Mesopotamia, designios divinos, codicia imperial (1)

Hago un paréntesis por el momento en el serial sobre la personalidad y las hazañas de figuras de la historia dominicana para compartir otros temas con los lectores de este diario, especialmente aquellos donde cristianos, musulmanes y judíos, junto a otras denominaciones religiosas, han jugado un rol de primer orden en aquella región conocida como La Mesopotamia, donde las grandes potencias incursionan en una guerra cuyos orígenes se remontan a épocas prehistóricas.

El famoso Estado Islámico (EI), y sus acciones en la región, es un nuevo rostro de remotos orígenes con ingredientes de los tiempos modernos.

Buena parte de los habitantes del planeta festeja este diciembre el nacimiento de Jesucristo, el hijo de Dios nacido en Belén (Lucas: 2: 4-15), y en nombre de él, el pueblo cristiano de todo el mundo aprovecha la Natividad (nacimiento), para reunirse en familia.

Con el paso de los años, otro sentido se le ha dado a esta fecha, basado en el consumo y gastos excesivos hasta comprometer la ropa íntima con los usureros. Esta última tendencia es consecuencia de la manipulación a través de los mecanismos con los que cuenta el mercado capitalista para hacer de la ocasión una interpretación banal y sin sentido.

El origen de la Navidad es, pues, cristiano, de modo que ningún creyente de otras religiones monoteístas, no cristiana, sigue esa tradición. Los musulmanes, por ejemplo, tienen su propio profeta, Mahoma, creador de la religión del islam, y su Dios es Alá, quien conforme con el Corán (Qurán), el equivalente de Mahoma en el cristianismo son los evangelios y los doce apóstoles. El judaísmo, por su parte, cree en Dios omnisciente, omnipotente y providente y no asume estas festividades, sino la llamada Hanukkah, que es una celebración judía menor sobre el “milagro de la luz”.

Por miles de años, la Humanidad ha visto que en la Mesopotamia (ubicada entre los ríos Tigris y Éufrates, en cuyas orillas se fundaron Babilonia, con uno de sus reyes Hamurabí, y la ciudad de Nínive), el odio se ha sembrado, alimentado y batido; desde entonces, se azuza con fuego, piedra, catapultas, bayonetas, arcabuz, mosquetes, fusiles automáticos, bombas, misiles teledirigidos y con aviones de última generación, una guerra religiosa, étnica, cultural, social, ideológica y política, que se ha extendido a zonas adyacentes y se remonta a los tiempos cuando las culturas asiria y sumeria.

Desde aquellos lejanos años del surgimiento de la actual civilización que conocemos hoy, que dio origen a muchas de los hábitos y costumbres de convivencia occidentales, la guerra ha sido el denominador común, dejando poco espacio para la seguridad del mundo.

Los conflictos en la región tienen su génesis también en la lucha por los territorios y el agua entre sumerios y asirios, en primera instancia, situación que experimentó una mayor escalada con lo que algunos estudiosos señalan como una precipitación en la interpretación de Abraham y su mujer al mandato divino de la heredad de sus sucesores y las tierras donde habitaría su pueblo.

El primer imperio del que se tiene noticia en la conflictiva zona de Medio Oriente, donde se encuentra La Mesopotamia, estuvo formado por diferentes tribus semitas (se les llama así por ser descendientes de Sem, hijo de Noé), que provinieron de la Península Arábiga, quienes formaron un grupo homogéneo y serían conocidos como los acadios. Sumerios y asirios formaron luego un imperio común.

La Mesopotamia central, por su lado, tuvo un predominio acadio, y el sur un predominio sumerio. Estas civilizaciones se impusieron porque tenían el dominio del suministro de agua para el riego, al tiempo que los dos ríos fueron navegables para el comercio con salida al Golfo Pérsico, donde ellos eran mayoría, y la segunda es que desde el año 4000 antes de la Era Cristiana, se estaba produciendo una constante filtración de elementos semitas, dentro de la cultura sumeria, que se estableció en el sur.

