Historia y periodismo
Aunque parezcan distintos en su quehacer, el historiador y el periodista tienen ante sí un mismo objeto de trabajo, y este objeto es el acontecer social en todas sus dimensiones.
El objeto de la historia es el estudio de las sociedades humanas y de los grupos sociales en evolución. La historia no trata de individualidades porque sencillamente no hay seres humanos aislados.
El estudio de la vida de determinados individuos, a través de la reconstrucción de su biografía, solamente tiene sentido cuando esas vidas quedan referidas a, o enmarcadas en, un contexto social que las contiene y les otorga un valor y una función social específica.
El periodista tiene ante sí el mismo objeto de análisis que el historiador, esto es, las sociedades, el acontecer social en todas sus dimensiones, y la vida de los individuos actuando en determinados contextos sociales.
La diferencia fundamental entre el periodismo y la historia, a pesar de la similitud del objeto de trabajo, es clara y se refiere más bien a la temporalidad de la ocurrencia de los hechos que cada disciplina maneja.
El periodista se ocupa de la descripción y narración de la ocurrencia de hechos coetáneos y contemporáneos, en tanto que el historiador se ocupa de la reconstrucción, descripción y narración de hechos que son considerados como "pasados".
Esta distinción tan simple da lugar a diferencias metodológicas más complejas pues la forma en que ambos, periodista e historiador, abordan los hechos difiere notablemente debido a la diferente temporalidad de los mismos.
Mientras el periodista trabaja con evidencias inmediatas producidas por testigos y actores activos de los cuales, muchas veces, él forma parte como observador participante, el historiador, por el contrario labora con evidencias mediatas, con restos documentales dispersos, y con testigos y actores cuya memoria ha sido fragmentada o borrada total o parcialmente.
Más todavía, el periodista está obligado por los cánones de su profesión a describir los hechos lo más rápidamente posible para ganar el mercado de la noticia, mientras que el historiador generalmente tiene disponible un tiempo más largo para examinar sus evidencias y construir su narración.
El periodista tiene entonces que responder a unas cuantas preguntas básicas (las famosas Ws del inglés: qué, quién, cuándo, dónde y por qué), y componer una síntesis de cómo ocurrieron los eventos acerca de los cuales él o ella informan su ocurrencia..
En ese sentido, la labor del periodista es, metafóricamente hablando, fotográfica, lo que quiere decir que su tarea privilegia el aquí y el ahora, sin descuidar, desde luego, los antecedentes y las consecuencias, y buscando responder a los intereses generales de sus consumidores que quieren saber qué pasa en su sociedad o en su planeta en este momento presente (entendido este presente, como algo más amplio que este preciso minuto de nuestros relojes).
La tarea del periodista, como se ve, es bastante seria pues no es poca cosa capturar el presente que siempre está fluyendo, dejando de ser y convirtiéndose en otra cosa.
El historiador tiene otras obligaciones no menos serias. Como del pasado lo que quedan son restos dispersos, el historiador debe hacer un esfuerzo supremo por lograr cierta integración de esos materiales, de manera que su reconstrucción y narración también hagan sentido y correspondan de alguna manera con los hechos que ocurrieron.
El problema del historiador es que esa reconstrucción tiene que ser realizada a partir de datos fragmentarios que señalan parcialmente la ocurrencia de los hechos o que a veces sugieren situaciones que tal vez no ocurrieron nunca.
La historia es primordialmente reconstrucción y, al igual que el periodismo, es también descripción y narración pues ambas disciplinas se originan en la necesidad que tienen las sociedades de explicar su presente a través de la comprensión de su pasado mediato o inmediato.
Recuerde lector que los primeros historiadores de la humanidad fueron los ancianos de las familias, clanes y tribus que memorizaban aquellos eventos que tenían alguna significación para el manejo o la manipulación, mágica o no, del presente.
Ambos profesionales, el periodista y el historiador se aproximan a la realidad desde dos perspectivas epistemológicas diferentes que vienen dadas en función de la diversa temporalidad de sus objetos. En ambos casos la aproximación a los hechos exige que el resultado de ese esfuerzo cumpla con una misma primera condición que es la verosimilitud.
