El Malecón que fue
El pasado sábado en la mañana, instalado en la calzada del Palacio de la Esquizofrenia en El Conde tuve dos gratos encuentros. En lugar de Luis Rodrigo y Alfredito Rizek, la gran sorpresa fue encontrar al "Caballo" Pipí Valera Benítez, un hermano querido de tantas jornadas en Santo Domingo y Miami, a quien me unen lazos familiares múltiples, residente en NYC. Charlamos con gusto sobre los achaques que aquejan a los 60taañeros y los trucos de sobrevivencia, acerca de los viejos buenos tiempos. Pipí -quien sigue la columna desde los Nuevayores- me dijo: "toma lápiz y papel, que te voy a dictar unos datos sobre el Malecón, empezando por el Paseo Presidente Billini". En esas estuvimos, auxiliados por una libretica de tomar la orden de uno de los mozos, cuando desde la mesa contigua identifiqué a los hermanos Alex y Wilson Rood, hijos de mi querido Wilson "Bill" Rood, un enamorado de la vieja ciudad de los Colones residente frente al Convento de los Dominicos. Director de Young & Rubicam y ejecutivo de la Cámara Americana de Comercio, su mellizo Alexander también residió en la zona y escribió una obra evocativa sobre Santo Domingo que ha servido de guía a turistas y a extranjeros interesados en el país. Ambos egresados de leyes en 1937 en la Universidad de North Carolina, sirvieron con orgullo en el FBI.
A mi amigo Alex Rood le cupo el mérito de innovar en el Malecón de los 70, cuando ese paseo y respiradero marino emblemático de la capital, en lugar de afearse arrabalizándose, exhibió nuevos establecimientos que llenaron espacios vacíos, incorporando valor agregado a la configuración heredada de la Era de Trujillo. Fue el caso del Cinema Centro fomentado por el empresario norteamericano Carrady en el inmenso solar que había servido de campo de fútbol frente a Güibia. Junto al complejo de salas de cine modernas y confortables dotadas de escalera eléctrica -una verdadera novedad tecnológica-, surgieron facilidades complementarias que hicieron de este recinto un destino obligado de los capitaleños. El Viñedo -iniciativa de Alex junto a Tony Ocaña y Tony Flaquer- fue una exquisitez en todos los órdenes. Situado a la derecha de la entrada del Cinema, su oferta era como para hacerse habitué. Quesos camembert, brie, roquefort, patés, prosciutto, salami Genoa, casabe, dips de vegetales y buenos vinos. La decoración insuperable: lámparas Tiffany sobre cada mesa de pino americano barnizado, vidrios biselados pintados por el artista Aurelio Grisanty. Música selecta y actualizada, sin estridencias. Un plus fue el juego de Backgammon.
Como el ambiente lo hace la gente, allí estaban Jenny Polanco, las "Finas" Alvarez (Alejandra, Virginia, Teresa), Anita Messina, las Bonnarelli, Federico Fondeur, Cachi Ossaye, Ma. Trinidad Sánchez (Dios la tenga en gloria junto a Enriquillo), Gina Franco, Luisa Auffant, Ma. Filomena Barletta, Antonia Ma. Freites, Mery Rosa Jiménez, Nassim Diná, Alberto de los Santos, Frank Jorge, Alejandra y Oscar Cury, Teresa Lebrón, Blanca Aurora Sardiñas. Enriquillo Sánchez, Aurelio, Jochy Russo, Micky Vila, Eduardo Selman, Tony Caro, Henry Gazón, Andresito Freites, Samuelito Conde, Ique Tavares, Otto y Fernando González, David Paiewonsky, Peter Croes, Arturo Grullón, Jimmy Threan, Rafi Hernández, Tavito Amiama, Ottico Ricart, Coqui Jorge, Félix Montes de Oca, las hermanas Perrota, Miriam Gotsch, Colombina Lovatón. Era la antesala para bailar en Morocco, una discoteca fabulosa con atmósfera oriental, alfombras, sofás, otomanes, cojines, sederías, remedo de Casablanca que Humphrey Bogart e Ingrid Bergman inmortalizaron.
