Stefan Zweig, el judío errante

Sin duda alguna Stefan Zweig era un apasionado de los viajes, estaba siempre listo a conocer otros países, pero su vida sólo tenía sentido en Europa. Sin embargo, se daba cuenta de que su mundo se estaba destruyendo.

A propósito de Río de Janeiro en agosto de 1936, Stefan Zweig anota en su Diario: “Mi fama en ese pays es increíble, se me conoce en todos los medios, desde los más altos a los más humildes, y no se basa en tal o cual libro, sino en el conjunto de mi obra, sin consideración”. Esta observación no estaba desprovista de sentido. Su obra había sido puesta en la picota y prohibida en Alemania desde que los nazis tomaron el poder. Su falta: ser judío. El año anterior, la ópera que había escrito para Richard Strauss fue prohibida, y este último obligado a renunciar de la presidencia de la Cámara de Música del Reich por haber mantenido “relaciones con un judío”.

Su viaje a América del Sur —y más precisamente su estada en Río de Janeiro como invitado del gobierno brasileño—, con motivo del congreso del PEN Club internacional que tenía lugar en Buenos Aires en septiembre de 1936, era el primer contacto real de Stefan Zweig con América Latina. De Brasil le impresionó la cortesía de que fue objeto. Dictó conferencias, hizo amistad con escritores brasileños e incluso fue recibido por el presidente Getulio Vargas .

Ese recibimiento tenía para él una significación particular. En Europa, todo había cambiado después que Hitler tomó el poder en Alemania. Sin embargo, para sorpresa de Zweig, los brasileños no tomaban en cuenta sus orígenes judíos para reconocer en él al autor de Amok, La confusión de los sentimientos y Veinticuatro horas de la vida de una mujer. Ese reconocimiento era el mejor homenaje que se le podía hacer. Brasil era el país perfecto. Lo había idealizado a tal grado que no veía el más mínimo rastro de racismo: “Allí el hombre no estaba separado del hombre por las absurdas teorías de la sangre y del origen”, escribe Zweig en El mundo de ayer. “Allí podía perpetuarse y desarrollarse en formas nuevas y diferentes la civilización creada por Europa. Yo había dado una mirada hacia el futuro, los ojos llenos de felicidad, al contemplar las mil bellezas de esa nueva naturaleza”.

Sus relaciones con América Latina no hubieran tomado tanta importancia si, a su regreso a Inglaterra, la vida en Europa hubiera vuelto a ser normal. Ese viaje tan deseado, como escribe en el prefacio de su Magallanes, hubiera terminado con esta biografía del ilustre navegante de Carlos V. Sin duda alguna Stefan Zweig era un apasionado de los viajes, estaba siempre listo a conocer otros países, pero su vida sólo tenía sentido en Europa. Sin embargo, se daba cuenta de que su mundo se estaba destruyendo. Los controles fronterizos, el tratamiento que recibían los judíos y los extranjeros, esas “insignificancias” le anunciaban la gran catástrofe que iba a ser la guerra de 1939.

En 1934, luego de que la policía allanara su casa en Salzburgo, Zweig se marchó de Austria bajo el pretexto de que tenía que investigar sobre la vida de Marie Stuart en Inglaterra. A pesar de algunas contrariedades sin importancia, su vida en Londres, durante un cierto tiempo, se desarrolló sin tropiezos. Pero cuando Austria fue anexada a Alemania, fue considerado, al igual que los alemanes, como “Alien Enemies”: se le sometió a diferentes controles, a informar a la policía de todos sus movimientos. “Una vergüenza para un hombre de mi edad y de mi posición”, escribe Zweig en su diario.

Se sentía perseguido tanto como judío que como “alemán”. Era un hombre acorralado. El día en que debía casarse con Charlotte Altmann, su secretaria, Inglaterra le declaraba la guerra a Alemania. Cuando Francia cayó en manos de los nazis, tuvo la impresión de que todo había terminado, de que él se había convertido en un verdadero apátrida: “Francia perdida, reducida a ruina durante siglos, el país más adorable de Europa —para quién escribir, por qué vivir. Aquí, la situación es cada vez más tensa, por más naturalizado que uno esté, uno se siente un outsider, e incluso un indeseable porque nos hemos convertido en individuos que hay que vigilar”, anota en su diario el lunes 17 de junio de 1940, y una semana más tarde tomaba el barco con destino a Río de Janeiro vía New York.

Diplomático. Escritor; ensayista. Academia Dominicana de la Lengua, de número. Premio Feria del Libro 2019.