Para entender la guerra de hoy que envuelve a los países de la Península Arábiga, hay que anotar que Siria e Irak, más otros Estados que no pertenecen a la península, pero sí son parte esencial en la guerra, como son Irán, Israel, Egipto y Sudán, conforman un nudo gordiano conflictivo, cuyo origen hunde sus anclas en intereses de toda laya, especialmente los geoestratégicos en el mapa mundial.

La zona de Mesopotamia se conoce como el “Creciente Fértil” que abarca el arco geográfico que pasa por gran parte de las regiones del Antiguo Egipto y sus zonas adyacentes, el Levante mediterráneo y Mesopotamia propiamente, con excepción de la llanura. Es una región con una desértica bien amplia, pero rodeada de los mares Rojo, Mediterráneo, Caspio, Negro y el Golfo Pérsico, que significa acceso al mundo.

Se considera que Mesopotamia fue el lugar donde se originó la revolución neolítica en Occidente, es decir cuando las tribus de las que hemos venido hablando, pasaron de nómadas a sedentarias, dedicándose a la caza, la pesca, la recolección y crianza de animales. Esta evolución en la vida de aquellos hombres y mujeres, se debió a la última gran crisis de cambio climático que se ha registrado en el planeta, esto es nueve mil años aC., que es la Era Glacial en la que nos hallamos actualmente.

Quiero dejar claro que en esas codiciadas tierras no solo tuvieron origen grandes imperios locales, sino que a ellas arribaron los tentáculos de otros que surgieron fuera de allí, antes y después de la Era Cristiana, provocando guerras por el control de los territorios y de las riquezas que sus profundidades albergan, como es el petróleo con la mayor reserva del mundo, el agua y el gas. Si se excava para buscar agua, cada día más escasa, se encuentra petróleo. El agua es y seguirá siendo fuente de conflicto.

Los Designios Divinos

Para tener una noción bíblica del conflicto en esa parte del mundo, hay que remontarse a los tiempos de Abraham. ¿Quién fue este personaje, que está citado en Génesis, el primer libro de La Biblia, y en El Nuevo Testamento, donde es considerado como el “padre de la fe”. (Hebreos 11). Habría nacido en el 1813 aC. y se convirtió en el primero de los patriarcas bíblicos. Este hombre descendiente de Noé, nació en Ur de Caldea. Siguiendo la costumbre de la época, casó con Sara, su medio hermana. Procreó un hijo con la sierva Agar, Ismael, en tanto con su esposa Sara, a Isaac.

El padre de Abraham, Taré, decidió marchar con sus hijos y familias de su natal Ur para ir a Canaán, radicándose en Harán, Mesopotamia, donde construyó un altar a Dios y luego murió, según la versión bíblica a los 175 años. (Génesis 11: 31).

Abraham (su nombre originario es Abram), descendiente de Noé, no deja La Mesopotamia para ir a Canaán por un capricho suyo, sino que atiende a un llamado de Dios para que deje su ciudad natal, Harán, expresado así: “Vete de tu tierra, de tu parentela y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Haré de ti una nación grande, te bendeciré, engrandeceré tu nombre y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y a los que te maldigan maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”. (Génesis 12: 1-3). Y así lo hizo.

Abraham interpretó los mandatos del contrato con Dios al pie de la letra. Jehová había prometido bendecir a Abraham y multiplicar su descendencia como “las estrellas del firmamento”. Tuvo un problema tremendamente complejo, pues quien fuese el hijo de Abraham seria el heredero de la promesa, y ésta, además de incluir aspectos como “ser bendición para todas las naciones y de ser numerosos como las estrella del firmamento”, tenía un componente que habría de convertirse en el objeto de conflicto por los siglos venideros, que era el territorio y su mujer era estéril. (Génesis 16: 1-2; 16:1-3) y Gálatas 4: 21-25).

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