Esto quiere decir que la narración que ambos escriben debe ser algo que pudo haber ocurrido realmente. Y para garantizar que esa verosimilitud no es ficticia -porque también las novelas y otras obras de ficción son verosímiles- el periodista y el historiador deben mostrar el fundamento de sus afirmaciones y sus interpretaciones, y respaldar su reconstrucción mostrando con claridad cuáles son las fuentes, documentos y testimonios que les han servido para afirmar que las cosas ocurrieron tal como ellos dicen.
Cuando el periodista y el historiador prueban o demuestran que lo que ellos dicen ocurrió realmente, entonces se afirma que sus narraciones son objetivas.
Esto quiere decir que la narración corresponde más o menos formalmente con el hecho descrito y que sus narraciones podrían haber sido escritas por otros individuos sin diferencias esenciales, o que alguien pudiera, si quisiese, comprobar que lo que ellos han escrito realmente tuvo lugar.
Esto suena sencillo dicho de esta manera, pero tengo que advertirles que la objetividad es la condición más difícil de lograr tanto en la versión periodística como en la narración histórica, y de inmediato les explicaré por qué.
Cuando un historiador o un periodista deciden narrar un acontecimiento o un proceso histórico o noticioso, inmediatamente, y muchas veces sin saberlo, ponen en juego todos los procesos sicológicos que les sirven para entender el mundo.
Esos procesos condicionan sus tareas pues los periodistas y los historiadores son hombres o mujeres de carne y hueso, con personalidades definidas, con sus concepciones personales del mundo, con lenguajes, educaciones y formaciones académicas muy específicas, y con intereses económicos, sociales, nacionales, raciales, religiosos, profesionales y laborales muy particulares que difícilmente se repiten en la misma proporción en otros individuos.
De ahí que el trabajo de selección de las fuentes, documentos y testigos, y ángulos de visión y materiales noticiosos, en ambos casos esté condicionado, primero que todo, por esas particularidades.
La objetividad, por otra parte, presenta otra limitación adicional cuando el historiador y el periodista, que ya tienen sus propias formas de juzgar los acontecimientos (sus prejuicios), encuentran que sus fuentes o sus informaciones no son suficientes en número, tamaño o calidad, para realizar una reconstrucción o una descripción completa de los acontecimientos.
Existen numerosos casos, tal vez la mayoría, en que lo que realmente ocurrió aparece insuficientemente registrado o descrito o percibido o declarado (según sea el caso), y ambos profesionales se enfrentan entonces con vacíos en su documentación.
Frente a esta situación, que es más común de lo que los lectores, radioyentes y televidentes suponen, el periodista y el historiador tienen dos caminos: o realizan inferencias y analogías que les permitan suponer lo que pudo haber ocurrido utilizando en ello las reglas de la lógica, o acentúan su búsqueda por evidencias adicionales que les permitan completar el cuadro que intentan describir.
En cualquiera de dos casos, el historiador y el periodista siempre terminarán con un juicio y una descripción parcial de lo que buscan porque aún en el supuesto de que contaran con todas las fuentes disponibles sobre un acontecimiento dado, siempre quedará el hecho de que sus personalidades, incluida la inteligencia, sus entrenamientos respectivos y sus ideologías condicionarán sus exámenes de las fuentes haciéndoles emitir juicios o utilizando lenguajes más o menos parciales.
De ahí que toda reconstrucción histórica y toda versión periodística impliquen, en un sentido o en otro, una limitación y, por lo tanto, una percepción incompleta de la realidad o, dicho de otra manera, una percepción incompleta de los acontecimientos que precede de una perspectiva particular que a su vez está condicionada por la disponibilidad de las fuentes y la personalidad e intereses del periodista o el historiador.
De ahí la imposibilidad de llevar a cabo una "historia total" o una "historia definitiva" y única. Y de ahí también la imposibilidad de producir una sola versión periodística definitiva acerca de un mismo acontecimiento noticioso.
