El bate ¿con corcho? de Sammy Sosa
Me asomo a tres libros que recién me llegan. Un amigo entrañable me trae de Cuba un surtido seductor. La poltrona habitual esperará que llegue la noche para consumir uno de los regalos, el que más atrae de inmediato mi atención. Es el Diario de Alejo Carpentier, un trozo nada más de su vida, escrito entre 1951 y 1957. Lo ha publicado Editorial Letras Cubanas el año pasado. La viuda del escritor fallecido en París, en 1980, se había resistido durante treinta años a permitir la difusión del diario de su esposo porque "menciona a pocas personas, pero es impublicable por estar aun vivas esa gente y francamente no les trata muy bien".
Y es cierto. Carpentier no deja bien parado a nadie. Ni a su madre. Lo leo como una novela. La fascinación del relato de su vida durante esos seis años -sus años venezolanos- me conduce a una lectura incesante durante dos noches con sus madrugadas.
En cuanto concluyo con Carpentier tengo conmigo una historia de la que he recibido noticias por años y que hace rato quiero conocer en detalles. Es la insólita leyenda de Günter Wallraff, un periodista alemán que se ha empeñado por años en denunciar condiciones de explotación, de exclusión social y de engaños institucionalizados, disfrazándose y asumiendo identidades ficticias. Su método es temerario, su conducta: impertinente, como él mismo la denomina. Wallraffear se ha convertido en un verbo que en Alemania describe el estilo de investigación y denuncia periodística creado por este reportero para dar a conocer realidades oscuras, indignas, abusivas que afectan sensible -y, muchas veces, irreversiblemente- la vida humana. Es así como Wallraff afirmará la supervivencia del racismo en Alemania, el abandono de los excluidos socialmente, los alimentos mal elaborados que se venden por millares en los supermercados, la explotación en restaurantes de prestigio, los manejos turbios del personal de empresas reconocidas, los abogados destinados a romper sindicatos. Un prontuario de grises conductas humanas y empresariales que empañan la existencia de un amplio sector de humanos que forman parte de los desahuciados y perdedores del que hemos creído siempre como el mejor de los mundos.
Voy luego hacia un libro de antecedentes que me son desconocidos y que he adquirido en el baratillo que colocó recientemente una librería local. Me atrae el tema y un vistazo a sus primeras páginas me dirige sin pausa a su conocimiento. Jeffrey S. Rosenthal, su autor, jura tener condiciones para revelarnos que el azar no existe y que el espacio de las probabilidades tiene ubicación fija en análisis matemáticos y estadísticos que muy difícilmente son tomados como referencia para explicar lo que creemos son casualidades. Su demostración abarcará aspectos tan disímiles como la genética, la propagación de enfermedades o el diagnóstico médico; las encuestas de opinión, los juegos de azar o simples situaciones cotidianas. No es asunto de magia. Tiene un fundamento científico el método de Rosenthal. El razonamiento matemático como posibilidad abierta al escudriñamiento de realidades que podríamos creer adversas, y que sin embargo, nos resultan favorables.
Entonces, de pronto, al avanzar la lectura, en el capítulo de las probabilidades muy bajas, surge el incidente Sammy Sosa que como muchos han de recordar ocurrió la noche del 3 de junio de 2003 -hará pronto once años- cuando la figura estelar de los Chicago Cubs de la época, rompió su bate en un partido contra los Tampa Bay y el árbitro, al examinar el bate roto encontró que había un pequeño trozo de corcho en su interior. El escándalo que vino después es bien conocido. Sosa admitió lo del bate con corcho, pero alegó que ese bate lo destinaba solo para las prácticas de bateo y que solo por ese partido en específico, había hecho uso del bate por error. Dos preguntas busca contestar el autor de este método de probabilidades: ¿El bate con corcho de Sosa fue un simple descuido o un intento deliberado de hacer trampa? ¿Era aquella la única vez que Sosa había usado un bate con corcho en un partido o era algo que hacía habitualmente?
Rosenthal en su libro intenta una respuesta bajo estas premisas de análisis -evaluando pro y contra- que resumimos del siguiente modo:
En provecho de Sosa digamos que el toletero nunca intentó ocultar ni deshacerse del bate con corcho cuando se produjo la fatal ruptura.
Sosa tenía en su casilla 76 bates que fueron minuciosamente examinados con rayos equis y ninguno de estos tenía corcho. Se examinaron también los bates que Sosa había donado a la Galería de la Fama del Béisbol y tampoco estos estaban "acorchados".
Al momento del percance Sammy no estaba teniendo una buena temporada, mientras el público reclamaba desde las gradas la renovación de sus batazos. ¿El bate con corcho fue una medida de desesperación?
