Eclosión de Libertad: JFK y los Trujillo

JFK y Bobby Kennedy.

Hace ya 23 años -Gardel dice "que veinte años no es nada"- presenté en Casa de Bastidas la última obra del multifacético Bernardo Vega, en un acto honrado por la presencia del profesor Juan Bosch, protagonista de primer orden de la historia dominicana contemporánea a quien tocó presidir el gobierno surgido de las urnas a finales de 1962. Un episodio democrático abortado, con grave derivación en 1965. Gracias a OGM Central de Datos pude rescatar dicho texto, publicado por Listín Diario en tres entregas a finales de julio del 91. Que nos introduce a la transición democrática en los inicios de la post Era.

De la saga editorial de Bernardo Vega dedicada a la documentación y evaluación de la Era de Trujillo y particularmente al tema de las sensitivas relaciones entre Estados Unidos y la República Dominicana, quizás Kennedy y los Trujillo sea la obra más fascinante.

En ella se aborda un período sumamente fluido para los Estados Unidos -piénsese en el vigoroso movimiento de los negros por sus derechos civiles que estremeció la raíz misma de la sociedad norteamericana en sus conflictivas relaciones interétnicas y la sucesión de crisis internacionales que afrontó la nueva administración liberal. Más aún, por el costado doméstico, se refiere a una fase vitalmente importante para la historia de nuestro país, al cerrarse el dilatado ciclo de la dictadura de Trujillo y abrirse una etapa de rápidos cambios, cuyo curso posible se mostraba incierto. En palabras de Adolf Berle -escritas en su diario personal el 31 de mayo del 61- en la República Dominicana "la botella ha sido destapada y cualquier cosa puede suceder". Berle encabezaba un teamwork creado por la administración Kennedy para dar seguimiento a la crisis dominicana.

Desde una perspectiva latinoamericana, los inicios de los 60 representaron un momento especialmente significativo para la región. Durante la década del 50, América Latina vio desplomarse los regímenes autoritarios de los generales Juan Domingo Perón (Argentina: 55), Manuel Odría (Perú: 56), Rojas Pinilla (Colombia: 57), Pérez Jiménez (Venezuela: 58) y Fulgencio Batista (Cuba: 59). En Brasil, el retorno del ex dictador Getulio Vargas por la vía electoral en 1951, culminó en su suicidio en el 54, abrumado por acusaciones de corrupción y presionado por los militares. La elección de Juscelino Kubitschek, un año después, le dio a ese país una era de estabilidad política y desarrollo económico. En Bolivia, en el 52, el MNR había iniciado una revolución democrática que le mantendría en el poder hasta 1964. Costa Rica, desde la revuelta del 48 encabezada por José Figueres y su partido Liberación Nacional, era un modelo democrático, sin interrupciones hasta nuestros días.

Ecuador exhibía, desde el levantamiento de la Alianza Democrática Ecuatoriana de 1944 que llevó a Velasco Ibarra a la presidencia, continuidad en su orden constitucional. Chile y Uruguay, mostraban los ejemplos más resaltantes de antigüedad de sus instituciones representativas. En Puerto Rico, el Partido Popular Democrático del gobernador Muñoz Marín (1952-64), constituía un factor de apoyo a los movimientos de reforma en el Caribe y un puente entre los liberales norteamericanos y los líderes democráticos de la región.

La relación anterior revela que América Latina estaba siendo bañada por una verdadera y refrescante ola democrática. Con justa razón, Juan Bosch publicó en 1959, en la revista Combate -órgano del Instituto Internacional de Estudios Políticos que funcionaba en Costa Rica y cuyos editores eran Betancourt, Figueres y Haya de la Torre-, un artículo que tituló "Trujillo: Problema de América". El atentado terrorista contra el presidente Betancourt que casi le cuesta la vida el 24 de junio de 1960 y la subsecuente condena del continente al régimen de Trujillo, en la Conferencia de Cancilleres de San José (del 16 al 21 de agosto) que le impuso sanciones diplomáticas y económicas al considerarlo "un peligro para la paz y seguridad del Continente", confirmó unánimemente el aserto profético de Bosch.

En otro ángulo, el triunfo de la revolución cubana y la orientación radicalmente socialista adoptada por sus dirigentes -junto al creciente apoyo soviético-, colocó el riesgo comunista en el centro del proceso de reformas democráticas que vivía el continente, convirtiéndose en un tema sumamente neurálgico para los formuladores de la política exterior de EEUU. De este modo, lo que liberales norteamericanos y dirigentes de la izquierda democrática habían estado propugnando a finales de los 50 -una suerte de Plan Marshall que promoviera las reformas sociales y el desarrollo económico de la región- se vio concretada en la Alianza para el Progreso que la administración Kennedy propuso a los países latinoamericanos. Con ello Estados Unidos -en consonancia con el grupo de la izquierda democrática- buscaba responder a las necesidades de cambios estructurales, desalentando la desestabilización revolucionaria y las reformas radicales que el castrismo impulsaba como modelo a seguir.

