Oficio de Post Mortem

En la literatura dominicana no se conoce una obra poética como El Festín (s)obras completas (poemas 1967-2011), tan voluminosa como el libro que Gómez Rosa dio a la estampa en 2011.

Así tituló Alexis Gómez Rosa su primera colección de poemas en 1977 cuando apenas tenía 27 años y ni la más remota idea de que a finales de 2019 iba a sucumbir a un repentino y disimulado derrame cerebral que le costó la vida sin que su obra poética fuera reconocida por el Premio Nacional de Literatura. Gómez Rosa no ha sido el primero ni el último poeta cuya obra no fuera reconocida por sus contemporáneos. Los ejemplos abundan.

Los franceses Charles Baudelaire e Isidore Ducasse no gozaron del reconocimiento literario que ameritan sus obras poéticas, más aun Las flores del mal, de Baudelaire, fue objeto de la censura en su época; La historia de Los cantos de Maldoror, del conde de Lautréamont, como se conoció años después Isidore Ducasse, es muy tortuosa. Esa obra, escrita en Uruguay en 1860 aproximadamente y cuya primera versión fue quemada por unas monjas por considerarla terriblemente nociva y que, por suerte, el poeta, al trasladarse a París, poco antes de su muerte prematura a los 24 años en 1870, reescribió y luego reapareció entre los papeles del joven escritor. Los famosos Cantos de Maldoror salieron a la luz pública cuando los surrealistas de André Breton en los inicios de los años de 1920 consideraron que tanto Baudelaire como Lautréamont entraban en los cánones del Manifiesto surrealista y los desempolvaron dándole vida décadas después de la muerte de los reconocidos poetas franceses.

Alexis Gómez Rosa no tuvo tiempo de ser reconocido a pesar de que merecía el famoso galardón nacional de República Dominicana; pero estoy convencido de que era consciente de que el título de su primera colección no estaba muy lejos de lo que pensaba nuestro poeta.

En la literatura dominicana no se conoce una obra poética como El Festín (s)obras completas (poemas 1967-2011), tan voluminosa como el libro que Gómez Rosa dio a la estampa en 2011.

Conocí a Gómez Rosa a finales de los años 60 en el Ensanche Ozama, junto al poeta Mateo Morrison y los demás miembros del grupo literario La Antorcha. Como los demás grupos literarios tanto la Antorcha como la Isla y El Puño estaban ideológicamente ligado a la Revolución de Abril de 1965. La Isla y La Antorcha constituían lo que luego sería conocido como “La joven poesía” o “generación de post guerra”.

Alexis Gómez era entonces conocido como Johnny Gómez. Cuando decidió llamarse Alexis y agregar el apellido materno a su nombre de pluma, ya yo me había ido a estudiar en Francia y no pude registrar el cambio de nombre y le seguí llamando “Johnny”. Al principio me corregía y luego se dio por vencido y decía que sólo a mí y creo que a Wilfredo Lozano, nos permitía que le llamáramos Johnny.

En los inicios de la década de 1970, nuestra amistad se fue haciendo más que literaria personal. Para mí Johnny era “la joven poesía” y lo siguió siendo hasta su muerte el pasado 29 de noviembre de 2019. Para mí fue un duro golpe emocional. Nos habíamos visto el septiembre pasado en mi casa en torno a una comida criolla, pues cada vez que viajaba a Santo Domingo era usual que, junto a otros escritores, me invitara a su casa en la Ciudad Colonial o yo lo invitaba junto a nuestro común amigo Eric Simó.

Esa última vez que lo vi me sorprendió que había perdido un centenar de libras que le ayudaba a combatir una diabetes que le afectaba desde hacía unos años.

Cuando supe que había sido víctima de un ACV no pude evitar el recuerdo de nuestras visitas a casa del poeta Franklin Mieses Burgos en la calle Espaillat de la Ciudad Colonial y nuestros paseos con el reconocido poeta sorprendido y los momentos en el bar Roxi de la calle El Conde escuchando las historias de Franklin Mieses Burgos a propósito del grupo La Poesía Sorprendida y de su propia poesía y cómo el tratado de paz en 1965 se hizo en su casa.

Durante esos años muy pocos poetas habían publicado libros. La nueva literatura dominicana se difundía en los suplementos culturales de El Caribe, El Nacional, Listín Diario y La Noticia. Cuando Johnny emigró a New York en los finales de los 70, se preocupó por hacerse de un diploma universitario, relacionarse con poetas y escritores hispanos de New York y de América Latina.

Cuando regresó a Santo Domingo nos reencontramos de nuevo y nuestra amistad era la misma de los años anteriores. En el 2000 trabajó en la secretaría de Cultura que estaba a cargo del poeta Tony Raful; luego, en 2004, siguió en su puesto del ministerio de Cultura hasta que se le ocurrió editar una antología poética bajo el título de Una palabra para cruzar el puente (antología), que lamentablemente le costó el cargo y una serie de enemistades; años después, cuando Pedro Vergés fue nombrado ministro de Cultura llamó a Alexis Gómez a su lado y de nuevo se le despertó el afán de elaborar otra antología, Indómita y brava, que no le costó el cargo sino sus funciones en el Ministerio. Estoy convencido de que Johnny había olvidado lo peligroso de seleccionar poemas para una antología y, sobre todo, lo que nos decía Mieses Burgos: “La guerra civil española se debió a la exclusión de un poeta franquista”.

Johnny te fuiste de este mundo sin el Premio Nacional de Literatura, pero no te preocupes que la poesía es un oficio de post mortem. Y no se espera mucho cuando se espera dormido.

Diplomático. Escritor; ensayista. Academia Dominicana de la Lengua, de número. Premio Feria del Libro 2019.