Para los golosos insatisfechos y para toda la familia, la fuente de soda Howard Johnson abrió sus puertas en el ala izquierda de la segunda planta del Cinema. Helados, batidas, sándwiches, en múltiples y sabrosas combinaciones. Luego vendría una terraza y pizzería en la explanada. Al lado se instaló otra innovación en el campo de los servicios: el Liquor Store Omar Khayyam. Así los borrachos podían abastecerse con una amplia gama de bebidas, al amparo del célebre sibarita persa, matemático y astrónomo reformador del calendario musulmán, poeta autor de las famosas Rubaiyat celebrantes del vino y de la vida. En la esquina Le Café de los hermanos Read con arquitectura de moldeo marino del arquitecto Micky Vila y sus apetitosas crepes, imperaba música al gusto Gañanístico. Chico Buarque en Eu te amo, Elis Regina Aguas de Marzo de Jobim, Joao Gilberto y Tom en Chega de Saudade, Pierre Barouh y Nicole Croisille (los temas de Francis Lai, Baden Powell y Vinicius de Moraes del film Un hombre y una mujer de Lelouch). Gato Barbieri soplando El Ultimo Tango en París, Sergio Mendes & Brasil 66 con su País Tropical.
Cierre por Atilio Stampone en Jaque Mate y mi preferida Mar y Luna de Buarque, de una poética simpar: "Amaron el amor prohibido/hoy eso es sabido/ Todo el mundo cuenta/que una andaba lenta/que una iba preñada/ y otra iba desnuda/ ávida de mar" Río abajo fluyendo hacia el mar: "Se fueron volviendo peces/ Volviendo conchas/Volviendo espuma/Volviendo arena/ Plateada arena/Con luna llena/A orillas del mar". A pocos pasos en la misma cuadra en dirección oeste se ubicaba otro complejo que hizo historia. Un origen modesto en medio del conflicto bélico y la intervención militar americana de 1965, ya en plena negociación entre el gobierno constitucionalista y la comisión de la OEA encabezada por el embajador Bunker. Un ciudadano español, don Pedro Zavala Garay, tuvo la iniciativa de montar un puesto de churros dominical bajo los almendros de Güibia. Las familias que empezaron a pasear por un tramo del Malecón tuvieron esta opción los domingos en las tardes, mientras la ciudad permanecía dividida por las tropas de la FIP. El emprendedor agregó pinchos morunos y hamburguesas. Trasladado enfrente surgió El Caserío, con placentera terraza debajo de frondoso almendro. Exquisitos emparedados como El Caserío hecho en pan especial cilíndrico, chocolate, jugos naturales. Y luego todo un restaurante de mariscos y pescados, excelentes carnes, gastronomía española.
Una ampliación que le dio un giro extraordinario al Caserío a finales de 1977 fue La Taberna de María Castaña, que alcanzó vuelos en tiempos de don Antonio Guzmán. Con las amables atenciones de Manolo Tojo, Eugenio Fernández y el inigualable bartender Pío, se aperturó un espacio todo jolgorio, sevillanas, cante jondo, palmadas, españolerías lanzadas al viento. Un mesón feliz que disfruté como enano en circo, cubierto su tope de tapas suculentas: gredas enormes repletas de langostinos relucientes; otras cargadas de salpicón de mariscos; más allá jugoso pulpo a la vinagreta; boquerones crocantes, sardinillas asadas al aceite o avinagradas, pimentones, champiñones al ajillo, cebollas carnosas. Piezas de jamón serrano lasqueadas finamente, chorizos al vino, papas picantes a la brava. Tortillas con chorizo, queso manchego. Pan fresco de calidad para ayudar a engullir tanto manjar. Y por supuesto, vino abundante y celebrante. Cerveza, ron, whisky. Jarras de sangría refrescante que las mujeres preferían. Se popularizó tanto María Castaña que a veces "no cabía un alma". Un amplio parqueo trasero acogía a los habitués. De allí surgió en cierto modo el gobierno de Salvador Jorge Blanco, al convertirlo sus seguidores en punto de encuentro. Como también fraguaron noviazgos y matrimonios. A mediados de los 80 un Bingo se agregó al fondo del solar.
Antes que esto aconteciera, a mi regreso de Chile en 1971, encontré en moda La Posada, sito a seguidas de la residencia de doña Amelia Cabral vda. Vicini y su hijo Felipe. En esta terraza impulsada por el popular hermano lasallista Arturo se formó un ambiente sano, de juventud de clase media que tenía su clímax los domingos en las tardes. Luis Rodrigo, Ramoncito Auffant, Ramoncito Prieto, Arsenio Dante Rodríguez, Poncio Enrique Pou, Leo Camarena, eran contertulios frecuentes. Un incidente en que se vio involucrado el coronel piloto Guarién Cabrera costó la vida a dos personas. Pese a ello, La Posada mantuvo su ritmo. Otros adquirientes de los derechos de operación se sucedieron. Uno de los más conspicuos fue Luis "El Gallo" Acosta Moreta, quien desarrolló el Blues Bar, un lugar de ensueño animado por el saxofonista Tavito Vásquez, el trompetista Héctor "Cabeza" de León y el tecladista Ñaño Guzmán. Regia remodelación y decoración, complementada por platillos generosos de quesos franceses, patés, fiambres y galletas inglesas. Su anfitrión todo un caballero, se desvivía en atenciones. De las noches memorables del Blues Bar salió un Lp de excelente factura con temas como Europa, Skokian, Summertime.