Ya la administración Eisenhower había definido una estrategia destinada a vincular a Trujillo y a Castro como dos problemas centrales en las relaciones hemisféricas que requerían tanto de acciones encubiertas de los EEUU (los planes de liquidación física de Trujillo y de invasión a Cuba), como de medidas diplomáticas colectivas a través de la OEA. Como bien lo revela Vega en su obra Eisenhower y Trujillo y en la que hoy nos ocupa, Kennedy heredó una política hacia la República Dominicana y hacia Cuba -con sus correspondientes planes operativos de contingencia-, cuyas líneas maestras mantendría en sus primeros meses en la Casa Blanca.

Al decir de Arthur Schlesinger Jr. en su libro Los Ciclos de la Historia Americana, conforme a la visión revisionista predominante en la historiografía norteamericana, en materia de política exterior, "Kennedy era adicto a las crisis. Era un activista irreflexivo, un amante de la guerra, que hallaba un deleite de macho en el peligro y se sentía arrastrado a probar la virilidad por el enfrentamiento. Llevó innecesariamente al mundo al borde del holocausto por los misiles soviéticos en Cuba, nos enredó en el embrollo de Vietnam. Ordenó el asesinato de Castro y probablemente también de Diem y fue, en palabras del historiador británico Eric Hobsbawm, el más peligroso y megalómano de los presidentes". Juicio éste que Schlesinger, quien fuera asistente especial de JFK en la Casa Blanca y su biógrafo político, obviamente no comparte.

Para una escuela minoritaria, Kennedy era incorregiblemente débil y vacilante en asuntos exteriores. Bahía de Cochinos, decía Eisenhower, debería ser llamada un retrato de timidez e indecisión. Para Nixon, la crisis cubana de los misiles, hizo que los Estados Unidos sacase la derrota de las mandíbulas de la victoria. En vez de eliminar el régimen de Fidel Castro, Kennedy garantizó su seguridad contra futuras invasiones, al pactar con Jruschov.

Cierto es que, en opinión del colaborador y biógrafo de Kennedy, "durante sus cinco primeros meses en el cargo, cada día parecía surgir una nueva crisis: Laos, sobre el que Eisenhower le dijo que Estados Unidos debía, si era necesario, luchar unilateralmente; la invasión de exiliados de Cuba, que según recomendación de Eisenhower debía confirmarse y acelerarse; el Congo; el astronauta soviético en el espacio; el asesinato de Trujillo; el vigoroso apoyo soviético a las guerras de liberación nacional en Argelia, Cuba y Vietnam; la reunión de Viena con Jruschov y el intento soviético de echar a los aliados de Berlín occidental; la reanudación por los soviéticos de las pruebas nucleares. Fue un año sombrío."

De ese año sombrío para el presidente norteamericano, en su agenda de política exterior, nos correspondería un capítulo singular, con la liquidación física de Trujillo y el inicio de la compleja brega por la implantación de un proceso de transición democrática. En las propias palabras de Kennedy -citadas por Schlesinger en su libro Thousand Days, al reseñar la reunión del 7 de julio de 1961, celebrada en la Casa Blanca para discutir la situación dominicana- la política norteamericana hacia la República Dominicana debía responder a la siguiente lógica de prioridades:

"Hay tres posibilidades, en orden descendente de preferencia: un régimen democrático decente, una continuación del régimen de Trujillo, o un régimen castrista. Debemos apuntar hacia el primero, pero realmente no podemos renunciar al segundo hasta que estemos seguros de que podemos evitar el tercero." Con sus variantes y adaptaciones al curso cambiante de los acontecimientos, esa sería la lógica que orientaría el gravitante rol de los Estados Unidos en la escena dominicana de esos días.

Para apuntar en la dirección indicada por Kennedy, el 17 de julio le fue presentado al presidente el documento "Cursos de Acción en la República Dominicana", en el que se plantea que el problema básico consistía en "promover un gobierno estable, resistente al castrismo, construido desde el ala moderada balaguerista del gobierno existente, la oposición centrista y elementos de las Fuerzas Armadas". En términos operativos, Estados Unidos debía moverse hacia el objetivo de la transición orillando las siguientes opciones y sus riesgos:

A) Prolongar el control trujillista más allá de un período adecuado de transición/ sería invitar a la revolución y al desorden. B) Precipitar la remoción de los Trujillo, sin garantizar un gobierno estable más representativo/ sería invitar al colapso de la autoridad y, tal vez, a la guerra civil. C) Identificar a los EEUU con el gobierno de Balaguer, mientras los Trujillo mantenían el control/ daría la impresión en América Latina de que se condonaba la dictadura, daría pie a Balaguer para moverse más lentamente hacia las reformas, podía estimular a la oposición a recurrir a la violencia y dañaría la imagen de EEUU ante ésta.

Esa fue la lógica imperial que guió la transición.