¿Un consejo necio?

Vengan, maldíganme, línchenme y déjenme por muerto. Antes de lapidarme, descarguen sus mejores estigmas: traidor, antisistema, fatalista, antipatriótico y resentido; los aceptaré todos y muchos más, pero no me retractaré de una tilde ni me daré por agraviado. Esta vez tendrán motivos para descalificarme cuando lean mi consejo a un joven dominicano que ha perdido la fe en esta pretensión fallida de nación. Se trata de un lector de mis trabajos, quien me escribió buscando apoyo para airear una dura decisión de vida. Le pedí su consentimiento para publicar su mensaje y darle respuesta a través del mismo medio. Me lo dio. Este fue su mensaje:

“Estimado doctor Taveras. Colecciono su columna en DL. Todos los sábados la comentamos en una reunión de quince amigos que nos reunimos en (...). Creo que usted es uno de los escritores más completos y (sic) influyentes que tiene la prensa dominicana de hoy. Su pensamiento es lúcido, sensible y franco, por eso me atrevo a pedirle un consejo. Soy graduado en finanzas con dos maestrías en España. Trabajo en (...) desde antes de graduarme. Actualmente gano cuatro veces el salario mínimo. Me casé hace dos años con una joven súper preparada de 32. Mañana cumple tres meses que perdió el trabajo porque su empresa es contratista energética del Estado. Ella veía cosas extrañas como estas: (...). Actualmente está embarazada. Eso me aumenta la presión y me obliga a aceptar algunas asesorías privadas de noche. Para colmo hace una semana a mi esposa la atracaron en plena Lincoln y eso la traumatizó. Está muy nerviosa y dice que no puede trasmitirle a la criatura el odio que siente en contra del país. Ella no ve esperanza, yo quiero en cambio darle algo a mi patria. Estamos aplicando para una residencia en Canadá. Ella quiere irse, pero yo le digo que esperemos a ver qué pasa. Me tomo la confianza de pedir su consejo, el cual agradezco como si viniera de mi padre. Perdone el atrevimiento. Con aprecio IBR”

Estimado IBR, ese drama lo conocía; no es nuevo, propio ni anónimo; es apenas un fragmento de un espejo social quebrado. Sin embargo, no deja de ser sensiblemente retratista. Es, a mínima escala, la realidad que nos toca de forma indistinta. Es más, si algún otro muchacho del barrio, braveado en las lidias de la sobrevivencia, leyera tu carta no la finalizaría sin llamarte “mamita”; otros te considerarían como un privilegiado inconforme. Obvio, no todos juzgamos con las mismas experiencias de vida sobre todo en una sociedad emocional cuyos prejuicios se adelantan a cualquier comprensión.

Te entiendo y sé por lo que pasas. Me siento, sin embargo, impotente para recomendar soluciones, pero al margen de las consternaciones de tu esposa, debes sobreponerte y ver a futuro tu cuadro de vida con la frialdad que no te da el presente. Como eres financista, te lo digo en tu código: la vida es un “balance consolidado” de elecciones. Al final, eres lo que decides y no lo que mereces. Además, la mediocridad política, como dueña de la dirección del Estado, solo reconoce el mérito partidario, los negocios y las influencias del poder para acreditar notables oportunidades. En esas tu no cuentas, aunque vengas de Yale, Princeton, Stanford u Oxford.

La pregunta obligada es: ¿Ves futuro donde vives? La respuesta es crucial para alentar la decisión que buscas. Déjame ayudarte: Si me la devolvieras te contestara que estamos muy lejos de un estado seguro, justo y retributivo de convivencia. A pesar de las apariencias todavía subyacen modelos primitivos de participación social. Esto, mi querido muchacho, está diseñado para que un grupo tasado de intereses conserve el dominio. Este es su país. El problema es que tampoco invierte en la mejora social del sistema, como tampoco hará nada para cambiarlo. Le asusta que en ese proceso varíen las reglas y las rentabilidades del desorden que lo sostiene. Sus centros de poder temen poner en riesgo los privilegios, esos que les han acomodados los gobiernos y que en cualquier sociedad racional no se tolerarían. Y no me refiero precisamente a los agentes políticos sino y sobre todo a los económicos en una de las sociedades más concentradas y desiguales del mundo; y es que los intereses políticos, mi amigo, van y vienen, pero los otros son estructurales y se mantienen.

En estos veinte años esos núcleos han concertado una alianza de titanio con los gobiernos para que las cosas cambien a su manera, ritmo y dirección. Los roles son claros: unos deshacen y otros no hacen. Por eso nos ha vendido el discurso de un progreso postizo que solo llega a sus cuentas pero que se declara ajeno a tus privaciones sin importar tus aportes, talentos y desvelos. Cada vez que a ese liderazgo político y económico le reclamamos balances acude a las estadísticas regionales para decirnos que estamos mejor que Nicaragua, Honduras, Guatemala, El Salvador, Bolivia o Haití. Escucho esa sinfonía desde hace tres decenios y lo único que he visto cambiar son las apariencias: torres, elevados, lavado y consumo de lujo en el eje central de la ciudad capital, y ¡claro! una pobreza digitalmente “conectada”.

Nos han vendido los estándares de su “normalidad” para que la aceptemos como cultural aquellas carencias que hace tiempo debimos rebasar. Hoy mantenemos vigente un sistema educativo considerado como paria y una salud pública ignominiosa y ni hablar de la vivienda como inabordable derecho de dignidad social.

Mira joven, mi mejor consejo es que te vayas y mientras más pronto mejor. Aquí no conseguirás nada que no puedas hacer por tus propios empeños. Esto es selva. No esperes retribuciones de un sistema sin capacidad para autosostenerse. Cada año los informes internacionales de la economía dominicana concluyen de la misma manera: somos el país que más crece de la región pero de los primeros del mundo en desaprovechar ese crecimiento para reducir los índices de exclusión y desarrollo. Saludo tu patriotismo, pero recuerda que el más patriota de los dominicanos vivió en el exilio abandonado y en la indigencia. Tu patria aún no ha nacido. ¿Acaso es esto patria? La patria se lleva donde estemos. Ser patriota no es empapelarse con emblemas patrios, ni levantar altares de devociones trinitarias: es considerar como propia la dignidad de nuestros hermanos y honrar el deber que nos impone la condición de ciudadanos donde quiera que estemos. Patria no es la que nos vio nacer; es la que nos hace hombres dignos y en esta tierra parece que la dignidad pereció. Patria no es la que nos pare; es la que nos ama. Me siento extranjero en la que usan su nombre, historia y sueños para glorificar sus saqueos; no creo en su bandera: un símbolo ondeado sobre sus desechos. ¡Que la defiendan ellos!

Abogado, académico, ensayista, novelista y editor.