Otro espacio abierto a la avenida era el Carimar, del Chino Pichardo, siempre concurrido con sus mesas mirando hacia el mar, tal como lo indicaba su nombre. Un público un tanto más adulto que el de La Posada, este establecimiento contaba con una parte trasera bajo techo con un piano bar y la presencia en los teclados del maestro vegano Enriquillo Sánchez. Su sola existencia era un imán poderoso que atraía a figuras de la farándula como el humorista y productor de televisión Freddy Beras Goico, Babín Echavarría, la gran Casandra Damirón, el maestro Salvador Sturla, Manuel Sánchez Acosta cuando estaba en el país. La gastronomía del Carimar era de acento criollo, con fuerza en pescados como el carite en escabeche, camarones guisados, filete encebollado, chuletas a la plancha, longanizas fritas, tostones y otras exquisiteces. Más hacia el oeste pasando el Vesuvio que es plato aparte desde 1954, se ubicaba otra novedad valiosa: La Parrilla del queridísimo Joaquín Basanta (poeta nerudiano, comunicador, revolucionario exquisito, compañero de Milagros y padre de Juan) compartiendo esmeradas atenciones con Hugo Toyos. Churrascos, filetes, bifes de chorizo, chuletas de cerdo, parrillada mixta con vísceras, morcilla, salsas, pechugas al carbón, yuca mocana con mojo, ensalada de aguacate. Vinos frescos, mejores quesos franceses y patés. ¡Uf, cuanto comer! En ese Malecón que fue.
Para los golosos insatisfechos y para toda la familia, la fuente de soda Howard Johnson abrió sus puertas en el ala izquierda de la segunda planta del Cinema. Helados, batidas, sándwiches, en múltiples y sabrosas combinaciones. Luego vendría una terraza y pizzería en la explanada. Al lado se instaló otra innovación en el campo de los servicios: el Liquor Store Omar Khayyam. Así los borrachos podían abastecerse con una amplia gama de bebidas, al amparo del célebre sibarita persa, matemático y astrónomo reformador del calendario musulmán, poeta autor de las famosas Rubaiyat celebrantes del vino y de la vida. En la esquina Le Café de los hermanos Read con arquitectura de moldeo marino del arquitecto Micky Vila y sus apetitosas crepes, imperaba música al gusto Gañanístico. Chico Buarque en Eu te amo, Elis Regina Aguas de Marzo de Jobim, Joao Gilberto y Tom en Chega de Saudade, Pierre Barouh y Nicole Croisille (los temas de Francis Lai, Baden Powell y Vinicius de Moraes del film Un hombre y una mujer de Lelouch). Gato Barbieri soplando El Ultimo Tango en París, Sergio Mendes & Brasil 66 con su País Tropical.
Cierre por Atilio Stampone en Jaque Mate y mi preferida Mar y Luna de Buarque, de una poética simpar: "Amaron el amor prohibido/hoy eso es sabido/ Todo el mundo cuenta/que una andaba lenta/que una iba preñada/ y otra iba desnuda/ ávida de mar" Río abajo fluyendo hacia el mar: "Se fueron volviendo peces/ Volviendo conchas/Volviendo espuma/Volviendo arena/ Plateada arena/Con luna llena/A orillas del mar". A pocos pasos en la misma cuadra en dirección oeste se ubicaba otro complejo que hizo historia. Un origen modesto en medio del conflicto bélico y la intervención militar americana de 1965, ya en plena negociación entre el gobierno constitucionalista y la comisión de la OEA encabezada por el embajador Bunker. Un ciudadano español, don Pedro Zavala Garay, tuvo la iniciativa de montar un puesto de churros dominical bajo los almendros de Güibia. Las familias que empezaron a pasear por un tramo del Malecón tuvieron esta opción los domingos en las tardes, mientras la ciudad permanecía dividida por las tropas de la FIP. El emprendedor agregó pinchos morunos y hamburguesas. Trasladado enfrente surgió El Caserío, con placentera terraza debajo de frondoso almendro. Exquisitos emparedados como El Caserío hecho en pan especial cilíndrico, chocolate, jugos naturales. Y luego todo un restaurante de mariscos y pescados, excelentes carnes, gastronomía española.