Por ello es que tanto la historia como la noticia periodística son siempre ejercicios inacabados, incompletos y segmentados. Y por ello hay que concluir que la historia total es solamente un ideal inalcanzable, como inalcanzable es también la noticia total, esto es, aquella noticia que busque agotar todos las versiones y perspectivas posibles.
Es más, ambas aspiraciones (si es que alguien aspirara a ellas) no son siquiera posibilidades pues para que fuese posible una historia total, por ejemplo, sería necesario que el historiador tuviese a mano absolutamente todas las fuentes y dispusiera de una versión cabal de todos los hechos y acontecimientos que tuvieron lugar minuto a minuto y persona por persona durante el período que él estudia.
Lo mismo sirve para explicar la imposibilidad de la noticia cabal. Ambas, noticia e historia totales, no son factibles porque para que fuesen posibles sería necesario que el periodista y el historiador se tomaran tanto tiempo en re-crear los hechos como éstos tardaron en producirse, no sólo en su ocurrencia material efectiva, sino en la acumulación de sus causalidades respectivas.
Dicho de otra manera, la historia total y la noticia cabal son imposibles debido a la dificultad ontológica de reagrupar las evidencias resultantes de la acumulación de los tiempos múltiples que se conjugan en la ocurrencia de los múltiples acon- tecimientos "noticiables" o "historiables".
Estas son algunas de las razones que obligan a los periodistas y a los historiadores a seleccionar sus fuentes y los hechos que deciden describir en un momento dado.
Para el periodista la selección se hace en función de aquello que él cree que es relevante para entender el presente. El historiador, por su parte, realiza su selección en función de lo que él considera que es relevante para reconstruir y explicar el pasado en función de su presente.
Esto no es un juego de palabras, y porque no lo es, es por lo que se dice que cada época y cada sociedad tienen su historia pues el historiador, cuando trabaja a conciencia, busca en el pasado las raíces del presente, las causas explicativas, lejanas o cercanas, que le permitan entender y describir por qué las cosas son hoy como son, y por qué la sociedad en que él vive ha llegado a ser como es. Y de ahí también que se diga que la historia útil es aquella que sirve de alguna manera para entender mejor el presente.
Creo que aquí puedo introducir una diferencia epistemológica entre el quehacer periodístico y el quehacer historiográfico. En su labor reconstructiva el historiador busca explicar cómo se produjeron los hechos y, haciéndolo, encuentra el por qué de los mismos.
Hemos dicho anteriormente que en la historia el por qué de las cosas es su cómo. Y es que la causalidad histórica, esto es, la razón explicativa de los hechos está dada en la producción de los hechos mismos.
El historiador explica los hechos mostrando cómo se producen. El periodista por su parte, muchas veces debido a la prisa implícita en el ejercicio de su oficio, no tiene tiempo para explicar por qué ocurrieron los hechos y se ve obligado a contentarse con una versión fenomenológica de los mismos sin entrar en la discusión o búsqueda de sus causalidades eficientes o remotas.
Con todo, las semejanzas y coincidencias epistemológicas son mayores que las diferencias, y el ejercicio del periodismo es más cercano al del historiador que el del sociólogo. Tanto el periodista como el historiador están obligados a trabajar dentro de los límites impuestos por la realidad que les toca manejar.
La realidad social es fundamentalmente proceso, los hechos sociales son esencialmente dinámicos y su ocurrencia está sujeta a una multicausalidad imposible de aprehender en su totalidad.
Ambos, el periodista y el historiador interpretan, valoran y juzgan no sólo la ocurrencia misma de los acontecimientos que les toca describir, sino también la calidad de los materiales y fuentes que les sirven para reconstruir y narrar los acontecimientos.
Este fenómeno de la valoración y selección de las fuentes introduce un elemento adicional en el condicionamiento de la objetividad, pues hace que la narración que ambos puedan elaborar acerca de una noticia o hecho histórico pueda ser contrastada con narraciones alternativas resultantes de una diversa selección, crítica y valoración de las mismas fuentes.
En pocas palabras, toda noticia, como toda narración histórica, depende del ordenamiento, crítica y selección de las fuentes hecha por el narrador, y por ello podemos concluir que ambas, noticia e historia, son siempre una perspectiva particular de los acontecimientos que se aproxima a la realidad "real" según sean exhaustivos el periodista y el historiador en el ejercicio de sus oficios respectivos y en la construcción de sus versiones.