¿Cuál es la probabilidad de que Sosa utilizase un bate con corcho solo aquella vez?
El analista acude al p-valor, que es "la probabilidad de que Sosa hubiese sido descubierto si hubiese usado un bate con corcho solo en aquella ocasión. Si este valor es muy bajo, suscita dudas sobre la afirmación del jugador de que su bate con corcho fue un incidente único, aislado. Pero si el p-valor no es demasiado bajo, su afirmación puede ser plausible".
Resumimos de nuevo el contundente examen de ese momento histórico en la trayectoria de este extraordinario jugador:
Los bates no se rompen a menudo. No existen estadísticas oficiales sobre casos de este tipo en el béisbol, pero en líneas generales en un partido regular de la Liga Nacional hay un total de unos 75 turnos al bate entre los dos equipos contendientes, y tres o menos bates rotos. Por lo tanto, en cualquier turno al bate, la probabilidad de que se rompa un bate no supera tres entre 75, o lo que es lo mismo, uno entre 25.
Conforme este razonamiento, la probabilidad de que Sosa rompiese un bate y de que, en consecuencia, lo descubriesen, la única vez que usó corcho, estaría en torno a uno entre 25, o sea 4%. Este p-valor es lo bastante pequeño como para ser significativo estadísticamente. Así pues, según esta argumentación, hay cierta prueba estadística -aunque no del todo concluyente- en contra de que Sosa utilizase el corcho solo aquella vez.
Otro factor que reduce el p-valor es que una vez que el bate se rompe, no es seguro que el corcho se descubra. El árbitro Tom McClelland que lo descubre, es el mismo que había anulado un home run de George Brett en 1983 -veinte años antes- debido a un exceso de alquitrán de madera en su bate, aunque esa decisión fue invalidada posteriormente, lo que no sucedió con Sosa. Así pues, McClelland examinaba los bates y aplicaba las reglas de modo más estricto que muchos otros árbitros. Con otro juez, tal vez Sosa no habría sido descubierto y el p-valor se colocase pues aquí a menos de 4%.
Hay otros p-valores que surgen a favor de nuestro compatriota. Es factible que incluso aunque Sosa hubiese utilizado un bate con corcho solo una vez, tuviese muchas posibilidades de ser descubierto, pues un bate de ese tipo tiene una alta probabilidad de romperse, ya que los bates con corcho a causa de los agujeros que se les hacen, son menos sólidos que los bates regulares. Si esto es así, el p-valor sería significativamente mayor, lo cual apoyaría la versión del jugador.
Si los bates con corcho tienen una probabilidad de romperse tres veces mayor que los bates corrientes (contra una afirmación contraria que niega esta posibilidad) el p-valor podría incrementarse desde aproximadamente 4% a cerca de 12%, una diferencia relevante que respaldaría la tesis de Sosa.
El final de esta historia nunca se ha escrito. Sammy Sosa -el hombre que junto a Mark McGwire hizo reanimar las durmientes gradas del béisbol norteamericano en aquella época- fue suspendido por solo ocho partidos. "Lo único que cabe afirmar con seguridad es que o Sosa hacía trampas a sabiendas y reiteradamente o los bates con corcho tienen muchas más posibilidades de romperse o Sosa fue extremadamente desafortunado. Todo se reduce a las posibilidades". Es la conclusión de Rosenthal.
La historia a la que sí hay que dar conclusión es la de si con un corcho más o un corcho menos, a más de lo otro que todos sabemos, Samuel Peralta Sosa (Sammy Slammin) merece ocupar un espacio en el altar de los héroes de Cooperstown. Y si antes debieran recibirlo con los honores que se merece en su antigua casa del Wrigley Field de los Cachorros. Rosenthal no entra en este tema, pero creo que el método de las probabilidades le va a abrir ese espacio más temprano que tarde.
www. jrlantigua.com
El final de esta historia nunca se ha escrito.
Sammy Sosa -el hombre que junto a Mark McGwire hizo reanimar las durmientes gradas del béisbol norteamericano en aquella época- fue suspendido por solo ocho partidos.
(Lecturas para seguir este texto: Diario (1951-1957). Alejo Carpentier. Editorial Letras Cubanas, 2013/ 238 pp. - Con los perdedores del mejor de los mundos. Expediciones al interior de Alemania. Günter Wallraff. Círculo de Lectores, 2009/352 pp. - A cara o cruz. El sorprendente mundo de las probabilidades. Jeffrey S. Rosenthal. Tusquets, 2011/ 333 pp.)
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