Una ampliación que le dio un giro extraordinario al Caserío a finales de 1977 fue La Taberna de María Castaña, que alcanzó vuelos en tiempos de don Antonio Guzmán. Con las amables atenciones de Manolo Tojo, Eugenio Fernández y el inigualable bartender Pío, se aperturó un espacio todo jolgorio, sevillanas, cante jondo, palmadas, españolerías lanzadas al viento. Un mesón feliz que disfruté como enano en circo, cubierto su tope de tapas suculentas: gredas enormes repletas de langostinos relucientes; otras cargadas de salpicón de mariscos; más allá jugoso pulpo a la vinagreta; boquerones crocantes, sardinillas asadas al aceite o avinagradas, pimentones, champiñones al ajillo, cebollas carnosas. Piezas de jamón serrano lasqueadas finamente, chorizos al vino, papas picantes a la brava. Tortillas con chorizo, queso manchego. Pan fresco de calidad para ayudar a engullir tanto manjar. Y por supuesto, vino abundante y celebrante. Cerveza, ron, whisky. Jarras de sangría refrescante que las mujeres preferían. Se popularizó tanto María Castaña que a veces "no cabía un alma". Un amplio parqueo trasero acogía a los habitués. De allí surgió en cierto modo el gobierno de Salvador Jorge Blanco, al convertirlo sus seguidores en punto de encuentro. Como también fraguaron noviazgos y matrimonios. A mediados de los 80 un Bingo se agregó al fondo del solar.
Antes que esto aconteciera, a mi regreso de Chile en 1971, encontré en moda La Posada, sito a seguidas de la residencia de doña Amelia Cabral vda. Vicini y su hijo Felipe. En esta terraza impulsada por el popular hermano lasallista Arturo se formó un ambiente sano, de juventud de clase media que tenía su clímax los domingos en las tardes. Luis Rodrigo, Ramoncito Auffant, Ramoncito Prieto, Arsenio Dante Rodríguez, Poncio Enrique Pou, Leo Camarena, eran contertulios frecuentes. Un incidente en que se vio involucrado el coronel piloto Guarién Cabrera costó la vida a dos personas. Pese a ello, La Posada mantuvo su ritmo. Otros adquirientes de los derechos de operación se sucedieron. Uno de los más conspicuos fue Luis "El Gallo" Acosta Moreta, quien desarrolló el Blues Bar, un lugar de ensueño animado por el saxofonista Tavito Vásquez, el trompetista Héctor "Cabeza" de León y el tecladista Ñaño Guzmán. Regia remodelación y decoración, complementada por platillos generosos de quesos franceses, patés, fiambres y galletas inglesas. Su anfitrión todo un caballero, se desvivía en atenciones. De las noches memorables del Blues Bar salió un Lp de excelente factura con temas como Europa, Skokian, Summertime.
Otro espacio abierto a la avenida era el Carimar, del Chino Pichardo, siempre concurrido con sus mesas mirando hacia el mar, tal como lo indicaba su nombre. Un público un tanto más adulto que el de La Posada, este establecimiento contaba con una parte trasera bajo techo con un piano bar y la presencia en los teclados del maestro vegano Enriquillo Sánchez. Su sola existencia era un imán poderoso que atraía a figuras de la farándula como el humorista y productor de televisión Freddy Beras Goico, Babín Echavarría, la gran Casandra Damirón, el maestro Salvador Sturla, Manuel Sánchez Acosta cuando estaba en el país. La gastronomía del Carimar era de acento criollo, con fuerza en pescados como el carite en escabeche, camarones guisados, filete encebollado, chuletas a la plancha, longanizas fritas, tostones y otras exquisiteces. Más hacia el oeste pasando el Vesuvio que es plato aparte desde 1954, se ubicaba otra novedad valiosa: La Parrilla del queridísimo Joaquín Basanta (poeta nerudiano, comunicador, revolucionario exquisito, compañero de Milagros y padre de Juan) compartiendo esmeradas atenciones con Hugo Toyos. Churrascos, filetes, bifes de chorizo, chuletas de cerdo, parrillada mixta con vísceras, morcilla, salsas, pechugas al carbón, yuca mocana con mojo, ensalada de aguacate. Vinos frescos, mejores quesos franceses y patés. ¡Uf, cuanto comer! En ese Malecón que fue.
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