El periodista tiene ante sí el mismo objeto de análisis que el historiador, esto es, las sociedades, el acontecer social en todas sus dimensiones, y la vida de los individuos actuando en determinados contextos sociales.
La diferencia fundamental entre el periodismo y la historia, a pesar de la similitud del objeto de trabajo, es clara y se refiere más bien a la temporalidad de la ocurrencia de los hechos que cada disciplina maneja.
El periodista se ocupa de la descripción y narración de la ocurrencia de hechos coetáneos y contemporáneos, en tanto que el historiador se ocupa de la reconstrucción, descripción y narración de hechos que son considerados como "pasados".
Esta distinción tan simple da lugar a diferencias metodológicas más complejas pues la forma en que ambos, periodista e historiador, abordan los hechos difiere notablemente debido a la diferente temporalidad de los mismos.
Mientras el periodista trabaja con evidencias inmediatas producidas por testigos y actores activos de los cuales, muchas veces, él forma parte como observador participante, el historiador, por el contrario labora con evidencias mediatas, con restos documentales dispersos, y con testigos y actores cuya memoria ha sido fragmentada o borrada total o parcialmente.
Más todavía, el periodista está obligado por los cánones de su profesión a describir los hechos lo más rápidamente posible para ganar el mercado de la noticia, mientras que el historiador generalmente tiene disponible un tiempo más largo para examinar sus evidencias y construir su narración.
El periodista tiene entonces que responder a unas cuantas preguntas básicas (las famosas Ws del inglés: qué, quién, cuándo, dónde y por qué), y componer una síntesis de cómo ocurrieron los eventos acerca de los cuales él o ella informan su ocurrencia..
En ese sentido, la labor del periodista es, metafóricamente hablando, fotográfica, lo que quiere decir que su tarea privilegia el aquí y el ahora, sin descuidar, desde luego, los antecedentes y las consecuencias, y buscando responder a los intereses generales de sus consumidores que quieren saber qué pasa en su sociedad o en su planeta en este momento presente (entendido este presente, como algo más amplio que este preciso minuto de nuestros relojes).
La tarea del periodista, como se ve, es bastante seria pues no es poca cosa capturar el presente que siempre está fluyendo, dejando de ser y convirtiéndose en otra cosa.
El historiador tiene otras obligaciones no menos serias. Como del pasado lo que quedan son restos dispersos, el historiador debe hacer un esfuerzo supremo por lograr cierta integración de esos materiales, de manera que su reconstrucción y narración también hagan sentido y correspondan de alguna manera con los hechos que ocurrieron.
El problema del historiador es que esa reconstrucción tiene que ser realizada a partir de datos fragmentarios que señalan parcialmente la ocurrencia de los hechos o que a veces sugieren situaciones que tal vez no ocurrieron nunca.
La historia es primordialmente reconstrucción y, al igual que el periodismo, es también descripción y narración pues ambas disciplinas se originan en la necesidad que tienen las sociedades de explicar su presente a través de la comprensión de su pasado mediato o inmediato.
Recuerde lector que los primeros historiadores de la humanidad fueron los ancianos de las familias, clanes y tribus que memorizaban aquellos eventos que tenían alguna significación para el manejo o la manipulación, mágica o no, del presente.
Ambos profesionales, el periodista y el historiador se aproximan a la realidad desde dos perspectivas epistemológicas diferentes que vienen dadas en función de la diversa temporalidad de sus objetos. En ambos casos la aproximación a los hechos exige que el resultado de ese esfuerzo cumpla con una misma primera condición que es la verosimilitud.
Esto quiere decir que la narración que ambos escriben debe ser algo que pudo haber ocurrido realmente. Y para garantizar que esa verosimilitud no es ficticia -porque también las novelas y otras obras de ficción son verosímiles- el periodista y el historiador deben mostrar el fundamento de sus afirmaciones y sus interpretaciones, y respaldar su reconstrucción mostrando con claridad cuáles son las fuentes, documentos y testimonios que les han servido para afirmar que las cosas ocurrieron tal como ellos dicen.
