Nobleza obliga

A don Enrique se le va a recordar siempre por haber sido un visionario, un pionero en lo que se refiere a posicionar los problemas del medio ambiente y los recursos naturales en el centro de la agenda nacional.

Desde hace muchos años he estado vinculado a la educación a nivel secundario y universitario. Contribuir en el proceso de formación de personas entraña una enorme responsabilidad, pero no puedo negar que, a pesar de ello, es una experiencia que he disfrutado intensamente. El bien que se puede hacer supera con creces los riesgos e incomprensiones que se afrontan.

Una de las dificultades que un maestro encara es la de persuadir a los alumnos de que en el mundo de hoy es posible tener éxito haciendo las cosas bien. Alcanzar este objetivo se ha tornado en algo cada vez más difícil porque cada día son más escasas las posibilidades de encontrar ejemplos reales y cercanos, personas de carne y hueso cuyas vidas encarnen ese modo de ser y de actuar y se les pueda postular como referencias.

Don Enrique Armenteros, quien falleció el pasado día 15 de septiembre, era uno de ellos. Tuve el privilegio de ser uno de sus amigos y colaboradores, de compartir con él durante más de 42 años preocupaciones, vivencias y aspiraciones especialmente en el trabajo, pero también en muchos otros aspectos de la vida. Con el aval que me confieren esos años de cercanía, puedo asegurar que con su ida el país se ha empobrecido, porque en don Enrique ha perdido a uno de sus mejores hijos, a un referente para la sociedad y especialmente para la juventud dominicana.

Don Enrique nunca se consideró ni se comportó como una persona excepcional ni reclamaba deferencias; siempre se definió y actuó como una persona normal. Amante de su familia, del deporte, de la pesca y de una buena conversación; afectuoso, solidario y familiar; trabajador, emprendedor y verdaderamente comprometido con aquello en que creía.

Siempre manifestó una especial sensibilidad ante las necesidades del país y desde joven puso su sensibilidad, energía e inteligencia al servicio de iniciativas que aportaran soluciones a las necesidades reales de la población. Don Enrique fue uno de los miembros más destacados de un distinguido grupo de ciudadanos que, a la caída de la dictadura, asumió la responsabilidad de, desde el sector privado, crear instituciones que cubrieran necesidades prioritarias del país. Vistas retrospectivamente, estas instituciones han sido una bendición para este país.

A don Enrique se le va a recordar siempre por haber sido un visionario, un pionero en lo que se refiere a posicionar los problemas del medio ambiente y los recursos naturales en el centro de la agenda nacional. Era un ecologista cuando esto era una rareza, un esnobismo, e intentó conseguir que otros asumieran esa visión. Con ese objetivo, pronunció discursos y dictó conferencias, propició discusiones académicas, realizó notables esfuerzos por extender su visión a sus compañeros empresarios y a los políticos, nunca perdió las esperanzas de que el sector oficial reaccionara y por eso le hizo múltiples propuestas.

Nunca utilizó esta causa para la obtención de ventajas personales y asumió personalmente compromisos importantes con los que propició la ejecución de proyectos sociales importantes, mostrando con ello que, si verdaderamente se quiere, se pueden lograr cosas.

Pero, sobre todo, a don Enrique se le va a recordar como un hombre humilde. Nunca alardeó de sus logros personales o empresariales, nunca se envaneció con las distinciones y reconocimientos que recibió, nunca se sintió dueño de la verdad absoluta, nunca presumió de su posición ni de sus posesiones, que legítimamente había conseguido.

No tengo duda. Se ha marchado un gran hombre, alguien que fue muy importante en mi vida. Con ello he perdido una referencia, un modelo de carne y hueso que pueda presentar a mis alumnos para insistirles en que sí se puede. No sé si a don Enrique le hubiera gustado que dijera todas estas cosas, pero nobleza obliga...