía de los US$ 125, 000 millones, y uno se pregunta a dónde han ido a parar todos esos recursos cuando la economía de ese país sudamericano se ha reducido casi a la mitad durante el gobierno de Maduro y la producción de petróleo es apenas un tercio del que fuera su nivel más alto durante la denominada revolución bolivariana. Una proporción muy alta – probablemente, más del 50% del total de la deuda – se le debe a China, Rusia y Turquía, justamente los regímenes totalitarios que hoy respaldan a Maduro, no precisamente por razones altruistas o de principios. Es obvio que ya el gobierno ilegitimo de Maduro no está en condiciones de cumplir con sus compromisos de deuda, e incluso se presume que cerca de US$ 8,000 millones no fueron pagados el año pasado a los tenedores de bonos venezolanos.

Patentemente, el pueblo venezolano ha estado pasando por el infierno de tener a Maduro como un gobernante ridículo, enajenado e incapaz y que ha ido destruyendo la calidad de vida de un país acostumbrado, en el pasado reciente, a tener uno de los estándares de vida más altos de América Latina. Por ejemplo, hasta el año 2006 los venezolanos tenían una expectativa de vida más alta que los demás países latinoamericanos y caribeños. Asimismo, en 1990 la mortalidad infantil en Venezuela era de 24.7 por cada mil nacidos, en tanto que el promedio para América Latina y el Caribe era de 45.7, una diferencial abismal en favor de Venezuela. Gracias a la revolución bolivariana, a partir del 2014 la mortalidad infantil es mayor en Venezuela que en el resto de América Latina y el Caribe. Son solo algunos ejemplos de lo que ha significado esta tragedia incubada por el propio Chávez y magnificada por Maduro.

El discurso de Maduro ha sido que el desastre económico de Venezuela se debe a una conspiración de la derecha, apoyada por el imperialismo norteamericano que busca adueñarse de las riquezas petroleras de ese país sudamericano. Es innegable que empresas de Estados Unidos pudieran tener interés en el petróleo venezolano, o en el oro o los diamantes. Pero en realidad, quienes están sacando la mejor partida a esas riquezas son los rusos, los chinos y los turcos, que son, precisamente – o por coincidencia –, quienes más apoyan a la dictadura de Maduro. Cálculos oficiosos estiman que las riquezas naturales de Venezuela podrían tener un valor superior a dos veces el producto interno bruto de Estados Unidos. Esto incluye el hecho de que Venezuela dispone de las reservas petroleras más grandes del mundo, aunque sus exportaciones han agravado su declive en la gestión de Maduro, al punto de que ya Venezuela no está en la lista de los principales exportadores de petróleo. Asimismo, en el subsuelo venezolano están reservas de diamantes que son consideradas entre las más importantes del globo terráqueo. Lo mismo puede decirse de sus reservas de oro.

Ante unos inventarios de riquezas naturales tan extraordinarios alguien pudiera no entender cómo es posible que Venezuela – que hace unas décadas estaba entre los países más ricos del continente y al que muchos latinoamericanos querían emigrar en busca de mejores oportunidades – haya caído tan bajo en materia de bienestar económico y social. La respuesta está en el modelo económico depredador que subyace en la propuesta del socialismo del siglo XXI que promovió Chávez y que Maduro ha llevado a los extremos de la locura, incluyendo la ruptura del orden democrático.

Por eso, constituye una grave irresponsabilidad que algunos países del continente se hayan escudado en la supuesta política de no intervención en los asuntos internos para dar un apoyo solapado a una dictadura que ha provocado una crisis humanitaria y ha cometido crímenes de lesa humanidad. Ayer mismo, el parlamento europeo, por una abrumadora mayoría, reconoció al presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela como presidente interino de Venezuela. Entonces, qué esperan algunos países latinoamericanos, como México y Uruguay, para cambiar su postura de complicidad con Maduro.

La traumática experiencia de Venezuela es un claro referente de que la depredación de las riquezas de un país para sustentar políticas públicas de carácter populista y de enriquecimiento personal, con el propósito de alienar a los más necesitados, solo conduce al desastre. Debería ser suficiente para entenderse... dada la tragedia de Venezuela.