Cuando el periodista y el historiador prueban o demuestran que lo que ellos dicen ocurrió realmente, entonces se afirma que sus narraciones son objetivas.
Esto quiere decir que la narración corresponde más o menos formalmente con el hecho descrito y que sus narraciones podrían haber sido escritas por otros individuos sin diferencias esenciales, o que alguien pudiera, si quisiese, comprobar que lo que ellos han escrito realmente tuvo lugar.
Esto suena sencillo dicho de esta manera, pero tengo que advertirles que la objetividad es la condición más difícil de lograr tanto en la versión periodística como en la narración histórica, y de inmediato les explicaré por qué.
Cuando un historiador o un periodista deciden narrar un acontecimiento o un proceso histórico o noticioso, inmediatamente, y muchas veces sin saberlo, ponen en juego todos los procesos sicológicos que les sirven para entender el mundo.
Esos procesos condicionan sus tareas pues los periodistas y los historiadores son hombres o mujeres de carne y hueso, con personalidades definidas, con sus concepciones personales del mundo, con lenguajes, educaciones y formaciones académicas muy específicas, y con intereses económicos, sociales, nacionales, raciales, religiosos, profesionales y laborales muy particulares que difícilmente se repiten en la misma proporción en otros individuos.
De ahí que el trabajo de selección de las fuentes, documentos y testigos, y ángulos de visión y materiales noticiosos, en ambos casos esté condicionado, primero que todo, por esas particularidades.
La objetividad, por otra parte, presenta otra limitación adicional cuando el historiador y el periodista, que ya tienen sus propias formas de juzgar los acontecimientos (sus prejuicios), encuentran que sus fuentes o sus informaciones no son suficientes en número, tamaño o calidad, para realizar una reconstrucción o una descripción completa de los acontecimientos.
Existen numerosos casos, tal vez la mayoría, en que lo que realmente ocurrió aparece insuficientemente registrado o descrito o percibido o declarado (según sea el caso), y ambos profesionales se enfrentan entonces con vacíos en su documentación.
Frente a esta situación, que es más común de lo que los lectores, radioyentes y televidentes suponen, el periodista y el historiador tienen dos caminos: o realizan inferencias y analogías que les permitan suponer lo que pudo haber ocurrido utilizando en ello las reglas de la lógica, o acentúan su búsqueda por evidencias adicionales que les permitan completar el cuadro que intentan describir.
En cualquiera de dos casos, el historiador y el periodista siempre terminarán con un juicio y una descripción parcial de lo que buscan porque aún en el supuesto de que contaran con todas las fuentes disponibles sobre un acontecimiento dado, siempre quedará el hecho de que sus personalidades, incluida la inteligencia, sus entrenamientos respectivos y sus ideologías condicionarán sus exámenes de las fuentes haciéndoles emitir juicios o utilizando lenguajes más o menos parciales.
De ahí que toda reconstrucción histórica y toda versión periodística impliquen, en un sentido o en otro, una limitación y, por lo tanto, una percepción incompleta de la realidad o, dicho de otra manera, una percepción incompleta de los acontecimientos que precede de una perspectiva particular que a su vez está condicionada por la disponibilidad de las fuentes y la personalidad e intereses del periodista o el historiador.
De ahí la imposibilidad de llevar a cabo una "historia total" o una "historia definitiva" y única. Y de ahí también la imposibilidad de producir una sola versión periodística definitiva acerca de un mismo acontecimiento noticioso.
Por ello es que tanto la historia como la noticia periodística son siempre ejercicios inacabados, incompletos y segmentados. Y por ello hay que concluir que la historia total es solamente un ideal inalcanzable, como inalcanzable es también la noticia total, esto es, aquella noticia que busque agotar todos las versiones y perspectivas posibles.
Es más, ambas aspiraciones (si es que alguien aspirara a ellas) no son siquiera posibilidades pues para que fuese posible una historia total, por ejemplo, sería necesario que el historiador tuviese a mano absolutamente todas las fuentes y dispusiera de una versión cabal de todos los hechos y acontecimientos que tuvieron lugar minuto a minuto y persona por persona durante el período que él estudia.
Lo mismo sirve para explicar la imposibilidad de la noticia cabal. Ambas, noticia e historia totales, no son factibles porque para que fuesen posibles sería necesario que el periodista y el historiador se tomaran tanto tiempo en re-crear los hechos como éstos tardaron en producirse, no sólo en su ocurrencia material efectiva, sino en la acumulación de sus causalidades respectivas.
Dicho de otra manera, la historia total y la noticia cabal son imposibles debido a la dificultad ontológica de reagrupar las evidencias resultantes de la acumulación de los tiempos múltiples que se conjugan en la ocurrencia de los múltiples acon- tecimientos "noticiables" o "historiables".
Estas son algunas de las razones que obligan a los periodistas y a los historiadores a seleccionar sus fuentes y los hechos que deciden describir en un momento dado.
Para el periodista la selección se hace en función de aquello que él cree que es relevante para entender el presente. El historiador, por su parte, realiza su selección en función de lo que él considera que es relevante para reconstruir y explicar el pasado en función de su presente.
Esto no es un juego de palabras, y porque no lo es, es por lo que se dice que cada época y cada sociedad tienen su historia pues el historiador, cuando trabaja a conciencia, busca en el pasado las raíces del presente, las causas explicativas, lejanas o cercanas, que le permitan entender y describir por qué las cosas son hoy como son, y por qué la sociedad en que él vive ha llegado a ser como es. Y de ahí también que se diga que la historia útil es aquella que sirve de alguna manera para entender mejor el presente.
Creo que aquí puedo introducir una diferencia epistemológica entre el quehacer periodístico y el quehacer historiográfico. En su labor reconstructiva el historiador busca explicar cómo se produjeron los hechos y, haciéndolo, encuentra el por qué de los mismos.
Hemos dicho anteriormente que en la historia el por qué de las cosas es su cómo. Y es que la causalidad histórica, esto es, la razón explicativa de los hechos está dada en la producción de los hechos mismos.
El historiador explica los hechos mostrando cómo se producen. El periodista por su parte, muchas veces debido a la prisa implícita en el ejercicio de su oficio, no tiene tiempo para explicar por qué ocurrieron los hechos y se ve obligado a contentarse con una versión fenomenológica de los mismos sin entrar en la discusión o búsqueda de sus causalidades eficientes o remotas.
Con todo, las semejanzas y coincidencias epistemológicas son mayores que las diferencias, y el ejercicio del periodismo es más cercano al del historiador que el del sociólogo. Tanto el periodista como el historiador están obligados a trabajar dentro de los límites impuestos por la realidad que les toca manejar.
La realidad social es fundamentalmente proceso, los hechos sociales son esencialmente dinámicos y su ocurrencia está sujeta a una multicausalidad imposible de aprehender en su totalidad.
Ambos, el periodista y el historiador interpretan, valoran y juzgan no sólo la ocurrencia misma de los acontecimientos que les toca describir, sino también la calidad de los materiales y fuentes que les sirven para reconstruir y narrar los acontecimientos.
Este fenómeno de la valoración y selección de las fuentes introduce un elemento adicional en el condicionamiento de la objetividad, pues hace que la narración que ambos puedan elaborar acerca de una noticia o hecho histórico pueda ser contrastada con narraciones alternativas resultantes de una diversa selección, crítica y valoración de las mismas fuentes.
En pocas palabras, toda noticia, como toda narración histórica, depende del ordenamiento, crítica y selección de las fuentes hecha por el narrador, y por ello podemos concluir que ambas, noticia e historia, son siempre una perspectiva particular de los acontecimientos que se aproxima a la realidad "real" según sean exhaustivos el periodista y el historiador en el ejercicio de sus oficios respectivos y en la construcción de sus versiones.
Cuando el periodista y el
historiador prueban
o demuestran que lo
que ellos dicen ocurrió
realmente, entonces se
afirma que sus
narraciones son
objetivas.
historiador prueban
o demuestran que lo
que ellos dicen ocurrió
realmente, entonces se
afirma que sus
narraciones son
objetivas.
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